#ElRinconDeZalacain | “Digan lo que quieran Aristóteles y toda la filosofía, no hay nada igual al tabaco; es el vicio de las personas decentes, y quien vive sin tabaco no es digno de vivir”, Zalacaín enciende un Partagás, regalado!

Por Jesús Manuel Hernández*

Sobre el consumo e influencia del tabaco se ha escrito mucho; los mesoamericanos sorprendieron a los europeos en el consumo de unas hojas secas, liadas, armadas para ser “fumadas”, le llamaron “tabaco”.

La práctica fue condenada por la Iglesia Católica, se relacionó la inhalación y exhalación del humo con prácticas demoníacas, pero al final se impuso la “moda” de fumar e inundó la práctica a la intelectualidad de los principales círculos europeos, a grado tal su consumo se arraigó y los arquitectos se vieron en la necesidad de añadir a los palacios los “salones de fumadores”.

En Puebla hubo uno muy famoso, desapareció cuando la familia propietaria de una residencia en la avenida Reforma se vio en la necesidad de venderla, aquella casa se convirtió en la sede de la Cámara de Comercio y luego oficina de la Lotería Nacional y del Ayuntamiento de Puebla.

“Fumar es un placer” se convirtió en una premisa de una generación y las imágenes de Sarita Montiel avalaron la práctica de aquel vicio.

El tango “Fumando espero” fue compuesto por Ignacio Corsino y lo hizo famoso Libertad Lamarque, Argentino Ledesma e Imperio Argentina, pero Sarita Montiel interpretó el tango en la película “El último cuplé”, de donde se hizo más famosa la letra.

Zalacaín repasaba una caja de puros recién obsequiada, Habanos, Partagás unos, Cohiba otros, vaya placeres derivados de la amistad.

Para Zalacaín el tabaco había llegado apenas asomó su adolescencia, la picadura de tabaco para pipa primero y después el consumo de los llamados “puros”, años después conocería los “habanos”.

Y la práctica de fumar fue de la mano de la enseñanza de “saber fumar”, no solo de ponerle fuego al puro, más bien de prepararlo para obtener sus bondades, en la boca, en la nariz y en el placer todo de disfrutar un buen puro.

Una frase le había dejado huella, su querido amigo el escultor Santiago de Santiago se la había repetido a finales del siglo XX en un escenario donde el orujo de Martín Códax había culminado la noche.

“Nunca enciendas un puro apagado, ni un amor terminado” le había dicho.

La razón era muy simple, el puro una vez bien encendido debía permanecer en activo bajo el cuidado del fumador; si el habano no había sido bien encendido entonces se apagaba y al intentar volver a ponerle fuego, el olor era verdaderamente desagradable, de donde el buen fumador era bien juzgado por esa habilidad de mantener encendido el puro sin acercarle nuevamente el fuego.

El aventurero había leído en algún ensayo un párrafo, copiado y pegado en una de las cajas donde se conservan los puros, “humidificadores” les dicen los expertos.

Decía el texto: “Digan lo que quieran Aristóteles y toda la filosofía, no hay nada igual al tabaco; es el vicio de las personas decentes, y quien vive sin tabaco no es digno de vivir. Pues no solamente recrea y limpia el cerebro del hombre, sino que también induce al espíritu a la virtud, y permite conocer a las gentes de bien. ¿No os habéis dado cuenta, entre los que lo usan, de la amable manera con que se ofrece a diestro y siniestro? Ni siquiera se aguarda a que lo pidan, sino que uno se anticipa al deseo de los demás. ¡Tan cierto es que el tabaco inspira sentimientos de honor y de virtud!”.

Ese texto correspondía a uno de los diálogos escritos por Molière en 1662, en su obra “Don Juan o El Festín de Pierre” estrenada en 1665 y era pronunciado por Sganarelle un personaje muy humano y con sentido de la comicidad.

Otra de las cajas de puros tenía un pequeño grabado atribuido al venezolano Tito Salas y había servido para acompañar la poesía de Andrés Bello “La agricultura de la Zona Tórrida”, publicada por vez primera en “Repertorio Americano” en Londres en 1826, uno de sus párrafos hablaba de las virtudes del tabaco, y el texto se encontraba a un lado de la ilustración y decía así:

“El vino es tuyo, que la herida agave,

Para los hijos vierte

Del Anáhuac feliz; y la hoja es tuya,

Que, cuando de suave

Humo en espirales vaporosas huya,

Solazará el fastidio al ocio inerte…”.

Vaya curiosidades habían vuelto a la cabeza de Zalacaín aquella tarde tan solo motivado por el valioso obsequio.

Y sin más, para conmemorar la distinción se dispuso a fumar un habano, escogió el Partagás pirámide, curiosamente el mismo puro había fumado unas 3 décadas atrás con Santiago de Santiago asombrado por la firmeza y el tamaño de la ceniza, casi medio puro se mantuvo sin desprenderse, cuestión de experiencia, de saber fumar, de respetar al tabaco, pero esa, esa es otra historia.

*Autor de “Orígenes de la Cocina Poblana, Ed. Planeta

elrincondezalacain@gmail.com

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