• Si todo sale según lo previsto, el módulo Odiseo realizará este jueves el primer alunizaje de EE.UU. desde la misión Apolo 17
  • El mundo vive una nueva fiebre por reconquistar el satélite, con Estados Unidos y China a la cabeza

Vista de la Tierra desde la Luna.
Vista de la Tierra desde la nave Apolo 11, en la Luna, una de las fotos más icónicas de la NASA. NASA

SAMUEL A. PILAR / RTVE

Ha pasado más de medio siglo desde que concluyó la misión Apolo 17, la última del épico programa que llevó al ser humano más lejos de lo que nunca ha llegado. Desde entonces, Estados Unidos no había vuelto a enviar a la Luna ninguna nave, tripulada o no tripulada, a excepción del módulo Peregrine, que el pasado mes de enero fracasó en su intento de llegar al satélite debido a problemas de abastecimiento de combustible.

Esta pausa de 51 años hace que sea tan emblemática la misión IM-1, de la empresa privada Intuitive Machines, que está previsto que este jueves realice el primer alunizaje estadounidense desde 1972. Si todo sale como está programado, el módulo Odiseo se posará en el polo sur de la Luna, con instrumentos científicos de la NASA y demostraciones tecnológicas, en un intento por allanar el camino de futuras misiones en esta región de difícil acceso.

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Después de décadas de desinterés, Estados Unidos parece haber caído rendido de nuevo ante el hechizo lunar, y no ha sido el único país en hacerlo. Otros muchos se han involucrado de lleno en esta carrera espacial revitalizada, entre los que destaca China, con su programa Chang’e, que también planea asentarse de forma permanente en el satélite.

Hasta ahora, solo cinco países han conseguido acceder a la superficie de la Luna: Estados Unidos -el único que ha llevado hasta allí astronautas-, China, Rusia/antigua URSS, India y Japón, que ha sido el último en incorporarse a este selecto club. Otros, como Israel, Corea del Sur o Canadá también se están preparando para explorar el polo sur lunar. Por supuesto, también la Agencia Espacial Europea (ESA), en la que se encuentra España, que en un primer momento irá de la mano de la NASA, aunque después no descarta establecer por su cuenta una base permanente.

“Volver a la Luna tiene cierto interés científico, pero sobre todo se trata de una demostración de poder tecnológico y un primer paso hacia establecer colonias espaciales de forma más o menos permanente. Por lo tanto, podemos afirmar que se trata de una carrera mucho más geopolítica que científica“, valora para RTVE.es Miguel Querejeta, investigador del Observatorio Astronómico Nacional.

En esta nueva pugna ya hay una misión que ha triunfado por encima del resto: Chandrayaan-3, de la India, un país sin apenas tradición en exploración espacial que consiguió ganar por la mano al resto al convertirse en el primero que posaba un módulo no tripulado en el inaccesible polo sur. Tan solo unos días antes, la misión rusa Luna-25 había fallado estrepitosamente, estrellándose contra la superficie del satélite.

Dos actores protagonistas: EE.UU. y China

Sin embargo, la verdadera competición se centra en volver a llevar allí astronautas, algo que entraña una enorme complejidad técnica, y que en la actualidad solo dos actores tienen capacidad para llevar a cabo: Estados Unidos y China. La última misión tripulada que consiguió completar una descenso lunar con éxito fue también Apolo 17, cuyo comandante, Eugene Cernan, sigue teniendo la distinción de ser el último hombre que ha hollado el polvoriento suelo del satélite.

En principio, en este enfrentamiento a dos bandas, la que parte como favorita es la NASA de Estados Unidos, que cuenta con importantes socios, tanto privados como agencias espaciales de otros países -entre ellas, la potente ESA europea-. Pero China podría estar guardándose más de un as bajo la manga. “Puede parecer que la NASA y sus socios van con ventaja, pero lo cierto es que el programa Artemis se va retrasando por motivos técnicos, y que, dada la opacidad del Gobierno chino, resulta difícil conocer cómo de avanzado se encuentra su programa espacial. Por eso, no sería totalmente sorprendente que finalmente China ganara esa carrera por llevar por primera vez tripulantes humanos a nuestro satélite desde hace más de medio siglo”, asegura el astrofísico Miguel Querejeta.

A pesar de que en muchos puntos el programa Artemis es comparable al programa Apolo, no tiene un carácter tan marcadamente faraónico como su predecesor. La NASA ha destinado 93.000 millones de dólares a este nuevo proyecto, cuyo principal objetivo es llevar de nuevo al ser humano a pisar la superficie del satélite en 2026. Sin duda, se trata de una cifra inalcanzable para el resto de las agencias, pero aún así se queda casi en la mitad del presupuesto con el que contó el programa Apolo (estimado en unos 170.000 millones de dólares actuales).

Ahora, para rebajar costes, la agencia espacial estadounidense ha apostado por la participación del sector privado -recurriendo a empresas como SpaceX o la propia Intuitive Machines-. Este nuevo enfoque mixto ya ha comenzado a dar sus frutos, aunque también supone un mayor riesgo de demora de los proyectos, por lo que Estados Unidos podría verse superado por China, cuyo programa Chang’e se está desarrollando bajo el férreo control de la Administración Espacial Nacional China (CNSA) y el Gobierno de Pekín.

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A largo plazo, la NASA planea lanzar misiones tripuladas a la Luna cada año, y construir allí una base permanente al final de esta década, como antesala del salto tripulado a Marte, previsto como muy pronto para la segunda mitad de la década de 2030.

Reservas estratégicas de agua

Tanto Estados Unidos como China han puesto sus ojos en el polo sur del satélite, una inhóspita zona cuya conquista plantea numerosos retos desde el punto de vista científico y tecnológico. ¿A qué se debe esta decisión? Fundamentalmente, a motivos estratégicos, ya que ambas potencias se han propuesto desarrollar una economía lunar, y esta región tiene importantes reservas de hielo de agua, que se utilizaría para obtener oxígeno -esencial para las bases estables-, así como hidrógeno, que ayudaría a crear propelente para los cohetes de cara a misiones espaciales hacia otros planetas. Además, el polo sur lunar cuenta con zonas elevadas que reciben una iluminación solar casi constante, lo que permitiría instalar plantas que generarían energía de manera prácticamente ilimitada.

Al mismo tiempo, la Luna oculta en su interior importantes reservas minerales, como aluminio, hierro o titanio. La explotación comercial de estos recursos podría ser otro de los alicientes que impulse esta nueva carrera espacial, aunque no parece tan claro que se vaya a desatar una fiebre del oro cuyo para suministrar esta materia prima a la Tierra. “La minería lunar es importante, sobre todo, porque si queremos construir bases permanentes en nuestro satélite, resulta mucho más sencillo utilizar los recursos disponibles en la Luna que tener que llevarlos desde la Tierra”, expone Miguel Querejeta, quien sin embargo deja claro que “la posibilidad de utilizar los recursos minerales de la Luna para abastecer a la Tierra es algo mucho más hipotético, ya que en estos momentos no está claro si llegaría a ser rentable”.

“Los minerales que más abundan en la Luna, como el hierro, son afortunadamente muy comunes en la Tierra. Existe la posibilidad de que, mediante las misiones que se están llevando a cabo, descubramos minerales lunares de gran valor y que sean escasos en nuestro planeta, pero en estos momentos eso no deja de ser una conjetura”, subraya.

La Organización de las Naciones Unidas creó en 1967 el Tratado del Espacio Exterior, que establecía que ninguna nación puede reclamar su soberanía sobre la Luna. También determinaba que la exploración espacial debe tener un objetivo fundamental: beneficiar a todos los países. Más tarde, en 1979, se creó el Tratado de la Luna, que entró en vigor en 1984 y en el que ya se incluía a compañías privadas. A grandes rasgos, el texto transfiere la jurisdicción de la Luna y de todos los cuerpos celestes a la comunidad internacional. Sin embargo, a diferencia del anterior acuerdo de 1967, apenas 18 países lo han firmado y ratificado, y en esta lista no está ninguna de las potencias espaciales.

“Los grandes actores involucrados no han firmado por ahora el Tratado de la Luna. Esto plantea muchas dudas sobre qué uso pueda hacerse de los recursos de nuestro satélite; ya que existe el peligro de que se produzca una colonización de amplias regiones de la Luna por parte de un país concreto para sus propios intereses”, asegura el astrofísico Miguel Querejeta, para quien “sería deseable que existiera un compromiso internacional regido por unos principios éticos básicos y motivados por la solidaridad para evitar que la Luna se convierta en un salvaje oeste”.

De manera paralela, Estados Unidos ha impulsado un tratado internacional bautizado como los Acuerdos de Artemis, cuyo objetivo es establecer los principios de cooperación para futuras misiones de exploración y explotación civil en la Luna, Marte y cualquier cometa o asteroide del sistema solar. Entre otras cuestiones, la nueva alianza contempla asuntos como la propiedad o los derechos de explotación de los minerales que puedan extraerse.

Los Acuerdos de Artemis han recibido críticas como las de Rusia (cuyo programa espacial lleva décadas en vertiginoso declive), que no se ha unido a ellos ya que considera que son un intento de legislar el espacio ultraterrestre en beneficio de Estados Unidos. China tampoco los ha suscrito.

Fuente: https://www.rtve.es/noticias/20240222/nueva-carrera-espacial-luna-estados-unidos-regresa-medio-siglo/15971547.shtml

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