Es muy probable que las dos potencias, que han impuesto un gobierno autocrático a la mayor parte de Eurasia, perciban que el momento es propicio para desafiar el orden estadounidense

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, y el presidente de China, Xi Jinping, en un encuentro en el Kremlin, Moscú, el 21 de marzo de 2023.ALEXEY MAISHEV (AFP/GETTY IMAGES)

MICHAEL IGNATIEFF / IDEAS

A Ucrania le queda un mes de municiones de artillería y el Congreso de EE UU. no logra ponerse de acuerdo para enviarle más; el líder de la oposición rusa, Alexéi Navalni, está muerto; en Gaza continúa la matanza y no hay señales de que vaya a detenerse; los hutíes yemeníes atacan barcos en el mar Rojo; y los norcoreanos prueban misiles balísticos intercontinentales. En épocas normales puede parecer que el pesimismo es una moda intelectual; en épocas como esta, se convierte en una forma de realismo más descarnada.

El orden mundial posterior a 1945 —incorporado al derecho internacional, ratificado por las Naciones Unidas y sostenido por el equilibrio del terror nuclear entre las principales potencias— pende de un hilo. Estados Unidos está dividido por una lucha interna y ha llegado al límite de sus capacidades; y Europa está tomando conciencia de que tal vez en noviembre ese país deje de cumplir sus obligaciones para la defensa colectiva, de acuerdo con el Artículo 5 del tratado de la OTAN. Frente a esta nueva incertidumbre, el viejo continente redobla los esfuerzos para producir materiales de defensa y sus políticos se están armando de valor para persuadir a los votantes de destinar el 2 % del PBI a garantizar su propia seguridad.MÁS INFORMACIÓNDonald Trump 2.0: escenarios de la política exterior de EE UU si el republicano vuelve a la presidencia

La alianza occidental no solo enfrenta el desafío de redoblar el gasto en defensa mientras mantiene la unidad a través del Atlántico, también lidia ahora con un “eje de resistencia” que puede verse tentado a amenazar la hegemonía occidental con un desafío simultáneo coordinado. El fulcro de este eje es la asociación “ilimitada” entre Rusia y China. A cambio de los circuitos avanzados que los chinos le proporcionan para sus sistemas de armas, Vladímir Putin envía a China petróleo ruso barato. Juntos impusieron un gobierno autocrático a la mayor parte de Eurasia.

Si los exhaustos defensores ucranios se ven obligados a ceder la soberanía de Crimea y la región de Dombás a Rusia, el eje de dictadores euroasiáticos habrá logrado desplazar una frontera terrestre europea por la fuerza. Esto amenazaría absolutamente a todos los estados del borde de Eurasia: Taiwánlos países bálticos… y hasta Polonia. Ambos regímenes dictatoriales usarían su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para ratificar la conquista, lo que implicaría tirar a la basura la Carta de la ONU.

Esta asociación de dictadores trabaja junto con un grupo de renegados infractores de derechos, encabezado por Irán y Corea del Norte. Los norcoreanos proporcionan municiones de artillería a Putin mientras traman para invadir el resto de su península y los iraníes fabrican los drones que aterrorizan a los ucranianos en las trincheras. Mientras tanto, los agentes de Irán —Hamás, Hizbulá y los hutíes— ayudan a Rusia y China maniatando a EE. UU. e Israel.

A menos que EE UU logre obligar a Israel a un cese del fuego prolongado, tendrá problemas para controlar conflictos en tres frentes (Asia, Europa y Medio Oriente); ni siquiera con un presupuesto de defensa que duplica al de sus rivales puede mantenerse en pie de guerra en tantos frentes.

La idea de que las democracias del mundo se unan a EE UU y Europa contra la amenaza autoritaria parece una ilusión. No da la sensación de que, en vez de unirse a las del Norte Global, agobiadas por problemas, las democracias en ascenso del Sur Global (Brasil, India y Sudáfrica) se avergüencen de alinearse con regímenes que dependen de la represión masiva, el acantonamiento de poblaciones completas (los uigures en China) y el asesinato descarado (Navalni es tan solo el ejemplo más reciente).

Ciertamente, la cohesión del eje autoritario solo depende de aquello a lo que se opone: el poder estadounidense; al mismo tiempo, sus fines últimos lo dividen. Por ejemplo, a los chinos no les hace mucha gracia que los hutíes bloqueen el transporte de carga en el mar Rojo; la segunda economía más poderosa del mundo no tiene mucho en común con el empobrecido ejército musulmán de resistencia ni con el Irán teocrático.

Además, tanto Rusia como China siguen en una relación parasitaria, beneficiadas por una economía mundial sostenida por las alianzas y la disuasión estadounidenses. Por eso aún vacilan en desafiar al poder hegemónico de manera excesivamente directa… sin embargo, como los tiburones, huelen sangre en el agua. No solo sobrevivieron a las sanciones estadounidenses sino que continuaron prosperando al reemplazar su dependencia de los mercados bloqueados con otros nuevos en Latinoamérica, Asia e India. Tanto Rusia como China descubrieron que el control estadounidense de la economía mundial ya no es lo que era.

Esa debilidad que descubrieron podría tentarlas a arriesgarse a emprender un desafío militar conjunto. Tal como están las cosas, la diplomacia y disuasión estadounidenses lograron mantener dividido al eje. El director de la CIA, William Burns, y el asesor para la seguridad nacional, Jake Sullivan, han dejado abiertos los canales de comunicación con China. Da la sensación de que los ataques estadounidenses de represalia contra Irán convencieron a los teócratas de controlar a Hizbulá y a las milicias en Irak (aunque no a los hutíes, a quienes nadie parece capaz de poner freno).

No hace falta ser un genio de la estrategia para percibir la oportunidad que tal vez estén contemplando China y Rusia: si deciden desafiar abiertamente al orden estadounidense —por ejemplo, mediante una ofensiva simultánea y coordinada contra Ucrania y Taiwán—, EE UU tendría dificultades para enviar rápidamente armas y tecnología a esos frentes.

Las armas nucleares no necesariamente disuadirían a China y Rusia de arriesgarse a tratar de tomar Taiwán y el resto de Ucrania de manera coordinada. Todas las partes pagarían un precio terrible, pero Rusia ha demostrado que está dispuesta a gastar en Ucrania, y es posible que tanto China como Rusia crean que nunca habrá un mejor momento para derrocar a la hegemonía estadounidense. Si unieran fuerzas, enfrentaríamos el desafío más grave al orden económico y estratégico mundial desde 1945.

Nadie sabe cómo sería el mundo tras ese enfrentamiento. Ni siquiera podemos suponer, como siempre hemos hecho, que EE UU vencería si tuviera que enfrentar simultáneamente a dos potencias formidables. Si los pesimistas son quienes imaginan lo peor para impedirlo, todos deberíamos serlo. La prioridad para Estados Unidos debería ser que el eje autoritario no se convierta en una alianza completamente desarrollada.

Michael Ignatieff, expolítico canadiense, es profesor de historia y rector emérito en Viena de la Universidad Centroeuropea. Escribió En busca de consuelo. Vivir con esperanza en tiempos oscuros (Metropolitan Books, 2021) e Isaiah Berlin, su vida (Pushkin Press, 2023).

Traducción al español por Ant-Translation

Copyright: Project Syndicate, 2024.

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Fuente: https://elpais.com/ideas/2024-03-15/china-y-rusia-ante-su-oportunidad-historica-de-derribar-la-hegemonia-de-ee-uu.html

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