Por Dr. Román Sánchez Zamora

@romansanchezz

El padrino Vicente, tan calmado, siempre con una biblia.

Siempre me causaba confianza sus palabras.

Nunca hablaba de la biblia, pero siempre que llegábamos tenía una en la mano, la dejaba en un buró a un lado de su cenicero, el cual siempre tenía llaves o dinero; dijo que nunca le gustó fumar, era de cristal, de esos viejos con un pedestal dorado.

Una tarde mi papá necesitaba una llave; por más que la buscó no la encontraba, se quedó pensando y me dijo: “ya se la tiene Vicente, se la presenté ese día que reparamos el tanque de gas, no tenía la adecuada y le llevé la mía”.

Llegamos… Él tenía un vaso de whisky en la mano, pasamos, le dio la llave… nos retiramos.

-Cuando le dan sus crisis toma un whisky, escucha música clásica, desempolva sus VHS y pone un video, o ya no sé si aun tenga ese reproductor, pero siempre pone una película de guerra.

-Allá nos conocimos.

-Los dos en el ejército, esa vez pasaron al aeropuerto por nosotros, debíamos llegar a la Sierra a las 900 horas.

Nos tiraron cerca de un río, había un claro que aún recuerdo, allí tu vida depende de los demás y haces amistades muy fuertes, por todo lo que se vive.

-Fue uno de los últimos saltos que hice en paracaídas.

-A los cuatro días fue intenso; varios plantíos localizados señalados en el mapa, el de transmisiones tardó toda la noche en dar el parte.

Vicente salió pensativo, su fusil, había sido usado, su ropa y cara con sangre, entramos a la casa de cartón.

-Era él o yo, su cerebro está en todo el cuarto- dijo Vicente.

No habló en 16 días.

-Del Ministerio de Guerra llegaron felicitaciones… desde ese día todo cambió y nos fuimos.

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