La pensadora estadounidense, experta en pensamiento negro, sostiene que la élite cultural y académica debe salir de la zona de confort y escuchar a las nuevas generaciones

La socióloga y profesora Patricia Hill Collins en la Universidad de Cambridge (Inglaterra), el 13 de noviembre. IONE SAIZAR

RAFA DE MIGUEL / IDEAS

Patricia Hill Collins (Filadelfia, EE UU, 75 años) disfruta enormemente la relación con sus jóvenes alumnos en el Centro para Estudios de Género de la Universidad de Cambridge, donde está pasando unos meses como profesora visitante. Pero se nota que esta filósofa, socióloga y activista estadounidense, consciente de que es en la calle, en los proyectos de ayuda a la comunidad, donde se cambian las conciencias y se forja la lucha por una mayor justicia social, no termina de adaptarse al elitismo académico de esta ciudad universitaria británica. Hace frío y viento, a pesar de que el sol radiante extraiga de árboles y praderas las tonalidades más vivas del verde. Hill Collins se deja fotografiar. Contribuye con ganas a esta entrevista. Acaba de recibir el Premio Berggruen 2023, dotado con un millón de dólares (unos 920.000 euros), uno de los premios más importantes de pensamiento, que concede cada año un jurado independiente a las personas “cuyas ideas modelan la autocomprensión del ser humano”.

Black Feminist Thought(pensamiento feminista negro, no publicada en español), escrita por Hill Collins hace ya más de treinta años, bebió de las fuentes de la ficción, la poesía, la música y la narración oral para describir la fortaleza de las mujeres negras, bajo el doble yugo del género y la raza. Hoy es un canon imprescindible para comprender los múltiples matices del feminismo, el racismo y la conquista de la libertad.

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PREGUNTA. “¿Qué es necesario para que la gente negra sea libre?”. Esa ha sido la pregunta básica que ha tratado de responder durante décadas. ¿Está más cerca de lograrlo?

RESPUESTA. No creo que esté más cerca, pero creo que tengo un conocimiento mucho más profundo de lo que significa. La libertad es algo que solo puedes imaginar o plantearte. Nunca la vas a alcanzar del todo. Es una pregunta lineal, que te conduce hacia el objetivo al que aspiras. Lo que hago es observar todo lo que las personas hacen para acercarse más a ese sueño. Y es algo inspirador. Cuando hablo y trabajo con la gente joven puedo percibir cómo creen en las posibilidades que tienen frente a ellos.

P. Su gran método de análisis ha sido la interseccionalidad: reconocer que no basta una perspectiva para responder a las grandes preguntas.

R. Porque la pregunta con la que hemos comenzado a conversar, por ejemplo, no concierne en exclusiva a la gente negra. Es una cuestión referida más bien a una plenitud humana más amplia. Y en ese sentido, parte de mi trabajo también consiste en criticar la actualidad y señalar dónde son necesarios cambios. Tenemos líderes que nos han fallado. Que no son líderes, sino actores. Que negocian con nuestros miedos. Que retrasan las posibilidades de más libertad, ya sea individual, para las personas negras o para que la propia humanidad pueda vivir en el planeta. Nos corresponde a nosotros aprender a percibir la diferencia entre aquellos que pueden sonar convincentes, pero que no tienen otro compromiso más que con ellos mismos de los que están comprometidos con causas más importantes que ellos mismos.

P. Nos corresponde la búsqueda de un consenso…

R. Es una cuestión de organización del trabajo. Imaginemos a grupos de personas centrados en cuestiones de raza, de clase o de género. Se organizan desde esa perspectiva particular y desde ella realizan su trabajo intelectual. Por lo general, suelen ignorar otras perspectivas, y asumen que la suya es una respuesta universal. Siempre replicaré a quien me diga que la causa de todo lo que sucede es el colonialismo, o el racismo. O el patriarcado. Pero no se trata de decir a estas personas que aquella perspectiva en la que se han especializado está equivocada, sino de preguntarles qué pueden aportar desde ella a las grandes preguntas: cómo alcanzar la justicia social, la verdad o la libertad. ¿Cuál es el corazón ético de todas estas indagaciones? ¿Cómo superamos el conflicto y alcanzamos el consenso? El desafío radica en crear el espacio intelectual para que se desarrollen esas conversaciones.

P. ¿Cuáles son las grandes preguntas de nuestro tiempo?

R. En primer lugar, diría que la esperanza. Los intelectuales hemos hecho un gran trabajo a la hora de convencer a la gente de lo horrible que es el mundo, hasta el punto de que los jóvenes estén actualmente desangelados. Yo me considero optimista. Si no lo fuera, ¿qué sentido tendría mi trabajo? Tengo que creer que con mi trabajo contribuyo a mejorar las cosas. Nunca me había imaginado que la gente joven tuviera ahora una visión tan nihilista. Y que su máxima preocupación fuera, precisamente, la segunda gran cuestión: el cambio climático. Siempre he trabajado con gente negra joven. Y recuerdo la conmoción que me provocó hace años una reunión en Cincinnati, Ohio, en la que una activista que trabajaba en proyectos de barrio me explicó cómo el principal problema de su comunidad era que niños de 12 o 14 años no veían un futuro para sí mismos. ¿Cómo es posible que un niño reniegue de su propio futuro? Hay un modo de vincular la esperanza con estos grandes asuntos sin pecar de voluntarismo. Se trata de entender que retos como el cambio climático van a necesitar de un esfuerzo colectivo con muchos actores en lugares diferentes. Y normalmente son los jóvenes, o los más oprimidos, los que despliegan una mayor energía. Lo vemos en fenómenos culturales como el hip hop.

P. Curioso, porque usted señaló primero al hip hop como un vehículo que daba una imagen equivocada e hipersensual de la mujer negra…

R. Empezó siendo algo muy masculino y patriarcal, pero bajo el paraguas del hip hop comenzaron a ocurrir muchas cosas. Entre otras, que las mujeres se incorporaron para desafiar el modo en que se hacía esa forma de arte. El arte ha sido siempre una forma de salvación para la gente. Por eso tantas mujeres jóvenes se sienten tan atraídas por el mundo de la moda. Es fascinante. Esa estética. Ese modo de reivindicar su propio cuerpo. Como ocurrió con el hip hop. “Voy a reivindicar mi cuerpo de un modo que quizá te ofenda a ti, pero estoy en mi derecho de hacerlo”, nos dicen.

P. Y ahí surge el conflicto con las feministas clásicas de la vieja escuela.

R. Bueno, las feministas clásicas, irónicamente, eran mucho más respetuosas con los sistemas de poder de lo que ellas creían ser. Y son estas mujeres jóvenes las que les dicen: “¿No peleaste tú por nuestro derecho a ejercer el control sobre nuestros propios cuerpos y por ejercer este tipo de libertad? Podemos entender que tu batalla no perseguía ese uso de nuestros cuerpos para que las grandes compañías se enriquezcan. Pero si sabemos lo que estamos haciendo y somos conscientes de ello, ¿por qué no vamos a poder?”. Admito que al principio me resultó duro admitir este discurso. Pero debemos salir de nuestra zona de confort y escuchar lo que la gente joven nos está diciendo sobre qué significa ser joven, sobre la fuente de poder que manejan y sobre su poder para forjar una cultura.

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Fuente: https://elpais.com/ideas/2023-11-21/patricia-hill-collins-sociologa-los-intelectuales-hemos-retratado-un-mundo-horrible-y-los-jovenes-estan-desangelados.html

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