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Pesadillas eminentes de Bertrand Russell y algunos de sus mandamientos | LD

Además de sus escasas obras literarias, Russell animó a sus contemporáneos a desprenderse de los dogmas, las creencias irracionales y las religiones.

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Pesadillas eminentes de Bertrand Russell y algunos de sus mandamientos - Pedro de Tena

PEDRO DE TENA / LIBERTAD DIGITAL

Se han cumplido los primeros 150 años del nacimiento de Bertrand Russell, uno de los pocos filósofos que han disfrutado en vida del don de la celebridad. El Russell del aniversario fue un aristócrata de cuna y pensamiento que intentó recubrir de Lógica todo el universo, incluso el de las Matemáticas. Pero mortal al fin y al cabo, aunque fuese a los 98 años, cuando le hizo falta dinero, compuso una Historia de la Filosofía Occidental muy distante de su Principia Mathematica, escrito, o encriptado más bien, con Alfredo North Whitehead en 1910.

Digamos ya que el mayormente liberal nieto de Lord Russell, primer ministro del gobierno bajo el manto protector de la reina Victoria y ahijado de John Stuart Mill, fue bastante conocido en España durante la dictadura de Franco porque, al ser un anticomunista declarado, su pensamiento político y moral –muy hostil al cristianismo y a la religión en general– fue tolerado e incluso promovido.

Pero este no es el Russell del que queremos hablar en este aniversario. Vamos a dar unas pinceladas sobre el Russell más literario (fue premio Nobel de Literatura, como otros pensadores, porque nunca hubo ni hay tal galardón en Filosofía), más directamente el de algunas pesadillas que detectó y recreó en personas eminentes reales o no.

Nos valdremos para ello de un pequeño librito titulado Pesadillas de personas eminentes («pesadillas» son para el noble británico los «postes indicadores de la cordura») que comienza con el sueño angustioso de la reina de Saba tras su seducción por el rey Salomón y terminan con la fatal indiscreción del doctor Southport Vulpes. Traza en ellas la ruta de estos delirios alucinatorios de una serie de personajes que resultan cuando menos sorprendentes.

La primera pesadilla es la de la Reina de Saba subida en un burro blanco que volvía a su reino tras ser abducida sentimentalmente por un farsante rey Salomón que le dijo lo que a todas para llevarla a su huerto, estratagema que le descubre el astuto Belcebú para desencantarla y conducirla con engaño a su infierno. Una vez allí le reveló que ya no podía salir y la de Saba, nuevamente traicionada, despierta de horror al saberse tonta de nuevo.

La segunda se refiere al agobio onírico de un asombroso personaje real llamado Thomas Bowdler, médico rico y censor voluntario de obras como las completas de Shakespeare y la famosa de Edward Gibbon sobre la decadencia del Imperio Romano. El persistente corrector moral se empeñó en lograr que los libros del poeta de Stratford-upon-Avon llegaran a las familias «bien» inglesas libres de toda expresión malsonante, taco o improperio. Para conseguirlo lo reescribió de nuevo en los diez tomos de La familia Shakespeare.

Pero en la alucinación nocturna del vigilante, la señora Bowdler, eje de su felicidad familiar, escuchó la duda de un invitado acerca de si el enorme tiempo empleado por su marido en tachar, quitar y eliminar borderías e indecencias de las obras de Shakespeare le había permitido engendrar hijos a menos que hubiera sido por partenogénesis. Esa palabra fue el origen de una curiosidad insaciable de la esposa que buscó Partenón y Génesis a ver qué encontraba.

Finalmente, tras el olvido de sus deberes y consultas médicas, se topó con los originales de las obras de Shakespeare en un mueble oculto de su marido que la descubrió in fraganti y le espetó«¿Es que no sabes que el veneno destila de sus páginas y que el contagio de depravados pensamientos salta desde cada una de sus letras en la conciencia de las incautas mujeres?». Ella se echó a llorar y Bowdler nunca se explicó por qué Dios le había castigado. Russell dice que él sí. Los diez tomos existen publicados en Londres desde 1818 y puede accederse a ellos.

Tercera pesadilla. La del psicoanalista Robert Lindner, autor de Rebelde sin causa, libro poco respetado en su adaptación cinematográfica. Russell, sin embargo, se refiere a su libro Receta para la rebelión, de 1952. No lo he encontrado ni leído pero se ha escrito de él que fue un libro enfadado contra el abuso psiquiátrico y el mal uso de las doctrinas de Freud y Jung. Dice de él nuestro filósofo: «El destino de los rebeldes es el de fundar nuevas ortodoxias. Cómo acontece esto en el psicoanálisis ha sido persuasivamente expuesto en el libro del doctor Robert Lindner Receta para la rebelión».

En la pesadilla, el doctor Bombasticus es recordado por el Comité de los Seis (Hamlet, Lear, Macbeth, Otelo, Marco Antonio y Romeo) reunido en el Club Rotario del Limbo bajo la presidencia de una estatua de Shakespeare, destruida al final. A todos sus miembros prometió aliviarlos en vida con el único requisito de echarse en un sofá y pagar una guinea (una libra más un chelín) por minuto. Tras las sesiones catárticas, cinco permanecieron en el limbo salvo Hamlet que subió al cielo mientras Bombasticus siguió en el infierno por haber matado sus almas. Ofelia reemplazaba a su amor en el Comité.

La siguiente pesadilla es la del metafísico, su amigo —esta vez no descifrado—, Andrei Bumblowski. Este profesor sueña, otra vez, con un infierno casi dantesco donde anidaban, entre otros, los pensadores que refutaron a David Hume. Se describe al Diablo y se le identifica con la negación y en su debate, decide no decir nunca la palabra NO. Satán reinaba gracias a un hábito lingüístico viciado. «Eliminad la palabra ‘no’, y su imperio ha terminado». Y así fue, si bien el delirio no terminó. Algo era algo.

Le suceden la pesadilla del existencialista, que pensaba pero no existía hasta que se percató de que sufría, lo que le hizo existir, y la del matemático, Squarepunt, un supuesto amigo del astrofísico Arthur Eddington, en la que su número especial, el primo 137, se rebelaba contra la burocracia de los números habituales e incluso de otros cómo el propio Pi, y tronaba contra el idealismo amparando el valor del individuo contra el dominio gubernamental. No había cielo ideal de números sino números reales hechos materia misma. Se despertó acosado por tales números platónicos denunciando que no eran otra cosa que «convivencias simbólicas», como el mismo Platón.

Del autor

Si la he entendido bien, la pesadilla de Stalin, que sigue a las anteriores y fue escrita en vida del monstruo, tiene que ver con el buenismo de los ingenuos que creían poder convertirlo a la bondad. En la pesadilla de Eisenhower, se trazan los rasgos de un inquietante siglo XXI en que las políticas convergentes de dirigentes comunistas y capitalistas representados por Malenkov y McCarthy se dan la mano. Incluso quedó el partido republicano como partido único en USA.

«En el nuevo mundo producido por el gran pacto había mucha comodidad material, pero ningún arte, ningún nuevo pensamiento y poca ciencia nueva. Por supuesto, la física nuclear fue totalmente prohibida». Como lo fueron los poetas defensores de la libertad. Eso sí, «algunos descarriados románticos miraban nostálgicamente hacia un pasado en que habían existido grandes individualistas, pero si eran prudentes procuraban no dejar traslucir su pesar».

La penúltima pesadilla es la de Dean Acheson, un personaje real, consejero sucesivo de cuatro presidentes de EE.UU y diseñador de las doctrinas Truman sobre la Guerra Fría. En otro delirio profético, sólo subrayaré que Russell anticipó que «los rusos… hicieron correr a las miserables naciones de Europa occidental la suerte que su aberrante amor por la autopreservación había hecho inevitable» y que «América latina, desde Río Grande hasta el cabo de Hornos, había abrazado la fe comunista», como toda Asia, con pocas excepciones.

Finalmente, la hoz y el martillo ondearon sobre el Capitolio debido a la política patriótica y moral aunque ineficaz y suicida del presidente Bismarck A. McSaft, que ignoró el arte de las conveniencias de los débiles y «prorrusos» Truman, Eisenhower y otros. El héroe sacó de su funda la bandera USA que murió con los Estados Unidos, erigiéndose, eso sí, en un faro de las generaciones futuras. Esta visión horrorosa de Acheson fue aducida como prueba de locura por su abogado, pero el consejero despertó negando estar loco.

La última pesadilla ocurrida en la mente de Russell tiene lugar en plena tercera guerra mundial. En un túnel sueñan encontrarse dos científicos constructores de robots, Southport Vulpes, del Oeste, y su adversario del Este, Phinnichovski Stukinmudovich. Trataban de sustituir los imperfectos seres humanos por máquinas sensibles e inteligentes y amaban la guerra, por la libertad que les daba. «Al final, casi todo fue hecho por robots».

En la apoteosis de su ingeniería social llegan a decirse: «Los seres humanos son contingentes, con frecuencia locos, o cobardes, movidos en ocasiones por ideales gubernamentales. ¡Qué diferentes son nuestros robots! En ellos, la propaganda obra siempre el efecto deseado… ¿qué podía desear el más ardiente moralista que nosotros no hayamos realizado? El hombre propende al pecado, el robot no». Excelente resumen aunque el relato acaba mal para estos ingenieros.

CODA

Además de estos sueños horribles y sus escasas obras literarias, Bertrand Russell animó a sus contemporáneos a desprenderse de los dogmas, las creencias irracionales o injustificadas y las religiones. Amante de la libertad y del desafío, de la exhibición y el escándalo, publicó en 1951, poco después de mi nacimiento, un decálogo liberal y pragmático en The New York Times.

Algunos de sus mandamientos son:

1. No te sientas absolutamente seguro de nada.
2. No creas que vale la pena proceder ocultando pruebas, es seguro que la evidencia saldrá a la luz…
6. No uses el poder para reprimir opiniones que tú piensas que son perniciosas, pues si lo haces las opiniones te reprimirán a ti…
8. Buscar más placer en el disenso inteligente que en el acuerdo pasivo, ya que, si valoras la inteligencia como se debe, el primero implica un acuerdo más profundo que el segundo.
9. Sé escrupulosamente veraz, aun cuando la verdad sea incómoda, porque es más incómodo intentar ocultarla.
10. No sientas envidia de la felicidad de aquellos que viven en un paraíso de tontos, pues sólo un tonto cree que eso es la felicidad.

¿Cuál es el problema? Su fe en la realidad definitiva de los hechos comprobables. Pondré un ejemplo que supongo clarificador de la orfandad de los ciudadanos de a pie respecto a la veracidad de los hechos. Las pruebas definitivas de la superioridad de la teoría de la relatividad de Einstein sobre la teoría newtoniana se obtuvieron con precisión en ¡1979!

Eddington aportó unas fotos de la curvatura de la luz de un grupo de estrellas en 1919 durante un eclipse de sol que eran inexactas y de mala calidad, pero fueron aceptadas a pesar de que no aclaraban si Newton o Einstein debían ser elevados a la máxima categoría científica. No estaban claros los hechos, pero se impuso Einstein.

Ahora piensen en hechos sociales, históricos, políticos. ¿De qué podemos estar seguros los simples mortales? Tal vez, eso sí, de nuestras pesadillas.

Fuente: https://www.libertaddigital.com/cultura/libros/2022-05-18/pedro-de-tena-pesadillas-eminentes-de-bertrand-russell-y-algunos-de-sus-mandamientos-6897864/

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