#ElRinconDeZalacain | Piñatas, pastorelas, peregrinos, aguinaldos y antojitos, tradiciones decembrinas en Puebla

Por Jesús Manuel Hernández*

Las tradiciones decembrinas han ido variando con el paso de los años, de aquellas costumbres traídas por los franciscanos a las tierras mexicanas a la fecha, las modificaciones quizá puedan considerarse sustanciales.

Apenas empezaba diciembre las familias se organizaban para desempolvar las figuras del nacimiento, el tema central de la costumbre; en los barrios se organizaban los grupos de pastorelas y en algunas parroquias incluso se hacían concursos.

Las ollas de barro afectadas por un golpe se habían guardado a lo largo del año para usarlas como el elemento central de las “piñatas”, en aquellos tiempos todas eran con picos, en realidad una estrella.

Las tías abuelas contaban algunas historias sobre su origen, una de ellas había leído algún libro donde se asentaba su nacimiento en las costumbres llevadas por Marco Polo desde China, donde en la festividad del Año Nuevo Chino se rompía un buey lleno de semillas.

Alguna vez Zalacaín escuchó a una arqueóloga experta en la cultura maya atribuir el tema de romper la piñata a una práctica de los mayas quienes con los ojos vendados y una rama de árbol, un palo, jugaban a romper una olla de barro llena de cacao.

Pero la tradición vivida por la abuela de Zalacaín era totalmente derivada de una costumbre religiosa traída por los franciscanos al Nuevo Mundo y de ahí la construcción de las piñatas en familia, la tarea servía para repetir, para contar historias y reforzar el catolicismo.

Así, al momento de escoger la olla se iban seleccionando también los periódicos y cartones para construir los siete picos para formar la estrella.

En una cacerola se ponía a hervir agua y se agregaba harina y a veces un poco de “cola” el pegamento usado por los carpinteros, para hacer el “engrudo” con un palito, moviendo constantemente para evitar se hiciera “bolas el engrudo” decía la abuela.

Con el engrudo se pegaban los papeles dando forma al “pico” de la estrella, cuya base era cartón, y la abuela repasaba los mensajes religiosos, pues los siete picos correspondían a los Siete Pecados Capitales, y al momento de construir los picos se enumeraban: soberbia, el más grave, y se relataba la desobediencia de Lucifer por querer ser como Dios, es decir, por soberbio; luego seguían la pereza, la envidia, la ira, la avaricia, la gula y la lujuria, éste último pecado nunca quedaba muy claro en la explicación a los niños.

Cada pico era adornado con varios colores, principalmente dorado, y simbolizaban las vanidades del mundo terrenal y las tentaciones del mundo.

De las escobas o cepillos viejos se obtenía el palo, instrumento para vencer a los siete pecados capitales, es decir, contaba la abuela “es la fuerza para vencer al mal”.

La venda en los ojos representaba la fe ciega a los dogmas divinos.

La tradición de romper piñatas se hacía durante las 9 posadas previas al 24 de diciembre, cada posada correspondía a un mes de embarazo de la Virgen María y cada posada también tenía su simbolismo y era costumbre regalar aguinaldos, rezar la letanía, pedir posada, cenar ponche, buñuelos, chalupas, tostadas, pozole, chanclas y un sinnúmero de antojitos poblanos como el socorrido chileatole.

El grupo reunido aquella tarde había quedado sorprendido de la explicación del aventurero quien había sostenido su incompatibilidad con poner Árbol de Navidad, mientras mostraba las figuras de madera policromada, herencia de cinco generaciones, suponía, y cuya custodia había pasado de mano en mano hasta las suyas hacía unas 3 décadas, la Virgen María, San José y el Niño Jesús, se vestían adecuadamente para ser transportados en la “pedida de posada”; la Virgen con vestido blanco y capa azul y un sombrero de paja, y José con túnica verde y capa dorada; el Niño Dios, o Niño Jesús, aparecía hasta el 24 de diciembre y “tenía pestañas naturales”.

Alguna de las amigas afirmó tener en sus manos el cuadernillo usado para “pedir posada” y prometió traerlo para el 16 de diciembre cuando comienza la tradición.

Zalacaín subió a su biblioteca y bajó un pequeño libro donde guardaba algunos trozos de papel manuscritos con algunas estrofas de la letanía de su infancia.

El acto tenía un protocolo, quienes participaban en la pedida de posada se dividían en dos grupos, los de afuera y los de adentro, normalmente los de adentro eran los anfitriones de la casa donde se recibía a los llamados “peregrinos”.

Cada uno de los peregrinos llevaba un farolillo de papel con una vela dentro, María y José eran figuras de yeso o de madera o barro y se cargaban en andas bajo un toldo adornado con papel picado, había músicos en las casas donde la economía lo permitía. Y así, se interpretaban los cantos de letanía.

Los de afuera decían

”De larga jornada

Rendidos llegamos,

Y así lo imploramos

Para descansar”

Y los de adentro respondían:

“¿Quién a nuestras puertas

En noche inclemente

Se acerca imprudente

Para molestar?”

Las dos últimas estrofas decían:

“Entrad, pues ¡oh esposos!

Castos e inocentes,

Cultos reverente

Venid a aceptar”

Y después se abrían las puertas, los chamacos tenían ya en sus manos un atado de cohetes, buscapiés, luces de bengala y una “cuenda” encendida previamente y cuya agitación permitía el fuego incandescente para encender los artefactos comprados en el mercado.

Y entonces se escuchaba:

“Ábranse las puertas,

Rómpanse los velos,

Que bien a reposar

El Rey de los cielos”

Vaya recuerdos, y faltaba uno, el rezo en latín de los franciscanos al otro lado del Río de San Francisco al inicio de la Calenda de Navidad, el texto estaba pegado en una hoja de un papel amarillento por el paso de los años y había dos versiones, en latín y en español.

Y así decía:

“En el año cinco mil ciento noventa y nueve de la creación del mundo, cuando Dios hizo el cielo y la tierra; en el dos mil novecientos cincuenta y siete desde el Diluvio; en el año dos mil quince desde el nacimiento de Abraham; en el año mil quinientos diez desde Moisés y el éxodo de Egipto del pueblo de Israel; en el año mil treinta y dos desde la unción del rey David; en la semana sexagésimoquinta según la profecía de Daniel; en la centésimononagésima Olimpíada; en el año setecientos cincuenta y dos desde la fundación de Roma; en el año cuadragésimo segundo del imperio de Octaviano Augusto, estando todo el mundo en paz, en la sexta edad del mundo, Jesucristo, eterno Dios e Hijo del eterno Padre, queriendo santificar la creación por su advenimiento, concebido por obra del Espíritu Santo y transcurridos nueve meses después de ser engendrado, nace hecho Hombre de María Virgen en Belén de Judá. Natividad de Nuestro Señor Jesucristo según la carne”, decía el rezo, y al terminarlo los frailes se postraban en el piso y lo tocaban con la frente.

Aquellas misas en San Francisco, para recibir la navidad eran coronadas con los antojitos colocados en el atrio, los buñuelos de rodilla, el atole, el champurrado, el ponche de tejocote con guayaba y trozos de caña a veces con un “piquete” de aguardiente, pero esa, esa es otra historia.

*Autor de “Orígenes de la Cocina Poblana, Ed. Planeta

elrincondezalacain@gmail.com

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