Arraigado desde tiempos remotos, el cotilleo podría reivindicarse como herramienta de cohesión social, aunque su ambivalencia a nivel moral revela también su capacidad para perpetuar estereotipos.

William Penhallow Henderson, ‘The Gossip’ (1922)

Jorge Ratia / ethic

¿Qué tendrán las vidas ajenas para querer despellejarlas en cuanto aparece la oportunidad? ¿Por qué ese talante de detective privado al especular sobre los posibles desencantos de una celebridad, amigo o conocido? En los mercados de la antigua Mesopotamia, el chisme era una actividad más practicada que la compra. También sucedía en la Grecia clásica, donde usaban los rumores para determinar qué personas de la comunidad eran de fiar o no. Obras como La Odisea o las Fábulas de Esopo recogen varias historias de cotilleo, y da la impresión de que perfectamente podría ser una de las herramientas más eficaces del sistema judicial.

Hoy, más de 2000 años después, se estima que las personas pasan, de media, una hora al día cotilleando. Jóvenes y mayores, hombres y mujeres, ricos y pobres, todos estamos metidos en el ajo por igual. De hecho, más de la mitad del tiempo que pasamos charlando implica algún tipo de chisme sobre relaciones sociales o experiencias personales, según diversos estudios. A la vista, el chismorreo es un fenómeno omnipresente en la interacción humana desde tiempos inmemoriales, que impregna las cenas con amigos, los lugares de trabajo e incluso ahora todas las plataformas digitales.

Sus orígenes pueden rastrearse a múltiples niveles, ya sea el evolutivo, cultural o como etapa del desarrollo humano. Algunos teóricos reconocen que los comportamientos humanos perduran porque mejoran nuestra aptitud reproductiva, y por ende, el cotilleo podría ser una estrategia adaptativa. Esto quiere decir que, si bien algunas formas de chisme son banales, otras podrían ayudar a consolidar las relaciones personales y fomentar la cooperación: según un artículo de la revista Science, los niños participan en este tipo de chismes desde los 5 años.

Se estima que las personas pasan, de media, una hora al día cotilleando

Al fin y al cabo, cotillear significa compartir (voluntariamente) con los demás información sobre personas y acontecimientos ajenos. A veces, esta involucra detalles mundanos; otras, temas más controvertidos, pero en general, tiene un papel fundamental en la formación de normas sociales, pues a través de estas conversaciones los individuos integran los comportamientos aceptables, o no, en su comunidad. Este proceso, entonces, funciona como una especie de calibración social que permite comparar sin filtros las propias creencias con las de los demás. Asimismo, el cotilleo conlleva una negociación informal de conocimientos con la que poco a poco se crean narrativas compartidas que contribuyen al desarrollo de la identidad propia, la identidad colectiva, y de los vínculos de cualquier índole entre los participantes.

Dicho lo cual, la prevalencia del cotilleo tanto en niños como en adultos no parece estar relacionada con un fin moral, nadie lo practica porque piense que es una acción «buena» por naturaleza. Que lleve muchos siglos entre nosotros no significa que sea positiva. El cotilleo es un concepto ambivalente, porque a pesar de que se tache de cháchara y se desprecie públicamente por ruin, la mayoría de personas lo disfruta, incluso los portaestandartes históricos la intelectualidad.

«No prestes atención a las habladurías», advertía Immanuel Kant, pues estas «surgen de juicios superficiales y maliciosos, y son indudablemente un signo de debilidad». Sin embargo, dice Maria Tatar en su libro La heroína de 1001 caras que el filósofo alemán, en realidad, se entregaba en cuerpo y alma al cotilleo, sobre todo en las cenas privadas que organizaba.

La ambivalencia del cotilleo es precisamente la muestra de que es un concepto lo suficientemente profundo como para explicar, parcialmente, las dinámicas humanas de cohesión social. Es fuente de conocimiento sobre nuestro entorno, es creador de cultura y evidencia de la cognición humana.

No obstante, la epistemología del chismorreo no se reduce al «blanqueamiento» del concepto, dado que también perpetúa la desinformación y los estereotipos. El cotilleo no es, o no debería ser, bajo ningún concepto, fuente de información fiable, porque prácticamente todos los componentes del sistema comunicativo pueden estar distorsionados (emisor, receptor, mensaje…). En última instancia, los rumores tampoco permiten al protagonista defenderse de las acusaciones, y pueden tener consecuencias perjudiciales como el ostracismo y el acoso.

Hannah Arendt decía que «el desdén de la alta cultura por el cotilleo es estratégico, y es sintomático de profundas ansiedades sobre el poder subversivo de la cháchara, el intercambio de historias y la participación en la actividad aparentemente frívola de la charla trivial, maliciosa o benigna».

Fuente: https://ethic.es/2024/04/epistemologia-del-chisme/

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.