… el ciudadano en sentido absoluto
por ningún otro rasgo puede definirse mejor
que por su participación en la judicatura y en el poder.”
Aristóteles, Política, 1275 a, 22-24.

Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez

La política es el arte y la ciencia de la «ciudad», de su constitución y de su conducción, a fin de que sus ciudadanos cubran sus necesidades humanas, tanto físicas como psíquicas, intelectuales, morales y espirituales, en la medida en que esto es posible. «Ciudad» hay que entenderla en su sentido más amplio y también estricto, como las instituciones que precisan las familias que conforman una sociedad, especialmente lo que hoy conocemos como Estado. Éste es la organización jurídica del pueblo a que se someten los ciudadanos.

Aristóteles, en el libro III de la Política, escribe que el ciudadano (polités) es quien “tiene derecho de participar en el poder deliberativo o judicial de la ciudad;” y añade: “llamaremos ciudad, hablando en general, al cuerpo de ciudadanos capaz de llevar una existencia autosuficiente.” (1275 b, 20-22). Hay aquí, por un lado, una identidad entre el ciudadano y el político, que tiene que ver con «polis» y «ciudad»; el primero, griego; el segundo, romano. Por otro lado, se expresa la autosuficiencia de la «ciudad» para lograr sus fines propios.

La identidad entre político y ciudadano tiene que ver con la dimensión y realidad de la «polis» y de la «civitas», que significan «ciudad». De ahí, también en el latín, la dimensión de «cives», ciudadano, y «civil», «civilidad» e incluso «civilización», como un proceso de humanización. Tanto en los griegos como en los romanos, la «ciudad» es para realizar la humanidad de los ciudadanos, mejor dicho, los seres humanos realizan propiamente su humanidad en la «ciudad», con los demás, participando en la construcción de la «ciudad».

Ser ciudadanos significaba participar “en el régimen de la ciudad” (Ib., 1275 b, 31-33). Si consideramos, en México, tanto la Constitución política como las leyes electorales, la ciudadanía tiene, al menos, cinco formas de ejercerse: 1) Como electores con derecho a elegir los poderes públicos elegibles; 2) Como personas elegibles a algún cargo de elección popular (ambos casos, 1 y 2, como derechos de votar y ser votados); 3) Como miembros de un partido político; 4) Como integrantes de la autoridad electoral; 5) Como observadores de los procesos electorales. La identidad entre el político y el ciudadano es patente.

En el libro IV, el Estagirita señala las clases sociales de la «ciudad». La primera es la de los labradores y de todos aquellos que procuran la alimentación. La segunda es la de los obreros que realizan las artes y los oficios; unos atienden lo necesario, y otros el bienestar y el lujo. La tercera es la de los comerciantes. La cuarta es la de los jornaleros. Estas cuatro clases tienen que ver con las necesidades físicas y con el establecimiento de una comunidad autosuficiente. Pero en la «ciudad» hay otras necesidades que apuntan al bien de la misma.

Hay una clase que tiene que ver con la defensa de la «ciudad», es la de los guerreros. Lo que hoy llamamos soberanía, delante de otros estados. Hay además una sexta clase, que tiene que ver con el derecho y la justicia judicial; es la deliberativa. Una séptima clase es la de los ricos, que con su fortuna sirven a la «ciudad». Una octava clase es la de los funcionarios públicos que ejercen las magistraturas. Son gente que ha de ser capaz de gobernar y de prestar servicios públicos (de forma continua o por turnos). Estas clases conforman la «ciudad».

Ahora bien, en los hechos, la ciudad está conformada por pobres y ricos, de ahí que haya permanentemente una tensión entre regímenes políticos: entre la democracia y la oligarquía. Aristóteles, ciertamente, habla de regímenes óptimos y regímenes pervertidos. Entre los primeros, la monarquía, la aristocracia y la república; entre los segundos, la tiranía, la oligarquía y la democracia (Política 1289 a, 26-30). Es curioso que coloque la democracia entre los segundos, pero aclara que, en realidad, hay diversas formas de los dos últimos.

La democracia, dice el filósofo, existe cuando son los libres los que detentan la soberanía, sin importar si son ricos o pobres. La oligarquía, en cambio, cuando la detentan sólo los ricos (Ib. 1290 b, 40-44). Ahí hay una connotación positiva de la democracia: es igualitaria (Ib., 1291 b, 30-34). Otra forma de democracia es la que, en el ejercicio de las magistraturas, tienen acceso a aquél, los poseedores de propiedad o los que tiene capacidad de hacerlo. Una forma más de ella es el acceso de los ciudadanos con ascendencia, pero con apego a la ley. Otra más es la del acceso de todos los ciudadanos al poder, con el gobierno de la ley.

Luego, el filósofo, añade otra forma de la democracia en que la soberanía no descansa en la ley, sino en el pueblo, “esto ocurre cuando los decretos de la asamblea tienen supremacía sobre la ley. Esta situación ocurre por obra de los demagogos.” (Ib. 1292 a, 5-8). El demagogo surge cuando la ley no recoge ni encarna la soberanía del pueblo, sino cuando el pueblo se vuelve tirano y se coloca por encima de la ley. Emerge, entonces, un régimen déspota conducido por los demagogos. Y donde las leyes no gobiernan no hay república.

“La ley debe ser en todo suprema, y los magistrados deben únicamente decidir los casos particulares, y esto es lo que debemos tener por república.” (Ib., 1292 a, 31-35). Es, por tanto, la Constitución y las leyes de la república y no los decretos los que constituyen a ésta. Romper ese orden constitucional y legal ponen en riesgo no sólo a la democracia, sino a la república, a la «ciudad». Y significa también quebrantar sus fines, la «eudemonía», la felicidad de los ciudadanos, que Aristóteles trata en el libro VII, sobre la Constitución ideal.

Estas reflexiones del filósofo nos ayudan, primero, a comprender la naturaleza de lo político y, segundo, a tomar conciencia de la importancia que tiene la ciudadanía. La ciudadanía está inmersa en lo político de diversas maneras, y no puede sustraerse a ello. Actualmente distinguimos, y a veces extrapolamos, al político y al ciudadano, pero no podemos ignorar que en el origen eran lo mismo: polités.

La actual distinción entre Estadomercado y sociedad civil nos permite enfatizar que los dos primeros están al servicio de la última. Como lo estaban cuando se constituyeron las primeras formas de la «ciudad», de la política. Como lo están también ahora, en las formas de la política actual, en que la sociedad civil tiene la última palabra en asuntos públicos, más allá de quienes conducen al Estado o al mercado, incluso más allá de la clase militar.

Post-facio

Ya no hubo espacio para abordar en esta ocasión el tema de la biotipología como herramienta cualitativa para candidatos en campaña. Tal disciplina tiene que ver con las características físicas, psíquicas y de comportamiento de los(as) candidatos(as), a fin de conocer no tanto sus autopercepciones, sino cómo los(as) ven los demás. Ver sus activos y pasivos, sus cualidades y defectos.

Para lo anterior, es relevante conocer a fondo la opinión de dos familiares suyos, dos amigos, dos personas que hayan trabajado con ellos(as), dos que trabajen actualmente con ellos(as) y dos emprendedores. El objetivo es entresacar un esquema de ventajas naturales, talentos y habilidades para explotar la “rentabilidad” de dichos candidatos(as). Lo dejamos para una ulterior reflexión.

Referencia
Aristóteles, Política, versión de Antonio Gómez Robledo, UNAM (Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana), México 2000.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.