La banalidad en política no ha sido buena consejera, menos cuando desde el poder se provoca, se siembra y por desgracia se cosechará.

Por Jesús Manuel Hernández

De un tiempo a la fecha la práctica de la política ha dejado de ser seria. Puede que en el camino la intervención de los mensajeros, los intermediarios, los medios, los voceros de tal o cual facción, tengan culpa.

Aquella práctica de no improvisar las intervenciones en público hacía que los políticos o bien leyeran o se aprendieran de memoria los argumentos.

El objetivo, decían los asesores, era no dejar espacio para la mala interpretación y menos dar lugar a una “libre interpretación del mensaje”.

De ahí que los políticos gobernantes no se prestaban a las entrevistas llamadas “callejeras”, menos a pararse frente a un grupo de reporteros para hablar sin censura, sólo lo hacían con los de confianza, de lo contrario las filtraciones inundarían las páginas de los diarios.

Pero la llegada de los nuevos sistemas y técnicas de comunicación ha ido abriendo el comportamiento de los políticos, en algunos casos para bien, cuando el actor está preparado y maneja correctamente el lenguaje, es decir construye oraciones gramaticales usando el idioma español; en otros casos es el origen del caos en las relaciones políticas y las consecuencias suelen ser graves, al grado de colocar a los actores en el papel del “negro de la feria”.

Una falla en lo expresado da pie a una campaña de desprestigio.

Por eso en el pasado el gobernante solo hablaba lo necesario y su vocero “leía” los comunicados de prensa.

Pero la sociedad fue demandando la participación “en vivo” de los actores de la vida política, y empezaron los problemas.

Hace años era impensable un “debate” entre contrincantes por el mismo cargo. Si no mal recuerdo, fue Enrique Montero Ponce quien convocó a Guillermo Pacheco Pulido y Francisco Fraile, ambos aspirantes a la Presidencia Municipal de Puebla, a “debatir” por primera vez en vivo en la radio.

Después los organismos empresariales buscaron el papel de moderadores de los encuentros con aspirantes, algunas universidades privadas, y otros organismos, con fines muy particulares, donde se buscaba “hacerle el caldo gordo a uno de los aspirantes”.

Y entonces asumieron influencia los “asesores” mal llamados primero de “imagen” y después de “comunicación”.

Al paso de los años, los protagonistas de la información han sido los propios políticos, manejan sus cuentas de redes sociales, escriben en diarios, son comentaristas y a veces con éxito.

Por desgracia en otros escenarios son los propios políticos los causantes del deterioro de la comunicación, de la degradación de la información, de la banalización de las dos actividades, la del ejercicio político y la comunicación.

La improvisación quizá sea responsable de parte de estos escenarios. Quien se cree todopoderoso suele no preparar sus intervenciones, y a veces se cumple la sentencia que antes aparecía en algunas premisas de los entrevistados: “antes de hablar conecta la lengua con el cerebro… o aquella más antigua de “el hombre es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras”.

Ambos ejemplos tienen seguidores en la actualidad, las filtraciones del tal “Alito” apenas son un ejemplo, otros casos se filtran por sí mismos y “en vivo y a todo color”.

La reflexión viene a cuentas por la sucesión gubernamental en Puebla donde la banalidad va haciendo su trabajo y se pone como tapete rojo en la recepción del espectáculo.

De uno y otro lado están surgiendo, alimentando y retroalimentando discursos de odio que derivan en el desinterés de los ciudadanos y aumentan la banalización de las expresiones.

Quizá no se den cuenta quienes las producen o las padecen, pero a “sotto voce” al más puro estilo poblano, el cotilleo está dejando sin reconocimiento la labor de los políticos, quienes no se dan cuenta de la realidad por aquello de practicar, como decía el cuento ese “espejito, espejito, dime quién es el más bonito…”.

Dos anécdotas:

Gobernaba Mariano Piña Olaya, un hombre de carácter fuerte y amplia ironía con un nivel de tolerancia muy escaso.

Acostumbrado a las reuniones entre los ricos de la Ciudad de México, amigo del presidente Miguel de la Madrid, hablaba varios idiomas y no entendió a la sociedad poblana, nunca.

Su llegada fue cobijada por empresarios deseosos de hacer negocios, que por ambición hasta en el futbol se metieron y algunos perdieron mucho dinero.

El gabinete de Mariano fue, como el de muchos gobernadores, dividido en dos grupos, los de confianza y los necesarios para cubrir el expediente.

Todos sabían de la fuerza y control del gabinete que ejercía Alberto Jiménez Morales, “Don Alberto” le decían.

Enrique Montero se burlaba de él en Esquina Radiofónica y lo comparaba, sin decir nunca su nombre con el “Bienamado”, un personaje de una telenovela con mucho rating en esos tiempos, cuyo argumento describía a un alcalde, Odorico Paraguacu, demagogo y corrupto, quien buscaba por todos los medios inaugurar su máxima obra, el nuevo cementerio del pueblo.

Montero Ponce narraba todas las mañana el avance de la telenovela, titulada “El Bienamado” y soltaba con ironía las comparaciones con los personajes locales.

Las consecuencias fueron graves.

El gobernante Piña Olaya, segunda anécdota, acostumbraba hacer reuniones con sus colaboradores y algunos empresarios metidos en el quehacer, las cenas se convertían en tertulias donde el gobernador disfrutaba de los papeles escenificados por los colaboradores. Alguno declamaba, otro cantaba, otro más contaba chistes de los enemigos del gobernador y así, se pasaban horas y horas bebiendo whisky, a veces algún vino, tequila, y fumaban puros, habanos, aunque la mayoría no sabía hacerlo, Piña Olaya se reía de los bufones de su corte.

Alguna noche fue invitado a la tertulia el titular de Cultura, Efraín Castro Morales, y el gobernador le preguntó “¿Y tú Efraín qué gracia tienes?”.

Castro le respondió, serio, “yo escribo Mariano, hago libros, historia…”. A los pocos días la Secretaría de Cultura estrenó titular.

La banalidad en política no ha sido buena consejera, menos cuando desde el poder se provoca, se siembra y por desgracia se cosechará.

O por lo menos, así me lo parece.

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