Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez
En la política, ya como ciencia, ya como arte, una cosa es el debate y otra el ataque. Mientras el primero enriquece la democracia, el segundo la empobrece. La presidenta Claudia Sheinbaum parece haber optado por el camino del ataque fácil. Su respuesta reciente al expresidente Ernesto Zedillo es un ejemplo claro de esa estrategia: desviar el fondo con un ad hominem.
Zedillo, un presidente más técnico que carismático, lanzó una crítica seria: con el morenismo se está demoliendo el régimen democrático en México (1). El señalamiento es fuerte, pero no infundado. Basta ver cómo el actual oficialismo ha ido colonizando instituciones autónomas y demolido la independencia judicial. Pero Sheinbaum no respondió con argumentos sobre la salud de la democracia, sino con una vieja consigna: “Él avaló el FOBAPROA”.
Es cierto que Zedillo impulsó el rescate bancario. Y también es cierto que ese episodio dejó cicatrices profundas en la memoria nacional, junto con otros también mencionados por la presidenta. Pero usar esos hechos para invalidar cualquier crítica presente es falaz. Es el típico “tú hiciste algo peor”, que en nada aclara el fondo de la discusión y confirma el argumento ad hominem que no es realmente argumento (esto lo sabe incluso un alumno o alumna de bachillerato).
Sheinbaum, con formación científica, debería saber que la lógica importa. Un ad hominem no rebate, sólo descalifica. Si Zedillo se equivocó en los noventa, eso no significa que el morenismo acierte hoy. Mucho menos significa que la democracia no esté en riesgo ni que los graves problemas de finanzas públicas, de seguridad, educación y salud sean inventos de mentes perversas.
Lo preocupante no es sólo el recurso retórico, sino lo que esconde. Porque si el régimen no tiene cómo defenderse más que atacando a sus críticos, algo va mal. La seguridad, la educación, la salud y la economía, por mencionar los rubros más relevantes, tienen más datos que discursos. Y esos datos inquietan.
Un ejemplo grave lo encontramos en el manejo de la deuda pública. Mientras se acusa a los tecnócratas del pasado de hipotecar al país, el actual gobierno ha hecho lo propio, pero en mayor escala. En 2024, la deuda pública aumentó en 2.6 billones de pesos (2). Es la mayor cifra en un solo año desde que se tiene registro.
A manera de comparación, el rescate bancario del FOBAPROA en 1998 implicó una deuda pública de 552 mil millones de pesos (3). A valores nominales, el endeudamiento de 2024 es casi cinco veces mayor. Y si bien el contexto es distinto, la magnitud no puede ignorarse. Mucho menos cuando ese aumento no está ligado a inversión productiva, sino al gasto electoral y clientelar.
Hoy la deuda total de México supera los 17.5 billones de pesos, el 51.7% del PIB (4). En 2018, al inicio del sexenio de López Obrador, era de 10.5 billones, equivalente al 45% del PIB. En lugar de la prometida austeridad republicana, hemos tenido una expansión silenciosa pero feroz del endeudamiento. La pregunta es: ¿quién pagará la factura?
En este contexto, la crítica de Zedillo adquiere una nueva dimensión. No se trata de revivir viejas batallas ideológicas, sino de mirar con seriedad lo que está ocurriendo. Si los actuales gobernantes no toleran la crítica y responden con ataques personales, están confirmando el autoritarismo que se les imputa. Y eso sí es preocupante para cualquier democracia.
La ciudadanía necesita claridad, no eslóganes. Argumentos, no ofensas. Si Sheinbaum aspira a gobernar un país complejo, debe elevar el nivel del discurso. Porque si su principal recurso es el ad hominem, confirma que no hay proyecto, sólo poder. Una democracia, un Estado de derecho, una sociedad igualitaria e incluyente, un México justo, necesita ciudadanos, no mesías ni redentores.

+ OPINIÓN INVITADA: Las opiniones expresadas son responsabilidad del autor