Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez

Como toda realidad humana, la política es compleja y sencilla a la vez; tiene dimensiones complicadas, sutiles e intrincadas y, también, aspectos de percepción simple, aprehensible y definible. Como dinámica de una comunidad, toda persona está involucrada en las decisiones de aquélla: a veces, directamente, si es que las toma; otras veces, indirectamente si es afectada por ellas. Eso hace que la política y las decisiones que en ella se toman formen un complejo, una urdimbre, que no es fácil comprender ni desentrañar. El caos lo complica.

Me gustaría plantearle, amable lector, lectora, un primer tema sobre el ámbito de las decisiones; un segundo aspecto o tema sobre los tipos de políticos (profesional y/o técnico); y, finalmente, los elementos que un político podría presentar para convencer a los electores de que su propuesta es la mejor, o al menos la más razonable.

Sobre el primer tema, el de las decisiones, traigo a colación la reflexión de Paul Ricoeur acerca de los órdenes de la verdad. Lo que nos presenta el pensador francés es un circuito tripartita del conocimiento humano sobre la realidad: 1) el ámbito de la percepción; 2) el ámbito del saber; y 3) el de la decisión.

En primer lugar, lo real es lo que percibimos, lo que captamos con los sentidos, desde que nos levantamos por las mañanas hasta que nos dormimos. Todo ello nos muestra al mundo tal como nuestros órganos sensoriales nos lo presentan. El café que tomamos en la mañana y/o en la tarde, la música que escuchamos, el viento que sentimos en el rostro al caminar por la calle, el día nublado que vemos por la tarde y el aroma de la persona amada que abrazamos por la noche, todo ello, conforma nuestra realidad tal como la percibimos.

La percepción sensible no es toda la realidad. Más allá de nuestros sentidos, está una dimensión que denominamos saber. Todos los días percibimos que el sol aparece en el oriente y se oculta en el poniente. Bajo tal percepción, pensaríamos que el sol gira alrededor de la tierra. Pero no es así. Sabemos que esa apreciación sensible está superada por una verdad: justamente que la tierra gira alrededor del sol. Eso lo sabemos no por la percepción sensible, sino por la demostración racional y, luego, por la comprobación empírica. Así, el que el sol aparezca en el este y se ponga en el oeste, se explica por la rotación de la tierra sobre su eje. Y así como este saber, hay otros muchos saberes que conforman la ciencia. Estamos llenos de ciencia y tecnología que, hoy, es difícil comprender nuestra vida sin ellas.https://44453b39d70987c2870a6135f4e597dc.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

Percepción y saber son los dos primeros ámbitos u órdenes de verdad que constituyen nuestro mundo, lo que llamamos realidad. Empero hay un tercer ámbito del mundo real. Este es el ámbito de las decisiones. Por ejemplo, cuando los científicos deciden organizarse para conseguir mejores salarios, o prestaciones, o financiamiento para sus investigaciones, en estricto sentido, dejan de hacer ciencia para hacer política, para influir en ella. Y así otros gremios, cuando dejan de hacer lo propio de sus saberes y se dedican a incidir en las decisiones, no hacen ciencia o tecnología, sino política. Sólo como colofón: Claudia Sheinbaum hace mucho dejó de hacer ciencia, ahora hace política y hay que ver de qué tipo.

En ciertos casos, algunos extremos, por ejemplo, cuando los científicos liberan la energía atómica, o cuando pueden realizar la clonación humana, en tales casos, dejan de lado el saber y pasan al ámbito de las decisiones; o, mejor dicho, trasladan a otros las decisiones, por ejemplo, los políticos. Fue lo que ocurrió de hecho con Oppenheimer y la confección de las bombas atómicas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki. Cuando se pasa del saber a la decisión, se entra a la dimensión no sólo política, sino también ética. Esta dimensión constituye igualmente nuestro mundo real: vivimos tomando decisiones.

Pasemos al segundo tema, el de los tipos de políticos. Por un lado, están los políticos profesionales, los que se dedican a ganar elecciones, los que buscan la legitimación de su acceso a un cargo de elección popular y la legitimación de sus políticas. Por otro lado, se encuentran los que ejecutan esas políticas una vez que aquéllos están en el cargo. Son los técnicos, los expertos, los que confeccionan y llevan a cabo las políticas públicas. A veces, cuando un técnico busca ganar elecciones, difícilmente lo logra porque no es un político profesional. Viceversa, un político profesional frecuentemente desconoce cómo hacer, ejecutar y evaluar una política pública. Ambos se necesitan.

Lo anterior lo sostiene Bertrand Russell. Según el pensador inglés, la habilidad del político es “adivinar aquello que puede hacer creer que es personalmente provechoso”. En cambio, la habilidad del técnico o experto es “calcular lo que realmente es provechoso”. En ambos casos, con la condición de que la gente así lo crea. Por ello, sería conveniente tener un poco de escepticismo político. La fórmula es relativamente sencilla: una persona cree que si gana un determinado partido las cosas mejorarán; pero si sigue como está o empeora su situación, pensará que si gana otro partido le irá mejor; si la cosa sigue igual o peor, creerá que con otra opción, ahora sí, podrá mejorar. Cuando se desilusiona de todos los partidos, ya es vieja y se encuentra al borde de la partida. Pero algo queda en sus hijos. Y el ciclo se repite.

Por ello, como tercer tema, hay que examinar a los políticos que levantan la mano y quieren el voto popular. Para ello, al menos, hay que mirar cinco elementos que deberían tener los susodichos si quieren dicho voto. Los espectaculares repartidos en todo el país, o en el estado, o en la ciudad, de nada servirán. Le propongo, amable lector, lectora, fijarse en esto:

1) Que la candidata o candidato busque consensos. Para ello, claro, debe tener la inteligencia práctica para lograrlo. No hay que olvidar que la política en su sentido original es convencimiento del otro a través de argumentos, a fin de resolver los problemas que hay en el país, en el estado, en la ciudad. Que sea inteligente, pues.
2) Que tenga credibilidad. Eso significa tener empeño y voluntad para que la gente crea. En otros términos: voluntad política.
3) Que presente objetivos claros. Desde luego, que tenga la capacidad de comunicarlos, de transmitirlos y socializarlos para generar sensibilidad.
4) Que haya dado resultados consistentes y benéficos en la gestión que haya ocupado previamente y que, al presentar sus ofertas electorales señale los resultados concretos que se esperan. Para ello requiere que tenga pericia técnica o que presente un equipo técnico capaz de alcanzar y lograr lo que dice que hará.
5) Que todo lo anterior lo haga en los tiempos adecuados. Esto significa: con la celeridad adecuada, con una agenda bien organizada, medible, razonable; que no se vaya en puro bla, bla, bla. En suma, que se le vean las ganas de trabajar.

Ahora sí, amable lector, lectora, que nos echen a los suspirantes. Recuerde: no son los espectaculares los que convencen a los electores.


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