El legendario Pierre Cardin, pionero del prêt-à-porter, ha fallecido a los 98 años. En 2015 nos recibió en París para hablarnos de sus orígenes, su paso por Dior, la vez que su amigo Dalí le pidió un puñado de hormigas. Recuperamos la entrevista.

VERA VERCOVITZ / VANITY FAIR

“Fidel Castro era muy agradable e inteligente; un tipo sociable y cultivado… y también tenía buenos vinos en su bodega, no crea”

Era 1951 y Carlos de Beistegui, un magnate mexicano de origen vasco, decidió celebrar una gran fiesta en su palazzo de Venecia. Sería la primera después de la Segunda Guerra Mundial, y con ella trataría de recuperar el esplendor de los famosos bailes de máscaras de antaño. Invitó a toda la jet set internacional. Desde el Aga Khan, hasta estrellas de Hollywood como Orson Welles, pasando por multimillonarias como Barbara Hutton.

“A mí, que por entonces trabajaba en Christian Dior, me propusieron elaborar los disfraces de muchos de los invitados. Pasé casi un año involucrado en el proyecto, pero cuando llegué a Venecia me quedaba el encargo más delirante. Mi amigo Salvador Dalí me dijo: ‘Pierre, necesito un puñado de hormigas’. Como comprenderá no resultaba fácil encontrar esos bichitos en el centro de Venecia, así que me tuve que ir al campo. Cuando volví con una caja llena, Dalí las metió en unas gafas con doble cristal y se pasó toda la noche con esos animalitos recorriendo inquietos su mirada”.

Hoy soy yo quien se siente hormiga ante la mirada afilada de Pierre Cardin (Italia, 1922) . Es un señor que camina con pasos cortos mientras se apoya en el brazo de su sobrino Rodrigo Basilicati, un hombre corpulento de 40 años. Al presentarse ha lanzado un poderoso: “¡Hola! Me gusta mucho España ”, en un español perfecto y ha extendido levemente el brazo para estrechar mecánicamente nuestras manos.

Antes de su llegada, uno de sus asistentes me ha aleccionado con complicidad. “Le gusta la gente con carácter y decidida. Es mejor no mostrarse excesivamente complaciente. Le encanta hablar de su pasión, el cine. Mejor deje el tema de las gafas para el final. Presume de mantenerse activo a su edad. De hecho, hoy es domingo y ha decidido trabajar”.

Con “el tema de las gafas” se refiere al modelo Evolution de gafas Pierre Cardin, que el diseñador ha realizado con el grupo italiano Safilo. Con ellos lleva años colaborando. Nos sentamos alrededor de una mesa.

pierre cardin

© PABLO ZAMORA

—No descansa ni los domingos.
—Bueno, estoy aquí por ustedes. Me hubiera quedado encantado en mi casa del sur de Francia, así que hablemos de las gafas.

Hay algo inquietante en esa mirada que Pierre Cardin me dirige una y otra vez tras responder lacónicamente a mis preguntas. Quizá esté cansado, tiene 94 años, o sencillamente no le apetece hablar. “De eso ya hace muchos años”; “Usted no había nacido ”; “He conocido a todo el mundo”. Solo a veces, de forma aleatoria, decide explayarse sobre alguna de las peripecias de su vida. Entonces explota en una risita afónica y el ambiente se relaja. Pero de repente parece recordar quién es, y vuelve a meterse en la piel de Pierre Cardin, uno de los diseñadores más importantes del siglo XX, contemporáneo de Christian Dior, Yves Saint Laurent, Balenciaga.

El inventor del prêt à porter, el primer costurero de occidente en hacer negocios con oriente, uno de los hombres más acaudalados de Francia (según la revista francesa Challenges.fr ocupa el puesto 148 con una fortuna de 400 millones de euros) y el único costurero que aún es dueño de su marca. En definitiva, un señor mayor, divo y rico que contesta como le da la gana.

Pierre Cardin nació en Venecia en una enorme finca rodeada de viñedos. Su padre, Alexandre, era un terrateniente que explotaba sus propiedades y dirigía un próspero negocio de hielo para conservar alimentos. Su madre, María, se dedicó a criar a sus nueve hijos. Se podía decir que era una familia acomodada hasta que llegó la Primera Guerra Mundial: “Entonces se arruinaron y mis padres decidieron emigrar a Francia”, recuerda el diseñador. Con ocho años descubrió su atracción por la moda cuando una amiga le prestó su muñeca y él le cosió un vestido con unos trapos viejos de su madre. Desde entonces creció con una idea fija en la cabeza: instalarse en París y convertirse en diseñador.

Realizó su primer intento a los 17 años cuando se subió a su bicicleta dispuesto a recorrer los 500 kilómetros que le separaban de la capital. Pero cuando apenas llevaba unas horas de viaje se encontró con un obstáculo insalvable: un control militar. Era el año 1940 y Francia estaba ocupada por los nazis. Resignado, emprendió el camino de vuelta. Pero a su paso por Vichy, sede del nuevo gobierno durante la invasión, decidió quedarse a vivir en la ciudad. “Pasé allí toda la guerra trabajando de contable para la Cruz Roja. Fue una época de mucha miseria, pero he de reconocer que a mí no me fue mal”.

pierre cardin

© PABLO ZAMORA

Esa frase podría resumir el leitmotiv de su vida. A Cardin, efectivamente, no le ha ido mal. Podría cenar en su propio restaurante (Maxim’s) , asistir a su propio teatro (Espace Cardin) y visitar su propio museo. A punto estuvo de tener su propio rascacielos en Venecia, pero las autoridades paralizaron el proyecto en 2012: “Pura envidia”, asegura displicente. El edificio donde realizamos la entrevista, una elegante construcción del siglo XVIII en pleno corazón de París, es de su propiedad. Está flanqueado por otros dos inmuebles igual de grandes, igual de elegantes e igualmente suyos. “Creo más en el ladrillo que en los bancos. Prefiero invertir en algo caro que sé que mañana podré vender aún más caro”. Y con ese criterio compró Maxim’s en 1984, por entonces, el restaurante más glamuroso del mundo.

—¿Cómo era Pierre Cardin con 20 años?
—Un principiante. Un chico ambicioso que trabajó mucho para tener éxito.

—Defina su carácter.
—Soy extravagante. No soy nada conservador. Si lo fuese nunca habría tomado tantas decisiones arriesgadas en mi vida.

Cardin llegó por fin a París en un gélido invierno de 1945 con un tesoro en el bolsillo. El contacto para trabajar en Chez Paquin, la casa de moda más importante de la ciudad. Iba recomendado por la condesa de La Cambredette, una aristócrata de 50 años con quien había entablado amistad en Vichy. Enseguida demostró que controlaba su oficio como nadie. No solo dibujaba, cortaba y cosía estupendamente, también sabía aprovechar estupendamente cualquier oportunidad. La primera le llegó a través del dramaturgo Jean Cocteau, quien le pidió que realizara el vestuario de su película La bella y la bestia.

La segunda, de la mano de Christian Dior: trabajar con él en la boutique que estaba a punto de abrir. “Empezamos de cero. No teníamos ni planchas. Fui yo mismo a comprarlas”, recuerda. Pero Cardin no había nacido para ser el segundo de nadie. Tras unos años decidió abrir su propio atelier. “El día de la inauguración Dior me envió un ramo de rosas rojas. Con él aprendí lo que es la verdadera elegancia ”. En solo cinco años se había convertido en el modisto favorito del mundo del cine, se había hecho íntimo de artistas como Buñuel y Dalí y Christian Dior lo había propuesto como costurero oficial de uno de los eventos del siglo: el baile de máscaras de Carlos de Beistegui.

pierre cardin

© PABLO ZAMORA

La elegancia clásica, en su sentido más estricto, no es precisamente el adjetivo que mejor define el trabajo de Pierre Cardin. En sus diseños predominan las figuras geométricas, las rayas, los círculos y los triángulos, y utiliza materiales como la fibra o el vinilo. En 1954 su robe bulle da la vuelta al mundo y en los sesenta diseñaría los trajes con cuello Mao de los Beatles. “Mi objetivo era que mi nombre y mis creaciones estuvieran en la calle. Las celebrities y las princesas me daban un poco igual. Cenaba con ellas, por supuesto, pero no las veía con mis diseños. Hubieran estado ridículas”.

En 1959 decide conquistar literalmente la calle. Adiós a los encorsetados salones de alta costura. Concibe la primera colección prêt à porter y la vende ¡en unos grandes almacenes! El escándalo fue mayúsculo. La vieja guardia se le echa encima. Lo expulsan de la Cámara Sindical de la Alta Costura (en la que había ingresado unos años antes y en la que volvería a ingresar unos años después) , y lo acusan de estar solo interesado en hacer caja.

—¿Cómo vivió aquellas críticas?
—Yo soy independiente. No me ocupo de los demás. Ya tengo bastante con ocuparme de mí. Solo me interesa lo que yo hago.

—¿Ha sido un revolucionario para el mundo del moda?
—Contestatario de las ideas recibidas. Hacía trajes de mujer y de hombre. Era el único que hacía moda para hombre.

—¿Por qué tomó esa decisión?
—Me di cuenta de que era un mercado por explotar. Yo quiero ser el primero. Prefiero ser el primero que el segundo.

Y si hay un mercado por explotar, ahí está Pierre Cardin. Cuando Japón era solo un país lejano arrasado por dos bombas atómicas, cogió un avión y decidió investigarlo. “No había nada. Un grano de arroz ya era una comida. Estaba lejos, lejos, lejos… Contaba los días, las horas, los minutos para volver a París”, recuerda. A Japón le siguieron China, Rusia, India… No viajaba solo. Le acompañaban su socio e íntimo amigo André Oliver, su directora de moda, madame Alfan, casada con el embajador de Francia en Estados Unidos e íntima amiga de Jackie Kennedy, y un montón de maniquís. Allí donde aterrizaba lo recibían con honores de jefe de Estado.

pierre cardin

© PABLO ZAMORA

En Rusia organizó un desfile para Raisa Gorbachov: “Una mujer encantadora”. En India presentó la colección ante Indira Gandhi. Organizó un desfile en el desierto de Gobi, y otro en Alaska. “He conocido a todos los grandes jefes de Estado. Mandela, Fidel Castro, Gorbachov…”, asegura con orgullo. “Y también ha conocido a Putin”, apunta en un susurro su asesor. “Es verdad. Él firmó los primeros contratos que hice con Rusia. Era joven, tenía 25 años. Fue él mismo quien me lo recordó. Me dijo: ‘Le conozco desde su primer contrato’. Con la ayuda de un traductor, evidentemente ”.

Pero vender lujo por el mundo no resultaba barato. Las tasas de aduana eran excesivas y los precios terminaban siendo prohibitivos. Así que Cardin ideó un sistema de licencias que, para su época, dejaría atónito a cualquier gurú del marketing del siglo XXI. Los empresarios locales fabricarían sus productos a cambio de una licencia. En poco tiempo todo tipo de artículos Pierre Cardin invadieron todo tipo de mercados en todo tipo de países. Desde camisas, polos y cinturones, pasando por toallas, vajillas, muebles, chocolate, agua… ¡y hasta latas de sardinas! Hubo una época en la que uno podía vestirse, comer y amueblar su casa solo con productos Pierre Cardin.

Además de cenar en cualquiera de los 18 Maxim’s que se abrieron por el mundo. La invasión fue tan brutal que su marca se empezó a devaluar. Sus coetáneos lo despreciaban. “Por qué no una licencia para papel de váter”, sugerían las malas lenguas. “Es un excéntrico. Un chiflado. Solo le interesa el dinero”, añadían. Pero él, aún hoy, presume de aquella jugada. “Todos decían que mi marca iba a desaparecer en dos años. Hoy soy el único diseñador del mundo que mantiene la propiedad de su firma al cien por cien”.

—Estuvo a punto de hacer negocios con Fidel Castro.
—Sí, quería que le otorgara una licencia para comercializar sus puros bajo la marca Maxim’s.

—¿Y qué pasó?
—Noté algo raro. Quería utilizarme en su política respecto a Estados Unidos. No quise seguir.

—¿Como era Fidel?
—Muy agradable e inteligente; un tipo sociable y cultivado.

—Negocios entre un capitalista y un comunista…
—Él también tenía buenos vinos en su bodega, no crea.

pierre cardin

© PABLO ZAMORA

No necesitó a Castro para hacerse millonario. Todo lo que nos rodea es suyo. Los enormes salones, los muebles robustos y el coqueto museo con obras de art déco situado en el último piso y abierto al público. Más tarde, cuando el diseñador se haya marchado con un insólito “¡Hasta la próxima!”, su sobrino nos dará una vuelta por este laberíntico edificio de estancias vacías y aire decadente.

Lo alquilamos para fiestas de gente joven. Ayer justo celebraron una. Había una cola enorme que rodeaba el edificio ”, cuenta. Resulta extraño imaginar los salones del restaurante más glamuroso del siglo XX, donde cenaban Onasssis, los Kennedy y Orson Welles, invadido por jóvenes barbudos con pantalones pitillo. “Esta es su mesa”, explica Rodrigo mientras señala una esquina de Maxim’s. “Muchas noches viene a cenar aquí”, asegura. Su tío tiene la costumbre de controlar en persona cada rama de su negocio. No hay papel que no pase por sus manos. Firma los cheques, controla las cuentas. Incluso decide algunos de los platos de la carta. “Al primero que me tiene que gustar es a mí, que soy el dueño”, repite.

Desde hace 15 años, organiza en Lacoste, al sur de Francia, un festival de danza, cine y teatro, tres disciplinas por las que siempre ha sentido debilidad. Allí compró y rehabilitó el castillo que perteneció al marqués de Sade. “He vivido la dolce vita, pero la de verdad”, bromea, y se levanta para hacer las fotos. Mientras espera las órdenes del fotógrafo y se prueba las gafas que ha diseñado para Safilo, comenta con aparente ingenuidad: “¿Usted es muy joven, no? A mí me hacía fotos Cartier Bresson”. Y mira impertérrito a la cámara con las gafas de sol puestas.

Su vida ha sido de película. Su relación con la actriz Jeanne Moreau les convirtió en una de las parejas más perseguidas de la época, y muchas de las grandes estrellas de Hollywood, como Lauren Bacall, Jean Seberg o Mia Farrow, han desfilado para él. “Y también Sharon Stone”, susurra de nuevo su asistente. “Ah, sí. Me lo contó hace poco en Nueva York. Le dije que me acordaba, claro, pero es mentira. He tenido tantas maniquís…”.

—¿Le hubiera gustado ser actor?
—Lo fui. Hice un papel protagonista junto a Jeanne Moreau [Joanna Francesa, 1973].

—¿Le gustó?
—No. Fue un rollo. Se perdía mucho tiempo. Horas y horas para rodar tres minutos. Yo soy muy activo.

Antes de despedirnos le recuerdo una anécdota sobre su biografía. Cuando vivía en Vichy, su amiga la condesa de La Cambredette, una reconocida vidente, le echó las cartas antes de despedirse y le auguró una vida llena de éxitos y fama. “¿Qué pensó entonces? ¿La creyó?”, le pregunto. “En absoluto. Pensé que estaba loca ”.

*Reportaje originalmente publicado en el número 87 de Vanity Fair

Fuente: https://www.revistavanityfair.es/lujo/moda/articulos/pierre-cardin-biografia-entrevista/21617

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