En el Valle de las Catrinas en Atlixco, el Día de Muertos cobra vida entre arte monumental, oficios tradicionales, flores, murales y sabor a pan de muerto.

Patricia Ortega / El Economista
Atlixco está a tan solo dos horas de la Ciudad de México, y es mucho más que un destino pintoresco. A los pies del volcán Popocatépetl, este Pueblo Mágico de Puebla florece todo el año gracias a su clima templado, pero en temporada de Día de Muertos, el alma de Atlixco se enciende con tradición, olor, sabor, color y homenaje.
Sus calles se cubren de cempasúchil, los murales cobran un nuevo significado y los sabores se intensifican para celebrar lo que somos: un país que honra la vida recordando a los que ya no están.
Pueblo Mágico
Con sus viveros rebosantes de color, fachadas coloniales y sabor auténtico, Atlixco se ha ganado un lugar especial en el corazón de los viajeros. Cada Día de Muertos, este rincón poblano se transforma en un escenario vivo de tradición y creatividad.
El arte popular, los altares, las leyendas y los sabores se mezclan en cada esquina. Pero este año, hay un nuevo motivo para visitar: el Valle de las Catrinas, una experiencia que eleva la celebración a otro nivel.
Valle de las Catrinas
Valle de las Catrinas, parte de la quinta edición de esta ruta cultural que ahora rinde homenaje a los oficios tradicionales de México a través de esculturas gigantes que quitan el aliento.

La ruta comienza en el Mictlán de los Oficios Mexicanos, donde cada catrina cuenta una historia poderosa:
- El Alfarero, de Víctor Hugo Poblano, es una metáfora viva: moldear barro como quien moldea cultura y comunidad.
- El Organillero, creado por Daniel López, representa esa música callejera que ha dado identidad a los barrios mexicanos.
- El Bolero, obra de Jesús Jiménez, rescata la belleza del gesto cotidiano: lustrar zapatos y escuchar historias.
- El Globero, de Nélida Guzmán, nos recuerda la emoción de ver flotar un globo en la plaza y sonreír sin razón.
- El Panadero, hecho por Gabriela Castro y Yolotl Pirez, nos dice que el pan también une, celebra y consuela.
- El Herrero, forjado por Hilario Illescas y Enrique Alejandro Martínez, evoca la fuerza de quienes transforman hierro en vida cotidiana.
- La Marchanta, de Edgar Tepaneca, es un tributo poderoso a las mujeres agricultoras que sostienen el campo con trabajo, amor y dignidad.Cada una de estas catrinas gigantes no solo representa un oficio, sino la identidad y la resistencia de un país que sigue de pie gracias a su gente.

Entre murales y campos de cempasúchil
Después del Mictlán, el recorrido continúa por las escalinatas tradicionales de Atlixco, donde murales de la China Poblana y el Charro Mexicano nos recuerdan el orgullo de nuestras raíces.
Fuera del centro, el camino lleva a los campos de cempasúchil, dos figuras que florecen entre el color naranja y el aroma de la flor más simbólica del Día de Muertos. Este lugar es un sueño para tomar fotos, respirar tradición y conectar con lo más profundo de nuestras emociones.

Y sí: si algo no te puedes perder es el helado de pan de muerto y el de cempasúchil. Atlixco no solo se ve hermoso, también sabe delicioso.
Más allá de lo turístico, esta experiencia deja huella. Porque el Valle de las Catrinas no solo es un espectáculo visual: es una declaración de identidad, un homenaje a quienes con su trabajo, sus manos y su historia, han construido el México que somos.
El Valle de las Catrinas en Atlixco es la forma más auténtica y emocionante de reconectar con la tradición del Día de Muertos. Un viaje que te recuerda que las tradiciones están vivas, mientras haya quien las admire, las camine… y las comparta.
Fuente: El Economista