Rodrigo Díaz de Vivar luchó al servicio de reyes cristianos en la Edad Media, pero también asistió a gobernantes islámicos. La historiadora Nora Berend intenta distinguir realidad de leyenda en su nuevo libro, un arriesgado estudio sobre El Cid: «El descontento siempre es un caldo de cultivo para los mitos»

Daniel Arjona / La lectura
Por la terrible estepa castellana, el Cid cabalga. Se dirige con sus hombres al norte, a la pequeña ciudad de Logroño, en la despoblada región de La Rioja. Pero su intención no es defender la villa cristiana de algún ataque musulmán, sino atacarla. Sus guerreros tumban las escasas defensas, queman, matan, rapiñan y huyen con el botín, como describe un cronista anónimo poco después, en la ‘Historia Roderici’. ¿Cómo es posible que aquel mercenario feroz que actuaba en ese momento a sueldo del gobernante islámico de Zaragoza se alzara poco después, y hasta hoy, como uno de los mayores héroes de la historia de España?
Con el fin de responder a esta pregunta, la historiadora Nora Berend (1966), catedrática en Cambridge, acaba de publicar ‘El Cid: vida y leyenda de un mercenario medieval’ (Crítica), un controvertido estudio sobre Rodrigo (Ruy) Díaz de Vivar. Un caudillo militar que comenzó su carrera en torno a 1065 en la corte del rey Sancho II de Castilla, continuó al servicio de su hermano Alfonso VI de León y Castilla hasta que se enfrentó con él, sirvió entonces a sucesivos reyes musulmanes de taifas y acabó reconquistando Valencia al infiel y gobernando su principado justo antes de morir y mutar en un héroe sin parangón gracias a una de las primeras y mayores obras literarias de nuestra lengua, el ‘Cantar de Mío Cid‘
¿Qué hace una sospechosa anglosajona, tal vez adalid de la Leyenda Negra con la que durante tantos siglos nos han vituperado nuestros enemigos, metiendo mano en un mito tan español como el del Cid?
«En realidad, nací y crecí en Hungría y estudié allí, en Francia y Estados Unidos», contesta Berend. «También forjé fuertes vínculos a través de colaboraciones de investigación con muchos países europeos. Fue esta historia comparada la que despertó mi interés por Rodrigo, ya que investigaba sobre figuras medievales con una larga y legendaria vida después de morir y un papel muy politizado en la historia nacional. Mi libro no trata sobre una supuesta leyenda negra: es la fascinante historia de qué individuos y grupos participaron en la creación de los numerosos Cides legendarios, y por qué. Me pregunto qué querían, cuáles eran sus intereses al convertirlo en un héroe».
La llamada Reconquista, la expansión lenta y progresiva de los territorios cristianos desde el norte hacia el sur de la península tras la irrupción ventajista de los árabes en 711 que liquidó al reino visigodo, tomó fuerza precisamente en torno al año 1000, tras la caída y desintegración el califato de Córdoba en una miríada de reinos de taifas. No fue, sin embargo, una contienda con frentes definidos sino más bien un conjunto caótico de refriegas que enfrentó a todos con todos, también a musulmanes contra musulmanes y a cristianos contra cristianos. En un contexto semejante, las excepcionales dotes militares de Ruy Díaz y de su mesnada en el momento del exilio, resultaban una mercancía muy demandada por todos. «Es evidente que Rodrigo no distinguía entre amigo y enemigo en atención a su credo».
Cabe preguntarse si, al presentar al Cid como un mercenario oportunista y brutal, no estamos aplicando criterios morales contemporáneos que ignoran las complejidades éticas y culturales propias del siglo XI. Pero Berend niega la mayor: «Ofrezco una imagen mucho más matizada del período y de Rodrigo», alega la historiadora. «Hay un capítulo entero en el libro que muestra cómo fue la segunda mitad del siglo XI en la Península Ibérica: las condiciones políticas y sociales y la cultura guerrera que caracterizaron la época. Describo cómo los cristianos del norte comenzaron a aprovechar la fragmentación política de al-Ándalus para saquear las taifas y obtener parias; las luchas indiscriminadas; y las alianzas que se forjaron a través de la división religiosa. Contextualizo cuidadosamente a Rodrigo y señalo cómo dicho comportamiento era normal en la época. Esto no significa que debamos verlo como un héroe o un modelo».
«Los franquistas forjaron un Cid que lo convirtió en precursor del dictador, intentando legitimar su causa»
La llegada de los almorávides de Yusuf a España a petición de unos reyes de taifas en dificultades y la derrota que infringieron a Alfonso VI en Sagrajas en octubre de 1086 precipitó la reconciliación entre el Cid y un monarca necesitado de guerreros. Rodrigo se reencontró entonces con su esposa Jimena y sus hijos hasta que un nuevo encontronazo con el rey desencadenó el segundo destierro del héroe en 1089.
Las circunstancias eran muy distintas esta vez. La pericia militar atesorada y contar con un grupo numeroso de fieles armados bien entrenados decidió a Rodrigo a actuar desde entonces de forma autónoma, guerreando y expoliando para su propio beneficio y adquiriendo así una enorme fortuna. En el verano de 1093 sitió Valencia, acabó rindiéndola por hambre, se convirtió en gobernante independiente de la ciudad y venció poco después a las tropas almorávides que intentaron recuperarla para Al-Andalus. Allí falleció de muerte natural en 1099, a los 50 años. Poco después los musulmanes recuperaron la villa que ya no volvería bajo dominio cristiano hasta dos siglos después. Muerto el hombre, comenzaba la leyenda.
Con el tiempo, Rodrigo Díaz acabaría transformado en un héroe de fama mundial y en la personificación de las virtudes patrióticas, casi venerado. ¿Cuáles fueron los principales mecanismos e intenciones detrás de esta transformación radical? ¿Y quiénes promovieron este culto «obteniendo beneficios de muchas formas distintas»?
Cree Nora Berent que diversos individuos y grupos participaron en la creación de la leyenda a lo largo del tiempo: «Por ejemplo, los eclesiásticos que se beneficiaron de las donaciones de Rodrigo tenían un interés particular en representar a su patrón como un salvador de los cristianos enviado por Dios. Sus descendientes, incluyendo reyes de la península, querían encubrir a un antepasado. Los monjes deseaban tanto un patrón sobrenatural como una figura santa que atrajera peregrinos, donaciones y favores reales. Los autores crearon historias literarias y modificaron el personaje para adaptarlo a sus tramas. Un general de Napoleón quiso mostrar a la población local que los franceses respetaban su cultura. Y, por supuesto, los franquistas forjaron un Cid que lo convirtió en precursor del dictador, intentando legitimar su causa. Así, con el tiempo, una gran variedad de personas se beneficiaron del mítico Cid».
La historiadora aborda en su libro la compleja relación entre historia y mito en torno a la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, subrayando cómo esa ambigüedad ha moldeado tanto su imagen pública como su instrumentalización ideológica a lo largo del tiempo. Al preguntarle por las diferencias interpretativas entre el ‘Cantar de Mío Cid’ en la historiografía moderna, y en particular por la idealización que hizo Ramón Menéndez Pidal, Berend no duda en calificar al filólogo español como «una figura trágica». A su juicio, su empeño por defender «la historicidad de la poesía épica» y presentar al Cid como un modelo virtuoso tuvo motivaciones comprensibles, pero también consecuencias problemáticas. «Quería ofrecer un modelo, una figura que uniera a los españoles en un período de crisis a principios del siglo XX», explica Berend. «Menéndez Pidal «aceptó como cierta la imagen más positiva de Rodrigo, la que se encuentra en la leyenda».
Lejos de cuestionar la intención del académico, la autora matiza que su objetivo era «ayudar a la sociedad», pero lamenta que su legado fuera finalmente reapropiado por el franquismo. A juicio de Berend, el mayor error metodológico de Menéndez Pidal fue «intentar encontrar una figura histórica que fuera un modelo perfecto a seguir». Su influencia, sostiene, moldeó la percepción pública durante mucho tiempo: «No sólo ocurrió en España, sino incluso a nivel internacional a través de la película protagonizada por Charlton Heston en 1961, de la que Menéndez Pidal fue asesor histórico».
HISTORIA TERGIVERSADA
Según Berend, «cualquier historia puede ser tergiversada», y la del Cid no fue la excepción. Su ambigua relación con los musulmanes -en la que coexistieron «saqueos y matanza, pero también alianzas»- ha permitido convertirlo en lo que hiciera falta: «Un supremacista xenófobo o un multiculturalista». Para la historiadora, esta plasticidad no es única: existen «paralelismos en otros lugares», donde figuras históricas también fueron convertidas en leyendas útiles para múltiples ideologías: «Dos ejemplos son Juana de Arco en Francia y el rey Esteban I en Hungría».
Berend añade un matiz interesante al recordar que Rodrigo no fue, en su tiempo, el único ni necesariamente el más destacado: «Hubo muchas personas en vida de Rodrigo, como Álvar Fáñez, que inicialmente fueron igual o incluso más conocidas». Sin embargo, «debido a la acumulación de leyendas en torno a Rodrigo, palidecieron en importancia».
Nora Berend no duda en afirmar que «es posible separar la figura histórica» de Rodrigo Díaz de las capas de mito que se han ido acumulando a su alrededor a lo largo de los siglos. Sin embargo, matiza que otra cosa muy distinta es si existe realmente la voluntad de hacerlo. Para la historiadora, el arraigo del Cid legendario tiene que ver con una verdad humana más profunda que con el análisis histórico: «Los mitos y el apego emocional son más fuertes que los argumentos racionales».
«Los populistas a menudo incluso inducen a la gente a actuar en contra de sus propios intereses»
A su juicio, esta persistencia no es exclusiva del caso del Cid, sino que responde a un mecanismo psicológico y cultural muy común. «El poder de las emociones, por ejemplo, se hace patente en el atractivo que ejercen los populistas, que a menudo incluso inducen a la gente a actuar en contra de sus propios intereses», reflexiona. En ese sentido, la historia se convierte en terreno fértil para el mito cuando confluyen determinados factores sociales y afectivos: «El descontento y los problemas económicos siempre son caldo de cultivo para los mitos, e incluso se resucitan mitos con cargas emocionales particulares del pasado».
En tiempos de incertidumbre, muchas personas proyectan anhelos y necesidades en figuras históricas: «La gente espera un salvador o desea el triunfo de visiones particulares con las que se identifica y que ven encarnadas en alguna figura del pasado». Todo eso, concluye Berend, «fortalece la imagen mítica» del Cid, por encima de cualquier intento de «descontaminación ideológica» o lectura rigurosamente histórica.
Fuente: https://www.elmundo.es/la-lectura/2025/05/14/681d59ee21efa0f0448b456f.html