Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez

Desde el mismo enunciado nos damos una idea de lo que significa esta disyuntiva. Por un lado, vivir para el tiempo sería agotar nuestra existencia personal en el solo lapso temporal comprendido desde que comenzamos a ser hasta este momento, o hasta que dejemos esta existencia histórica personal. Por el otro lado, vivir -o mejor dicho, querer vivir- fuera del tiempo implicaría descuidar esta historia en la que vivimos, este mundo temporal, y enfocarnos en otra dimensión, otra realidad, otra aspiración. ¿Es posible lo uno o lo otro?

Quizá ni vivir para el tiempo sea posible del todo, por muy intensos que seamos. Agotar la vida aquí y ahora, en su más grande intensidad, entregarse al instante con toda la hondura posible, no sé si sea factible, ¿cómo agotar en ese instante la totalidad de la vida, no digo la totalidad de la vida en sí, sino la totalidad de nuestra vida personal, o siquiera de la que hasta el momento presente hemos vivido? Si disfrutamos el instante en su intensidad o en su totalidad, lo hacemos sólo de ese instante, no de todos los instantes vividos.

Incluso, si trajéramos al presente de nuestra conciencia todos y cada uno de los instantes que hemos vivido, al prestarles atención, quizá descuidemos el instante presente y su intensidad. Un instante presente suele evocarnos momentos del pasado, entonces relacionamos y ese momento presente se enriquece con los recuerdos de los anteriores: lo hacemos significativo. Pero puede surgir una duda, ¿no podemos dirigir nuestra conciencia al futuro? Una imaginación o figuración quizá podría hacer lo que el recuerdo en el momento presente, es decir, una significación o resignificación. Una suerte de luz en el presente.

Quizá en esta ruta estemos cayendo en un juego psicológico y no es este el sentido de lo que quiero señalar cuando leemos el postulado: “vivir para el tiempo”. Quizá se entienda mejor si al anterior postulado lo completamos con el otro: “vivir fuera del tiempo”. Como si dijéramos: vivir simplemente fuera de la realidad, de este mundo; lo que querría decir: evadirse, huir de nuestra situación, de nuestras circunstancias y responsabilidades. Así, la primera cosa significaría agotarse en el tiempo, y la otra, evadirse de él.

Pero desde ya nuestra razón nos advierte que tal enunciado es una falsa disyuntiva: no podemos en realidad ni agotarnos en el tiempo ni evadirnos de él. Nuestra condición parece confirmarlo, aunque no deja de ser una cierta tentación (como toda tentación, tiene sus vericuetos de factibilidad). Amable lector, lectora, espero que habiendo llegado hasta estas líneas no haya yo suscitado su enojo o, peor aún, su aburrimiento. Su curiosidad sería mejor. Porque se daría cuenta que se trata, en efecto, de una tentación de nuestra época.

Otra forma de nombrar ese “vivir para el tiempo” y ese “vivir fuera del tiempo” es, para el primero, “vivir para el más acá”; para el segundo, “vivir para el más allá”. Quizá enunciados así sea más sencillo reconocer ambas dimensiones. Todo viene a colación porque me encontré una nota de Michele Federico Sciacca que señalaba, en alusión a lo que he señalado, las dos tentaciones de nuestros días:

“Las dos tendencias del hombre contemporáneo son abstractas, inhumanas y mortíferas; «vivir en el tiempo»; «vivir fuera del tiempo»: entre ambas consiguen, por la común posición inmanentística del historicismo más integral, que es la negación de la verdadera historicidad y siempre «naturalización» del hombre, en última instancia, su «materialización», el auspicio del tecnicismo cientista.” (1)

El inmanentismo es una postura filosófica que sostiene que no hay otra realidad que la natural-histórica. No hay, por lo tanto, existencia trascendente, más allá del tiempo o de este mundo. Todo se acaba con la muerte y, como antes de nacer, el ser humano vuelve a la nada. Desde luego, el tema de la trascendencia y de una existencia más allá de la muerte ha sido motivo de discusiones filosóficas desde el origen de la filosofía hasta nuestros días. Más que de creencias -que también las hay- se trata de argumentos filosóficos en uno y en otro sentido: unos admiten, al menos como hipótesis, que hay otra vida; otros lo niegan.

En el caso de M. F. Sciacca, se convenció éste de la insuficiencia del inmanentismo porque en sus años juveniles siguió a un filósofo italiano, Giovanni Gentile, que estableció una filosofía conocida como el “actualismo”. Tal pensamiento se basaba en las tesis de W. F. Hegel de que el espíritu absoluto (Dios, el pensamiento en sí) se hace historia, tiempo, cultura, civilización (el pensamiento fuera de sí) y se sintetiza en el Estado (pensamiento en sí y para sí). Desde ahí, el pensamiento se vuelve “Yo trascendental” que es el único inmortal.

Ese “Yo trascendental”, universal, estaba todo “en acto” en el Estado. Para Sciacca el yo personal fenece ante el “Yo trascendental”. Una inmortalidad que no es personal, no puede denominarse propiamente “yo”. Aquí es donde se desilusiona de su maestro y del “actualismo”. Escribe:

“Manifestamos la exigencia de la trascendencia, de una mayor concreción del sujeto y el objeto. El motivo, empero, es uno: ayer el idealismo nos parecía una fe y nos contentamos sin buscar otra; hoy nos parece una filosofía que, como todas las filosofías, no satisface al espíritu, el cual no se conforma sólo con la actitud crítica, sino que reclama a manos llenas la fe, y una fe firme, fuera de discusión.” (2)

Su idealismo primero fue crítico (del actualismo), luego fue objetivo, luego cristiano. En esta maduración de su personalidad filosófica planteó una interioridad objetiva, o un idealismo objetivo. La lógica que hizo fue esta: El Ser por antonomasia es Dios. Cuando Dios crea participa a la criatura de su Ser (pero no es que se vacíe en ella). En el caso del ser humano, Dios le participa de su Ser mediante la idea del ser. Gracias a la idea del ser, el humano no sólo es (existe) sino que se da cuenta de su propio ser, del ser de las cosas y del Ser de Dios.

Así, pues, a partir de esa nota, ni los seres humanos nos agotamos en el tiempo y en la historia (cito de nuevo a O. Paz: “somos más que tránsito histórico”, El arco y la lira) ni vivimos fuera del tiempo: podemos evadirnos, alienarnos, fugarnos, pero no podemos dejar de ser históricos. Esto nos permite decir que no nos ofrendamos al “Yo trascendental” del Estado, ni de la eficacia de la historia, es decir, el poder. Pero tampoco nos quedamos cruzados de manos. Nuestra condición histórica nos exige estar a la altura de nuestro tiempo.

Referencias

M. F. Sciacca, L’interirità oggettivaOpere di Michele Federico Sciacca. III.1, Palermo: L’Epos, 1989, p. 91. La traducción del italiano es mía. Véase también mi libro La modernidad limitada. La idea del ser y el lugar de la razón en el pensamiento de M. F. Sciacca, Cuernavaca: CIDHEM, 2008, pp. 361ss.
M. F. Sciacca, La clessidraOpere di Michele Federico Sciacca. II.2, Palermo: L’Epos, 1993, p. 95.

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