Un estudio desvela que sólo la cuarta parte de los 60 centros más sofisticados del mundo tiene el nivel máximo de bioseguridad. Martin Rees ya apostó hace cuatro años contra Steve Pinker que era inminente una catástrofe por culpa de ser humano
JORGE BENÍTEZ / JOSETXU PIÑEIRO / Ilustraciones / EL MUNDO
En 2017, el astrofísico Martin Rees lanzó un atrevido pronóstico en la web de apuestas Long Bet: antes del 31 de diciembre de 2020 el mundo sufriría un desastre biológico provocado por un error humano o por un ataque intencionado. Su augurio fue muy concreto: en un plazo de seis meses, al menos un millón de personas morirían por esta catástrofe.
El guante apocalíptico de Rees fue recogido por su antítesis intelectual. Se trata de Steven Pinker, psicólogo de la Universidad de Harvard y líder de los Nuevos Optimistas, que sostienen que nuestro mundo es el mejor que jamás ha existido.
En su momento, parecía que sólo había en juego 330 euros, que encima se donarían a una organización benéfica, además del orgullo de dos titanes intelectuales. Pero ahora, en el mundo post-Covid, aquel duelo entre Rees y Pinker se ha rebautizado como la apuesta del siglo. Porque en el envite se enfrentan nada menos que las dos visiones del futuro de la humanidad: la optimista contra la apocalíptica.
Nadie duda que el mañana estará marcado por la biotecnología. El conocimiento de los virus y los avances en las vacunas han permitido hacer frente al coletazo de la Naturaleza mucho más rápido que en anteriores pandemias. Sin embargo, las recientes sospechas de que el Covid-19 pudiese haber salido del Instituto de Virología de Wuhan reavivan el debate sobre la bioseguridad, sobre la investigación y manipulación de virus letales y, en último término, sobre las armas biológicas.
Por ello, los laboratorios más sofisticados se han convertido en la moneda con la que pagaremos el futuro próximo. Su cara -siguiendo los postulados de Pinker- es que salvan vidas y acortan tragedias que antes tardaban siglos para superarse. Su cruz -si nos fiamos de Rees- es una amenaza que podría convertir al ser humano en una especie en peligro de extinción.
«Escribí por primera vez de estos peligros en 2002 y me di cuenta que algunos de mis colegas, mucho mejor informados sobre el tema que yo, daban aún muchas más probabilidades a que se produjera una catástrofe de este tipo que yo», explica por email Martin Rees, ex presidente de la Royal Society y toda una institución de la Universidad de Cambridge, quien ha llegado a predecir que hay un 50% de posibilidades de que la humanidad se extinga en el siglo XXI.
Mientras se debate sobre si el laboratorio de Wuhan, una de las joyas de la pujante ciencia médica china, pudo haber sufrido a finales de 2019 un chernóbil biológico, un grupo de investigadores de la Universidad George Mason de Virginia y del King’s College de Londres acaba de analizar la solidez de las medidas de vigilancia de los laboratorios con el máximo nivel de bioseguridad (BSL-4) de todo el mundo (Consultar mapa aquí).
Hay cientos de laboratorios donde se están estudiando y manipulando patógenos tremendamente dañinosMARTIN REES
Se trata de medio centenar de centros que albergan patógenos muy peligrosos para los que no existen tratamientos ni vacunas. España carece de laboratorios de nivel 4, a pesar de las demandas de sus investigadores a los políticos para hacer un centro de máxima élite, por lo que no aparece en este atlas de los guardianes de estos virus.
«Estudiamos la bioseguridad de estos centros y descubrimos que sus políticas a menudo dejaban mucho de desear», explica por email el experto en armas biológicas Gregory D. Kobletz, autor de la investigación junto a la doctora Filippa Lentzos.
De los 60 centros que hay en el mundo en activo, en construcción o proyectados tres cuartas partes están ubicados en áreas urbanas,. Y lo que es más grave: sólo uno de cada cuatro obtiene la calificación Alta en bioseguridad.
A pesar de sus medidas de seguridad, muy mejoradas en este siglo, ya ha habido algún susto. Según datos de la Asociación de EEUU de Bioseguridad (Absa), desde 2003 se han contabilizado cuatro incidentes de investigadores expuestos, que no necesariamente infectados, a virus peligrosos en los laboratorios BSL-4. «El Índice de seguridad sanitaria mundial mide cómo de organizada está la bioseguridad de un país, si cuenta con las leyes, políticas, instituciones y programas de capacitación adecuadas», explica Kobletz, que aclara que todas las clasificaciones de bioseguridad empleadas en su trabajo son a nivel nacional, no sobre laboratorios específicos.
El estudio que lidera Kobletz denuncia las carencias de muchos países en materia de regulación. Especialmente preocupante es la investigación de uso dual: es decir, aquella que busca propósitos legítimos para generar conocimiento, pero que también podría usarse con hacer el mal. Algo muy a tener en cuenta si se analiza el perfil de los moradores de estos bunkers. Hablamos desde el ébola, con una letalidad promedio del 50%, hasta los virus Nipah y Handra, el de la fiebre de Lassa o la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo. Todos devastadores.
Una especial mención merece el que quizás ha sido el mayor enemigo del ser humano en su historia: Variola major, el virus de la viruela, que sólo en el siglo XX mató a 300 millones de personas. Erradicada a finales de los 70, la OMS decidió destruir todas las muestras existentes. Sólo dos (oficialmente) fueron salvadas de la destrucción y son custodiadas en dos laboratorios: el CDC de Atlanta y el Instituto Vector de Novosibirsk, en la Siberia rusa.
Cuando se erradicó la viruela, la OMS obligó a destruir todas las muestras del virus. Sólo se guardan dos, una en Atlanta y otra en Siberia
Con semejantes antecedentes penales de estos peligrosos patógenos hace un par de décadas se abrió el debate sobre si había que proceder a su aniquilación total, más aún cuando la ciencia ya es capaz de sintetizar muchos de estos virus. Para entender el impacto de esta discusión basta con leer el título que eligió el periodista Richard Preston para su libro sobre la viruela: El diablo está en el congelador.
Pese a algunos incidentes y a la espera de más datos sobre lo sucedido en Wuhan, los virólogos consultados en este reportaje consideran que el nivel 4 de seguridad de estos laboratorios, incluido Wuhan, es prácticamente «impenetrable». Entonces, ¿por qué crecen las sospechas sobre el origen de la pandemia? Para el microbiólogo Ignacio López-Goñi, que no cree que la pandemia se haya originado en un laboratorio, la única explicación posible es que la fuga se hubiera producido por otra vía: «Que en Wuhan se hubiera trabajado con el coronavirus en un laboratorio de sus instalaciones con un menor nivel de seguridad».
No hay duda de que cualquiera hace cuatro años habría pensado que la profecía de Rees era una idea descabellada. Pero, a finales de 2019, nos inundó el miedo biológico con la aparición de un brote vírico en China que, en cuestión de semanas, encerró a la mitad del mundo en sus casas y colapsó la economía. Sin embargo, el coronavirus no hizo que Pinker perdiera la apuesta. Al principio, los expertos de la OMS certificaron su origen zoonótico. Es decir, se trataba de una infección transmitida de modo natural de un animal a un humano, lo que descartaba tanto el «bioerror» como el «bioterror».
Todo ha cambiado en las últimas semanas. La teoría del laboratorio de Wuhan de repente ha abandonado el terreno de las teorías conspirativas. El propio Pinker ha declarado que no piensa cobrar la apuesta hasta que se esclarezcan los hechos: «No quiero capitalizar nuestra ignorancia, Martin Rees podría tener razón».
Las dudas sobre la versión oficial del gobierno chino y de la OMS de lo sucedido en Wuhan han empezado a manifestarse tanto en investigaciones periodísticas como en declaraciones de científicos tan reputados como Anthony Fauci, director del Instituto de Alergología y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, quien ha reconocido que no está convencido del origen natural de la pandemia. Este recelo incluso ha llegado al más alto nivel: el presidente Joe Biden ha encargado un informe a sus servicios de inteligencia para aclarar los claroscuros del estallido pandémico.
Si se demostrara la existencia de una fuga y que fue ocultada para evitar una crisis reputacional de las autoridades chinas, Martin Rees sería el legítimo ganador de la apuesta del siglo.
En ese caso, China sufriría tal deterioro de imagen que incluso podría afectar el equilibrio actual de las relaciones internacionales y la opinión pública pondría en cuestión la seguridad de estos laboratorios. Quién sabe si en caso de demostrarse el factor humano en esta pandemia la presión social encendería el debate del cierre de estas instalaciones, como sucedió con las centrales nucleares en los años 80 tras Chernóbil.
Los controles en estos laboratorios no sólo evitan errores, sino detectan si estos se producenALBERT BOSCH, PRESIDENTE DE LOS VIRÓLOGOS ESPAÑOLES
Para entender la responsabilidad global que requiere la vigilancia biológica hay que retrotraerse a los primeros años 90 cuando se produjo el colapso de la URSS. Entonces los cientos de bombas nucleares del Ejército Rojo se convirtieron en la amenaza existencial de la humanidad. La comunidad internacional temió que semejante arsenal atómico cayera en manos poco fiables ante la ausencia de un Estado fuerte. El miedo a otra catástrofe como Chernóbil y la presión de EEUU hicieron que Rusia heredara todas estas armas sin apenas oposición y no fueran divididas entre otras nuevas repúblicas, muchas muy inestables, que las habían encontrado dentro de sus nuevas fronteras.
«El problema es que, a diferencia del sofisticado equipo necesario para crear un arma nuclear, la biotecnología puede desarrollarse con un potencial uso dual a pequeña escala», advierte Martin Rees. «El biohacking está floreciendo en todo el mundo, incluso como pasatiempo y juego competitivo. Hay ya cientos de laboratorios donde se están estudiando y manipulando patógenos muy dañinos».
Kobletz cree que el primer paso para garantizar una mayor seguridad es que todos estos laboratorios adopten la ISO 35001, una norma internacional destinada a aquellos que trabajen, almacenen, transporten o eliminen materiales peligrosos. «Su implementación exigirá un sistema de gestión biológica de las máximas garantías», sostiene.
A día de hoy la seguridad de la máxima contención es mucho más seria que hace unas décadas. Trabajar con patógenos obliga a un acceso restringido de personal muy cualificado capacitado para trabajar bajo una gran presión. Se emplean trajes especiales, sofisticados sistemas de aislamiento y de ventilación destinada para evitar la escapada de virus. «Hablamos de protocolos muy estrictos», explica por teléfono Albert Bosch, presidente de la Asociación Española de Virología. «Los controles no sólo están para evitar errores, sino para detectar si estos se producen y solventarlos».
Más fondos y poder ejecutivo para la OMS para poder controlar estos centros aumentaría la seguridad
Pero el gran desafío va más allá: hay que conseguir una coordinación planetaria. Si algo han demostrado las pandemias es que los virus no entienden ni de fronteras ni de de pasaportes ni salas VIP de aeropuertos. Por ello, esa responsabilidad colectiva debe empezar a construirse muy en serio. Para Kobletz, sería muy positivo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) pudiera hacerse directamente responsable de la supervisión de todos los centros igual que lo hace con los laboratorios que guardan muestras de viruela. También este organismo debería ampliar las misiones de expertos independientes que validaran la implementación de la ISO 35001 y desarrollar una regulación aceptada por todos sobre la investigación de uso dual y el manejo de patógenos pandémicos potenciales. Eso exigiría un esfuerzo diplomático mundial sin precedentes, dotar a la OMS de más medios y de un poder ejecutivo que hoy no tiene.
Mientras estas mejoras se discuten por expertos, la gran apuesta del siglo sigue en juego. La victoria de Pinker supondría un suspiro de alivio, pero la de Rees nos presentaría un mañana mucho más inquietante. El cosmólogo inglés reconoce que su deseo es perder y pagar. Por el momento, el inglés espera el resultado con flema de buen jugador: «Steven Pinker y yo esperaremos hasta que las cosas se aclaren antes de decidir el resultado final de nuestra apuesta: seguimos con la mente abierta. Aunque, siendo realistas, es probable que nunca sepamos con seguridad lo que ha pasado».
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2021/06/20/60cccf74fc6c83a9618b45ae.html