Los Periodistas

Opinión | León XIV: ¡La paz sea con ustedes!

Antes de hablar, el Papa se muestra visiblemente emocionado. Guarda varios segundos de silencio; sus ojos apenas contienen el brillo de unas lágrimas. Me contagio de esa emoción. Su primer saludo, como él mismo lo dijo, es el del Resucitado: «¡La paz sea con ustedes!». Es la paz de Cristo, la que tanto necesitamos. Para alcanzarla, nos recuerda León XIV, es necesario abrirnos y ser puentes de diálogo. En una sociedad, en una época, en un mundo donde el diálogo es escaso o inexistente, construir la paz se vuelve un verdadero desafío.

El Papa describe esa paz como desarmada y desarmante. Una paz que, para ser auténtica, debe provenir de Dios, quien nos ama a todos y a cada uno. A pesar del mal, León XIV nos invita a caminar de la mano de Dios y de la mano entre nosotros: fe en Dios y fraternidad entre los seres humanos. El mal y sus consecuencias no tienen la última palabra. No prevalecerán. En su discurso, menciona a Francisco para agradecerle su legado, trazando así una clara línea de continuidad. Habla más adelante de una Iglesia sinodal y misionera.

Lanza luego una petición: pide ayuda a los fieles para construir puentes de diálogo por la paz y la justicia, con el propósito de constituir un solo pueblo unido. Propone una Iglesia como pueblo que camina unido, buscadora y promotora de la paz y de la justicia; una Iglesia que proclame el Evangelio y que, con esa encomienda, sea misionera en este mundo complejo, en este tiempo contradictorio, marcado por la incertidumbre y por problemas que nadie puede resolver en soledad. Una Iglesia abierta a todos.

Se declara hijo de san Agustín y lo cita con palabras memorables: «Con ustedes soy cristiano y para ustedes obispo». Caminamos juntos hacia la patria que Dios nos ha preparado. En mi mente y en mi corazón evoco al santo de Hipona, quien también —en tiempos difíciles, como la caída de Roma en el año 410— alentaba a los cristianos a no creer que la ruina del imperio significaba el fin de la fe. Aclaraba el santo que, si bien el poder terrenal puede derrumbarse, la fe en Cristo permanece. El cristianismo no puede ni debe confundirse con el poder político.

Como buen agustiniano, León XIV conoce a fondo la perspectiva teológica y filosófica del obispo de Hipona sobre la política y sobre los asuntos de la fe. La patria que Dios ha preparado para los que lo aman —la Ciudad de Dios— camina a lo largo de la historia, siendo preparada por Cristo en y por la Iglesia, aunque su realización plena se dará en la eternidad, en la dimensión del amor y la gloria de Dios. Mientras tanto, caminamos como peregrinos en este mundo, sin esperar de él lo absoluto, la plenitud.

Mucho se ha discutido sobre esta distinción entre la ciudad terrena y la ciudad de Dios. No pretendo desarrollarla aquí, más que como eco de la evocación del Papa a san Agustín. La otra evocación fue hacia la interioridad. Nuevamente, viene a mi mente el santo de Hipona, sus búsquedas, sus inquietudes, sus dudas, sus caídas. «No vayas fuera, regresa a ti mismo, pues la verdad habita en el interior del hombre, y si encuentras que tu naturaleza es mutable, trasciéndete a ti mismo» (1). Mirar con ojos puestos en Dios.

Otra imagen que aflora es la del inicio de Las confesiones. Es un pasaje ya clásico, donde Agustín reconoce al ser humano como una parte pequeña de la creación, pero con un deseo inmenso de absoluto, de infinito, de plenitud: «Tú mismo le excitas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (2). Claro está, también hay no creyentes que atestiguan ese anhelo que va más allá de este mundo. Albert Camus es uno de ellos.

Volvamos al nuevo Papa. Al saludar a la Iglesia de Roma, insiste en que busquemos juntos una Iglesia misionera, abierta al diálogo, abierta a todos.

Recuerda después su paso por la Diócesis de Chiclayo, en Perú, donde fue pastor. La emoción lo embarga de nuevo. Reitera la necesidad de una Iglesia sinodal que siempre busque y colabore en la construcción de la paz. San Agustín mismo señalaba que los cristianos han de colaborar, junto con los no creyentes, en la paz terrena, porque así también se abre el corazón a la paz eterna.

Todo lo anterior implica, sí, la búsqueda de la paz, pero necesariamente acompañada de justicia. No hay verdadera paz sin justicia. Desde luego, la justicia no es violencia ni venganza. La imagen de la “paz desarmada y desarmante” de León XIV es muy elocuente. Sobre todo, se trata de una Iglesia que acompaña a quienes más sufren, a los olvidados, los descartados, los últimos de los últimos. Cierra su alocución invocando a la Virgen de Pompeya«Recemos juntos», dice: «Ave María, llena de gracia…». El Resucitado y la Virgen son las grandes referencias en esta primera salutación del Papa frente al mundo.

Notas:
1. Agustín, san, La verdadera religión, 39, 72, en Obras de San Agustín, t. IV, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Madrid, 1975.
2. Agustín, san, Las confesiones, I, 1, en Obras completas de San Agustín, t. II, BAC, Madrid, 2002, p. 73.

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