Esta ocasión el aventurero Zalacaín trae a la memoria las aportaciones de la madre de la historia natural, Santa Hildegarda, quien en el Siglo XI describió el orgasmo femenino

Por Jesús Manuel Hernández*

Recientemente los medios de comunicación europeos estan dándole un énfasis a los temas de la gastronmía antigua, investigaciones recientes intentan poner en valor asuntos como las recetas de los monjes o las monjas, de los oficios convetuales y como en los siglos pasados se enfrentaban las enfermedades.

La alimentación y la salud siempre han estado unidas y miles de tratados antiguos se han encargado de dejar constancia de ello.

Zalacaín sacó la reflexión al caer en sus manos un reconocimiento a la labor de Hildegarda de Bingen, una monja cuya actividads en la Orden de San Benito en el Siglo XI le llevó a la santidad.

Esta notabe alemana fue una mujer exitosa en la escritura, la fisolofía, estudió ciencias, fue compositora, conoció de la medicina, de filosofía, se le consideró naturista e incluso profetisa, en algún tiempo se le conoció como la Sibila del Rhín o la Profetisa Teutónica. En pocas palabras sus biógrafos le lamaron “la madre de la historia natural”.

Hildegarda dejó algunos testimonios escritos sobre las bondades de los alimentos usados en los tiempos del Sacro Imperio Romano, cuando le tocó vivir. Así aparecen, el ajo, los garbanzos, la salvia, la espelta del trigo, conocida después como “escanda”, el jengibre y el laurel entre otros alimentos.

Zalacaín había repasado algunos apuntes sobre el tema y los trajo a la charla matutina.

Se refería a la espelta de trigo como un alimento alimento con enormes poderes pues “es cálido y abundante y muy delcado… de fácil digestión, regenera la sangre, relaja los nervios y dispone al hombre de buen humor”.

Hildegarda recomendaba hacer pan con la harina de trigo y una sopa de sémola de espelta hecha en un caldo de patas de ternera cocidas por cuatro horas y se recomendaba para los dolores de los tendones. Hildegarda recomendaba a los enfermos el consumo de trigo y no el centeno, considerado como digerible para los estómagos enfermos.

Un capítuo interesante de las obras de Hildegarda es la llamada “terapia del ajo” considerado antibiótico natural, antihipertensivo, como lo definiera y comprobara siete siglos después Pasteur.

La santa daba a los enfermos el ajo crudo, principalmente el obtenido en las mañanas luego del primer rocío del día. Para los males pulmonares Hildegarda recomendaba cocer los ajos en agua y consumirla en ayunas hasta desaparecer las molestias.

El jengibre es otro de los alimentos usados como remedio, principalmente en forma de polvo disuelto en un poco de vino tinto y beberlo al final de la comida para aliviar la gastritis y los cólicos abdominales. La santa no sabía del efecto del jengibre sobre la producción de bilis, eso se demostraría con la medicina moderna.

Otro alimento recomendado en la dieta cotidiana de los habitantes de los monasterios de San Benito era el “laurel”, famoso por combatir los efectos de la “peste”, Hildegarda recomendaba guisar las hojas en vino durante unos minutos y beberlo, eso curaba los dolores del estómago, incluso se podía consumir antes de comer.

Pero el principal atractivo para Zalacaín fue leer las recomendaciones en el consumo de los garbanzos, la oleaginosa preferida por la humanidad desde sus orígenes, fue la comida de los esclavos en Egipto, la consumieron y divulgaron los romanos, hervidos o fritos en aceite de oliva. Los garabanzos debían ser consumidos por los enfermos por su facilidad de digestión y y para bajar la empeeratura del cuerpo derivada por alimentos en descomposición.

¿Había almentos prohibidos por San Hildegarda? Le preguntaron a Zalacaín, si, sí los hubo, los chícharos y las lentejas debían ser evitados como alimentos fríos, es decir para bajar el calor del estómago.

Pero no solo de alimentación supo Hildegarda, en una de sus aportaciones aparece un tema considerado tabú por siglos, el de las relaciones sexuales.

La santa describió por vez primera en su “Cause et cure”, el tema de la sexualidad como “un tema de dos” y no como fruto del pecado hasta ese tiempo divulgado así.

Hildegarda escribió esto: “Tan pronto como la tormenta de la pasión se levanta con un hombre, es arrojado en ella como un molino… Sus órganos sexuales son entonces la fragua a la que la médula entrega su fuego. Esa fragua luego transmite el fuego a los genitales masculinos y los hace arder poderosamente… Cuando la mujer se une al varón, el calor del cerebro de ésta, que tiene en sí placer, le hace saborear a aquél el placer en la unión y eyacular su semen… Y cuando el semen ha caido en su lugar, ese fortísimo calor del cererbo lo atrae y lo retiene consigo, e inmediatamente se contraae la riñonada de la mujer, y se cierran los miembros que durante la menstruación están listos para abrirse, del mismo modo que un hombre fuerte sostiene una cosa dentro de la mano…”

El asunto verdaderamente es interesante.

“La mujer podrá estar hecha del hombre, pero el hombre no se puede hacer sin una mujer”, dijo entre otras cosas la santa.

O sea, comentaba Zalacaín aquella mañana, Hildegarda, la Santa de Bingen, describió el orgasmo femenino en 1151, según su biografía… Pero esa, esa es otra historia.

elrincondezalacain@gmail.com

*Autor de “Orígenes de la Cocina Poblana” Editorial Planeta.

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