La desaparición de la marca Twitter (y de su icónico pajarito) señala el fin de una era en nuestra forma de relacionarnos en internet. “Cada vez encontramos más contenido pero menos amigos”, alertan los expertos

ILUSTRACIONES: JOSETXU L. PIÑEIRO

RODRIGO TERRASA / PAPEL

Ocurrió justo durante el debate de Pedro Sánchez y Feijóo de la última campaña electoral. Estaban los dos candidatos arrojándose mentiras en prime time, hablando de pensiones, de falcons, de pactos y de txapotes y de repente un teletipo de última hora: Elon Musk reta a Mark Zuckerberg a un concurso de medirse los penes.

Fin del debate.

No hay otro cara a cara (por no decir otra parte de la anatomía) que supere el duelo cipotudo que han protagonizado en los últimos tiempos dos de los mayores magnates de la tecnología mundial. A un lado, el ingeniero jefe de SpaceX, CEO de Tesla, fundador de OpenAI y dueño de Twitter (o lo que quede de ello). Al otro, el creador de Facebook, director general de Meta, dueño de WhatsApp y de Instagram y probable único habitante del metaverso que un día inventó.

Desde que a finales del año pasado se supo que Elon iba a comprarse Twitter como quien se compra un bocata y que Mark planeaba desarrollar una aplicación similar vía Instagram, los dos han protagonizado una ciberpelotera que se venía calentando al menos desde 2014. El mes pasado, tras casi una década de mutuo menosprecio, Musk retó desde Twitter a Zuckerberg a liarse a puñetazos dentro de una jaula y el fundador de Facebook respondió desde Instagram pidiéndole ubicación para la pelea. Son como chiquillos estos multimillonarios… Mark lleva más de un año entrenando en el noble arte del jiu jitsu brasileño mientras Elon responde a cada novedad de Meta con el emoji de la caca o con ese emoticono de una regla que tuiteó la noche del debate electoral, cuando desafío a Zuck a comprobar quién la tenía más larga.

El trasfondo real de esta exhibición pública de masculinidades frágiles es la batalla por administrar los últimos rescoldos del lucrativo negocio de las aplicaciones supuestamente sociales y, sobre todo, la pugna por controlar el botín de lo que vendrá a partir de ahora. Sea eso lo que sea. En lo que parecen coincidir casi todos los expertos es en que estamos ante el final de una era.

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«Se acabó», proclamó el escritor y diseñador de videojuegos Ian Bogost hace unos meses en la revista americana The Atlantic. «Facebook está en decadencia, Twitter está instalado en el caos. Nunca como ahora pareció más plausible que la era de las redes sociales pudiera terminar… y pronto».

¿Se acuerdan? Facebook nació para reconectarte con tus colegas del instituto. LinkedIn para buscar empleo. Twitter para recortar los blogs y que pudieras charlar con otros usuarios que compartían tus mismas inquietudes. Instagram para ver a tus amigos de vacaciones en la playa… «La idea general de las redes sociales era la creación de redes», recuerda Bogost.

Hoy nada es como era. Hoy tu único amigo se llama algoritmo. Y al dichoso algoritmo le dan completamente igual tus compañeros de clase, se la sopla si tienes o no trabajo o con quién desayunas aguacates frente al mar. Tus inquietudes, tus relaciones sociales y tus mensajes han quedado sepultados por un discurso cada vez más agresivo, más emocional, más polarizado y por una avalancha de tuits, reels, fotos, posts, bailes y stories de gente que no hemos visto en nuestra vida.

«Si entendemos las redes sociales como un lugar donde compartir fotos y vídeos con los amigos, sí parece que esa era está llegando a su fin», asegura desde Estados Unidos el periodista tecnológico Ellis Hamburger, ex empleado de Snapchat y hoy miembro del equipo de storytelling de The Browser Company, una empresa que presume de trabajar para que te sientas en internet como en casa. «Las redes siguen siendo sociales pero de un modo diferente: se centran cada vez más en el contenido y menos en la amistad. Si tus fotos aparecen en el mismo feed que los vídeos que publica TikTok, los reels de Instagram y otros entretenimientos, ¿cómo van a poder competir los contenidos de tus amigos? Nadie puede competir con el algoritmo».

Desde aquel análisis publicado por Ian Bogost en The Atlantic a finales de 2022, la tendencia sólo se ha precipitado. Meta Platforms, la compañía de Zuckerberg propietaria de Facebook, Instagram y WhatsApp, cerró el último ejercicio con la primera caída de ingresos de su historia, un desplome de sus beneficios de un 55% y el despido de más de 11.000 empleados. Y, aunque el número de usuarios de sus aplicaciones sigue creciendo, un estudio realizado por la Universidad de Oxford determinó que Facebook, por ejemplo, tendrá en 2070 más usuarios muertos que vivos.

El caso de Twitter es todavía más evidente por las excentricidades de su jefe. Tras adquirir la compañía, el megalómano Elon Musk entró en el Libro Guinness de los récords como la persona que ha experimentado la mayor pérdida de fortuna personal de la historia: unos 165.000 millones de dólares en poco más de un año. Los ingresos de Twitter -que nunca fue un negocio demasiado rentable- cayeron cerca de un 40% en el último trimestre del año pasado y Musk introdujo una avalancha de cambios en la red social que han acabado por desquiciar a los usuarios de una plataforma ya de por sí irrespirable en los últimos tiempos.

Esta misma semana, mientras Zuckerberg ponía en marcha Threads, su particular red de microblogging, Musk aceleraba su renovación sustituyendo el nombre de Twitter por una X (su empresa se llama X Corp) y ejecutando a su icónico pajarito azul. Otra X en su lugar.

Si las redes son para compartir fotos y vídeos con amigos, sí parece que esa era llega a su fin. Ningún amigo puede competir con el algoritmo

Ellis Hamburger

«Esta no es una empresa que simplemente cambia de nombre para seguir haciendo lo mismo», se explicó Twitter en Twitter tras dejar de ser Twitter. «El nombre de Twitter tenía sentido cuando sólo se trataba de mensajes de 140 caracteres que iban y venían -como los pájaros que pían-, pero ahora se puede publicar casi cualquier cosa, incluidas varias horas de vídeo. En los próximos meses añadiremos comunicaciones completas y la posibilidad de dirigir todo tu mundo financiero. El nombre de Twitter no tiene sentido en ese contexto, así que debemos decir adiós al pájaro».

Y con él, más allá de las cuentas que haga Forbes, se esfuma toda la conjugación del verbo tuitear y toda una forma de entender internet.

«Las grandes plataformas hicieron que sus aplicaciones fueran gratuitas para escalar su comunidad y luego descubrieron que no había vuelta atrás», asegura Hamburger. «El crecimiento sin restricciones se ha convertido en el único camino a seguir, sin importar cómo de irreconocible se vuelva el producto».

Más fotos, más vídeos, más enlaces, más bailes, más clics, más likes, más influencers, más follows, más retuits, más utilidades, más atención… más dopamina, más dinero. Nadie tiene tantos amigos como para rellenar un scroll infinito.

«La interacción social era la clave en el inicio de las redes, los agregadores eran espacios de encuentro», recuerda Carlos Guadián, analista de redes sociales. «Hoy se ha impuesto la dictadura del algoritmo y las redes se han vuelto unidireccionales. Hemos dejado de pensar en la comunidad para pensar en el yo, en el ego. Sigue habiendo conversación entre algunos usuarios, pero la mayoría publican sólo para conseguir el like, el retuit, pero queda poco espacio para la argumentación o la reflexión. Todo por la audiencia».

Varios medios especializados ya han avanzado que los planes de Elon Musk pasan por convertir la red antes conocida como Twitter en algo similar a WeChat, una aplicación china que nació con un formato similar a WhatsApp pero que hoy, además de chatear, permite jugar online, hacer compras, encargar comida a domicilio, pedir un taxi, concertar una cita médica, pagar una multa, domiciliar los recibos de la luz o incluso tramitar tu divorcio.

«Es probable que ese sea el camino para hacer rentable la herramienta, pero desde luego será algo muy diferente a una red social», sentencia Guadián.

El pasado martes, The Wall Street Journal reveló que TikTok no tardará en seguir el mismo camino y este verano podría lanzar un nuevo negocio de comercio electrónico para vender productos made in China en EEUU a través de su aplicación. «Yo a TikTok ni siquiera lo consideraría una red social», aclara Guadián. «Es un atrapamoscas: cuando te quieres dar cuenta llevas dos horas dándole con el dedo para arriba».

Tampoco parece que Threads, el invento de Meta para robarle tuiteros a Musk, vaya a recuperar el espíritu original de la red. «Creo que debería haber una aplicación de conversaciones públicas con más de mil millones de personas», escribió Zuckerberg antes de ponerla en marcha. «Twitter ha tenido la oportunidad de hacerlo, pero no lo ha logrado. Esperamos que nosotros sí».

Su aplicación irrumpió con más de 100 millones de usuarios registrados en menos de 15 días, superando el impacto récord de ChatGPT en su estreno, pero, según la firma de inteligencia de mercado Sensor Tower, el número de usuarios activos ya se ha derrumbado en casi un 70%. El tiempo promedio de uso diario de la aplicación es ahora de cuatro minutos.

Las redes son ahora unidireccionales. Hemos dejado de pensar en la comunidad para pensar solo en el yo, en el ego

Carlos Guadián

«Es completamente irrelevante cuántas personas se registran», explicaba hace unos días Lia Haberman, especialista en marketing de redes sociales de la Universidad de California, en The Wall Street Journal. «Lo que importa es el nivel de participación e interacción y Threads no es en realidad una plaza pública, sino otro negocio con fines de lucro». Otro.

«El rápido ascenso y el declive de Threads (que todavía no ha llegado a Europa) explican lo difícil que es sustituir una red una vez está establecida, sobre todo si las características son más o menos las mismas», analiza Hamburger. «Históricamente, la gente ha estado dispuesta a pasarse a una nueva plataforma social sólo si ofrecía una combinación de un nuevo formato único, la oportunidad de reconstruir un grafo social y el momento perfecto. No veo muchas señales que indiquen que Threads vaya a ponerse de moda, a menos que Twitter implosione de algún modo».

Que Twitter -perdón, X- implosione no parece demasiado complicado mientras siga en manos de un chalado del calibre de Elon Musk. Pero existen otros argumentos que juegan a favor del invento de Zuckerberg como última red (verdaderamente) social.

«Aunque Twitter dejara de existir, que no es lo que está ocurriendo, eso no significa que los medios sociales como fenómeno cultural y generacional estén en peligro. Puede que veamos cambios, incluso drásticos, pero pronosticar el fin de las redes sociales me parece una miopía», replica el periodista italiano Francesco Zaffarano para tirarnos por tierra el reportaje. «Infinidad de veces se ha predicho el fin de las redes y los periodistas son especialmente proclives a hacerlo porque existe una relación histórica de amor-odio entre el periodismo y las plataformas».

Si esto no es un punto final sino uno de esos cambios drásticos en la industria tecnológica, ¿hacia dónde nos dirigimos entonces? «Creo que los medios sociales experimentarán más con formas de aumentar el tiempo de permanencia a través de sugerencias y despriorizando las cuentas que intenten llevar a los usuarios fuera de la plataforma», analiza Zaffarano, jefe de contenido de la agencia Will Media. «Tengo curiosidad por ver qué papel desempeñarán las plataformas de mensajería privada: se habla menos de ellas, pero las comunidades llevan mucho tiempo moviéndose detrás de grupos privados y chats».

«La batalla por los usuarios entre Twitter y Threads demuestra que las plataformas sociales siguen siendo importantes para mucha gente», comparte Lisa Given, profesora de Ciencias de la Información en el Royal Melbourne Institute of Technology. «Se trata de una gran oportunidad para Zuckerberg de aumentar la base de usuarios de su empresa atrayendo a los usuarios de Twitter al metaverso. Al vincular Threads a Instagram, espera conseguir seguidores fieles en ambas plataformas, al tiempo que conserva las características únicas de cada red. Cuantos más cambios introduzca Elon Musk en Twitter que no atraigan a sus usuarios, más probable será que la gente se pase a Threads».

Pero, ¿están los usuarios dispuestos a adentrarse en una nueva red social en mitad de esta batalla de penes a lo Silicon Valley o es la desaparición de Twitter la excusa perfecta para abandonar de una vez por todas la adicción a las pantallas?

Puede que veamos cambios, incluso drásticos, pero pronosticar el fin de las redes me parece una miopía

Francesco Zaffarano

«El declive de las redes empezó hace varios años, cuando las diferencias entre las plataformas se hicieron cada vez más difíciles de ver», explica Given. «La gente acudía a Twitter para compartir información breve basada en texto y utilizaba Instagram para compartir fotos. Ahora, casi todas las plataformas permiten subir texto, imágenes y vídeos. Empiezan a parecerse, pero no están bien integradas y la gente se siente abrumada con demasiadas aplicaciones que ofrecen funcionalidades similares».

Lo que la ciencia llama ya «la fatiga de las redes sociales» se ha disparado en los últimos años en todo el mundo, especialmente tras la sobredosis tecnológica que vivimos durante la pandemia. Según el Barómetro Jóvenes y Tecnología realizado por la fundación Fad en 2021, el 47,4% de los jóvenes españoles valora más el tiempo de desconexión de internet y de las redes sociales tras las crisis del coronavirus.

«Cuando las redes llegaron a nuestras vidas, el problema era conseguir la conexión ubicua, los datos eran caros y se nos acababan los gigas», recuerda Guadián. «Hoy nuestro problema es encontrar espacios de desconexión».

«El mensaje original que nos vendieron estas plataformas -que eran una herramienta revolucionaria y que cambiaban el mundo a mejor- se desvaneció hace tiempo», apunta la escritora y periodista irlandesa Roisin Kiberd. «Creo que hemos llegado al final de una era. Hoy conocemos las redes sociales como lo que son: un infierno digital».

Kiberd, que ejerció como periodista tecnológica en Londres y Dublín, acaba de publicar en España un ensayo titulado justo así: Desconexión (Alpha Decay), una colección de textos que retratan su viaje personal por el lado oscuro de la vida digital. «A menudo pienso en que las redes sociales serán el legado que mi generación, los millennials, deje al mundo. Es tremendamente disfuncional. Sospecho que se nos recordará como se recuerda ahora a los boomers, como idealistas, equivocados y, en última instancia, bastante hipócritas. Es difícil comprender, a estas alturas de la historia, el profundo efecto que estas redes han tenido en la sociedad mundial, pero es enorme».

La alternativa es todavía difícil de adivinar, pero ya hay expertos que pronostican que nuestros followers, nuestros amigos en la red y los influencers más influyentes ya no serán de carne y hueso, sino creados por una inteligencia artificial. «La gente siempre encontrará nuevas formas de crear comunidad», defiende la profesora Lisa Gevin.

«Ya hay gente que se pasa horas y horas hablando con un chatbot, existen parejas virtuales e inteligencias artificiales que hacen de soporte psicológico y hasta influencers que están entrenando modelos de lenguaje para que se comporten como ellos en la red y puedan charlar con sus seguidores a cambio de una suscripción», avanza Carlos Guadián.

-¿Volverán las redes sociales a ser lo que eran?

-No creo que volvamos nunca al estadio inicial, pero llegará el momento en que cada uno de nosotros podrá generar una inteligencia artificial para que le sustituya en el grupo de WhatsApp de padres del cole.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2023/07/29/64c3d226fc6c83922d8b45e2.html

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