#ElRinconDeZalacain | Un repaso por la vida de Fernando Diez Fernández, “Fernandín” gran promotor de la Virgen del Camino, la comida, la amistad…
Por Jesús Manuel Hernández
Hacía unos 10 años quizá, la presencia de Fernando Diez Fernández, “Fernandín” para sus amigos, había sido pausada por la enfermedad.
Heredero del “Centro Abarrotero”, se había convertido en un promotor de incalculable alcance de las mesas donde se privilegiaba buena comida, la amistad y una solidaridad con causas nobles, sanas, espirituales incluso.
Zalacaín le había tratado muchos años y la noticia de su muerte no le sorprendió, pero si le devino en nostalgia y añoranza de las mejores mesas en Puebla y España, principalmente en Burgos y en El Burgo de Osma frente a un buen plato de cangrejos de río en el “Virrey Palafox” de Gil Martínez.
Fernandín fue un hombre muy peculiar, quizá nunca cocinó, pero vaya si sabía comer, era un diletante de la buena gastronomía y un aventurero de impulsar causas en favor de los vinos y la comida regional.
Su aventura de importar vinos leoneses le costó no solo esfuerzo, también dinero, pero le dejó satisfacciones incalculables: traer a Puebla, su querida tierra natal, los caldos de la tierra de su padre.
«Don Suero» debutó en las mesas poblanas al lado de tequilas, orujos, fabes y garbanzos, lentejas, jamones, morcillas y una creación poco socorrida económicamente por cuestiones de reglamentaciones en Estados Unidos.
Un día, Fernandín, le propuso a su amigo Alfredo Suárez de Empacadora San Marcos, envasar el “Chito Mixteco”, bajo esa denominación. Ambos se dieron a la tarea de preparar la receta y lo lograron, el mercado local y nacional recibió los botes de “Chito Mixteco Diez”, un mole bastante bien preparado cuyo único defecto fue, no poder cruzar la frontera de Estados Unidos por alguna reglamentación sobre la presencia del “pelo de rata de campo”.
La producción se quedó en México y Zalacaín fue obsequiado con algunas cajas del producto.
Por desgracia los poblanos no consumían chito, no lo conocían o no les gustaba.
Pero una tarde, después de suculenta comida donde la Cecina de Astorga no faltó, y los vinos Señorío de Nava regaron los paladares, el orujo se fue agotando y el estómago empezó a demandar sabores más fuertes.
Alguno en la mesa se pronunció por los tacos de La Michoacana, otro más sugirió unos chilaquiles.
Y ahí surgió la poesía del Chito Mixteco Diez convertido en chilaquiles.
Una sartén de paella recibió los totopos duros del día anterior y los botes de chito fueron bañándolos hasta conseguir la consistencia de los chilaquiles.
El plato fue un éxito total y se convirtió en una estrella de la carta del lugar.
Fernanadín fue un gran comensal, lo mismo de la cocina española, de la poblana y de las bebidas contrastantes, como el mezcal o el tequila vaciados en un chile jalapeño sin rabo ni semillas, metidos en el congelador. El tequila o el mezcal se servía en el “caballito” improvisado en el jalapeño verde.
Y después el mismo “envase” se rellenaba de queso manchego y se metía en el horno para completar uno de los aperitivos por excelencia.
Pero además Fernandín tenía una enorme fe por la Virgen del Camino, cuyo santuario en León, España, le mereció muchas visitas.
Parte de sus ahorros los dedicó a la divulgación de la veneración de la virgen en esculturas de bronce o de yeso y las enviaba a todo el mundo.
Sus relaciones le llevaron a conseguir la compra y donación de los predios necesarios para la construcción del templo, luego Parroquia, de la Virgen del Camino en Puebla, donde además fundó Rtv del Camino, una estación de radio y televisión digital, pionera en Puebla en este tipo de instalaciones. Quería transmitir cada domingo la misa de don Rosendo Huesca en Catedral.
Grandes recuerdos del querido Fernandín quien no perdonaba el aperitivo en su oficina o en el Centro Abarrotero, rodeado siempre de latas de mariscos o rebanadas de jabugo y cecina leonesa.
Cientos de mesas fueron compartidas con Zalacaín y otros amigos, muchos se fueron quedando en el camino de este gran promotor de la amistad, de la comida y el buen beber, más del buen vivir, como la fiesta de la Jata en su entrañable “Maraña”, la tierra natal de su padre en las montañas leonesas, al lado del Mampodre, cercanos ambos de Riaño y donde también se venera a la Virgen de Riosol.
Fernandín dio mucho a Puebla, dio mucho a la vida, aportó más a las buenas costumbres de su ciudad, Puebla, y la noche del 23 de noviembre se fue a alcanzar a su querida y amada Ángeles.
Vaya recuerdos, le brincaron a Zalacaín, en medio de algunas lágrimas y un grato, muy grato sabor de sus charlas y consejos. “Carpe Diem”, decía con entusiasmo Fernandín y levantaba su copa de “Aquavit”.
Pero, esa, esa es otra historia.
* Autor de “Orígenes de la Cocina Poblana” Editorial Planeta.
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