Por Jesús Manuel Hernández

Desde hace algunas décadas la sociedad poblana vive de los logros del pasado, sobre todo en el terreno cultural, por ejemplo después de la fama de Luis Lagarto, iluminador de los libros del coro de la Catedral de Puebla, español asentado en México en el siglo XVI o de Agustín Arrieta, pocos nombres han estado en ese nivel.

Lo mismo sucede en el tema musical, Juan Gutiérrez de Padilla, maestro de capilla de la catedral angelopolitana, no ha sido superado.

En el terreno educativo, el Colegio de San Luis estuvo a punto de ser la primera universidad de México, pero por órdenes virreinales se otorgó ese privilegio a la de México. Y qué decir de la trascendencia del Colegio del Espíritu Santo o de la obra de Juan de Palafox quizá resumida en su biblioteca.

La ciudad de Puebla tuvo siglos después la oportunidad de ser sede de los mejores cantantes clásicos, y actores por ende, en el Teatro Principal o en el de Tecali de Herrera. Se decía de Puebla que aparte de tener la mejor comida, también era poseedora de la mejor riqueza cultural y arquitectónica, había notables coleccionistas, pero muchas familias huyeron antes, durante y después de la Revolución Mexicana.

En el terreno de la tauromaquia, El Toreo de Puebla fue la antesala de la ”Grande” de México; por la plaza angelopolitana pasaron las mejores figuras del toreo mundial, incluido Manolete, pero un gobernador priísta, enemigo de la UAP, la derribó y vendió el terreno a los dueños de la cadena comercial de tiendas “Blanco”, convertida hoy en Chedraui.

Y así se podían contar muchas historias, de esa fama que está latente pero que hoy día no encuentra soporte.

La reflexión viene por el anuncio que aparece constantemente en los medios digitales mexicanos donde se puntualiza un tema: “UDLAP: Por sexto año consecutivo, la mejor universidad privada de México, según ranking de El Universal”.

Los repetitivos anuncios llevan al enlace donde se oferta la reapertura de clases presenciales.

En la realidad, extramuros, aparecen también fotografías de exalumnos de la Udlap presumiendo sus raíces, en las rejas y muros del campus mantas, carteles, grafitis, exigiendo la devolución de las instalaciones, “fuera armas” se puede leer en alguno.

En los mismos portales de noticias aparecen dos rectores, se dicen ambos con derechos y avales legales.

Uno, asesor en campaña del hoy gobernador, el otro ex canciller del gobierno de Vicente Fox, a quien el propio Miguel Barbosa etiquetó como el “Jefe de los conejos”, desde las primeras conferencias matutinas del Ejecutivo.

La mejor universidad privada de México tiene dos rectores, es protagonista de un pleito por el dinero de la Fundación Jenkins, su prestigio está en los tribunales, la inscripción escolar empieza a disminuir peligrosamente.

La Udla enfrentó ya otro escenario de violencia y toma de instalaciones en el pasado, en la década de los 70, cuando Fernando Macías Rendón fue nombrado el primer rector mexicano de la institución, los cambios experimentados en contra de los maestros de Ciencias Sociales y Humanidades provocaron el despido de profesores y la formación del Sindicato de Trabajadores Académicos de la Udla (Staudla) y se fueron a la huelga el 31 de marzo de 1976. Aparecieron entonces grupos de sindicatos de izquierda que impulsaron el movimiento y el gobierno federal intervino en el mes de julio para buscar la solución, el campus fue devuelto y los alumnos regresaron el 19 de agosto del mismo año. En consecuencia muchos alumnos, colaboracionistas de la huelga, fueron expulsados.

Cuatro años después apareció Luis Ernesto Derbez como vicerrector académico y se supo de la “lista negra”, integrada por los nombres de profesores y alumnos que habían provocado la desestabilización de la universidad, esos tenían prohibida la entrada.

Hubo por aquellos tiempos un personaje misterioso, amigo de Luis Ernesto Derbez desde su juventud: Harold Kirkpatrick, un norteamericano identificado por muchos con los agentes de la CIA en México y quien fue uno de los hombres clave en la transición de la huelga de la universidad. Kirkpatrick falleció en hechos rodeados de misterio.

Eran los tiempos cuando la Udla estaba considerada una de las principales fuentes de información de la Dirección Federal de Seguridad, del comandante Gabriel Guarneros, y es que en el campus pasaban muchas cosas.

Por eso hablar de la “doble moral”, quizá no sea tan descabellado a estas alturas.

Una universidad, dos rectores.

720 millones de dólares ausentes, cuyo origen también estaría rodeado de la misteriosa actividad del Sr. William O. Jenkins, que desheredó a sus descendientes y dejó en manos de un banquero, socio al fin y al cabo, a quienes les unieron aquellos negocios, también oscuros, de la Compañía Operadora de Teatros, cuya creación dejó algunos cadáveres en el camino.

Lagunas, vacíos de investigación, han rodeado al clan Jenkins y sus socios, como aquél secuestro, para muchos “autosecuestro” del benefactor.

Así las cosas la Udlap enfrenta un nuevo escenario coyuntural rodeada de los orígenes de esa doble moral, tan poblana, tan escondida del cotilleo.

O por lo menos, así me lo parece.

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