#PorSoleares En la sucesión poblana se ve, se siente, los aspirantes buscan proteger el establishment de los últimos sexenios

Por Jesús Manuel Hernández

Hace algunos años cuando Rafael Moreno Valle Rosas asumió el cargo de gobernador, se iniciaron una serie de acciones en la obra pública, el diseño de puentes, colores, materiales, símbolos, diría a sus íntimos, para dejar en claro quién era el gobernador.

Así la letras “RMV” empezaron a disfrazarse a esconderse en los proyectos del político y algunas acciones fueron detonantes del nuevo estilo.

Un ejemplo, quizá el primero, fue la remodelación o adecuación del llamado Edificio de Protocolos en la Juan de Palafox y 2 Norte, donde pocas veces despachó pero fue preparado para servir de una especie de “bunker” del gobernante.

Contaban los expertos que el blindaje de los vidrios del edificio, el sistema de seguridad y dotación de armas en el interior era sospechosamente exagerado.

Y lo mismo sucedía con el personal encargado de “custodiar” al personaje, de 18 a 24 elementos, bien armados, mejor entrenados, se movían en vehículos con características militares donde se podían observar armas que ni siquiera el Comandante de la Zona Militar tenía en sus activos como general para su custodia.

Un amigo de la adolescencia, también nacido en Estados Unidos, con quien la familia de su abuelo había mantenido muy buenas relaciones con el general Moreno Valle, le preguntó un día, en lo íntimo de la intimidad, la razón de la seguridad exagerada y altamente visible.

Rafael respondió: “la gente tiene que verme como el futuro presidente de México”.

La anécdota viene a cuentas por la actitud de los aspirantes a gobernar Puebla. ¿A quién se le ve como el futuro gobernador, quién se ostenta en actitudes, vestimenta, trato, incluso capacidad de colaboradores para formar un gobierno en Puebla?

En el análisis se decantan algun@s. “Mucho ruido y pocas nueces” diría el observador, muchos tuits, más fotos y hasta lamidas de perro, pero poca actitud seria de “parecer ser gobernador”, más bien, figuras desalineadas, improvisadas, ansiosas del reflector, discursos vacíos, repetitivos y cansones para el auditorio.

Varios de los aspirantes se han entrevistados con los mismos grupos, pocos, muy pocos, han dejado un “topo” para saber las reacciones al interior de los llamados “grupos de poder”.

Dentro de esas actitudes se observa particularmente a uno de los aspirantes, que camina, se mueve, habla, reacciona, sonríe, saluda, como gobernador, quizá por eso, a esa corcholata se le hayan pegado ya tantos políticos del pasado, no siempre con el requisito aquel de tener “orejas de elefante, piel gruesa y cola pequeña”.

Todo eso hace que la observación se reduzca a una especie de tendencia a proteger el establishment de los últimos sexenios, al margen de con qué gobierno sirvieron, aunque algunos han ganado el campeonato de chapulines poblanos, asunto que está por demás poner como defecto, pues al fin y al cabo los electores poco se fijarán en esas historias de vida.

Así las cosas, el establishment va ganando terreno en las percepciones de por dónde masca la iguana.

Y es que tras bambalinas, el aspirante, los compañeros de aspiraciones, los suspirantes, han empezado a establecer una especie de “Statu quo ante bellum”, dicho de otra manera el viejo PRI está de vuelta.

O por lo menos, así me lo parece.

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