Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez

Toda persona que aspire a un cargo de elección popular ha de presentar ante los electores un conjunto de rasgos psicológicos que conforman lo que los consultores políticos denominan «personalidad política». Son rasgos que configuran en el imaginario electoral los principales atributos humanos con los cuales el elector común puede identificarse y, de hecho, se identifica al decidir sobre el sentido de su voto. Tales atributos el aspirante busca encarnarlos en su persona y el elector los ve reflejados de una u otra forma en aquél.

De ahí la necesidad que tiene ese (o esa) aspirante de generar o crear la imagen política que, de alguna manera, espera el elector (o el electorado para referirnos al conjunto). Cómo se crea y se vende una imagen política son las interrogantes que todo aspirante se pregunta y por las cuales está en la mayor disposición de invertir tiempo, dinero y esfuerzo. Con razón las precampañas y campañas electorales son tan costosas. No es un asunto sólo de consultores, desde luego, sino de políticos profesionales que saben en qué deben invertir.

Por su parte, por muy profesional que sea un político, o política, aunque lleve años, incluso décadas en la dinámica política, necesita de un equipo o grupo de asesores especialistas en crear esa imagen que presentará ante los electores. A veces la clave no está en dichos especialistas, sino en el mismo aspirante: ¿será capaz de encarnar y/o proyectar esos atributos que esperan los electores? ¿Cuáles son esos atributos que miran los electores para que, de alguna manera, perciban que ese aspirante puede resolver sus problemas?

En otras palabras, de acuerdo a los electores, ese —o esa— aspirante, ¿podrá resolver los principales problemas del país, de la entidad o del municipio? ¿Podrá resolver los conflictos en que se ven envueltos los habitantes de determinado lugar? Volviendo al núcleo del asunto, ese —o esa— aspirante, ¿qué características personales deberá tener para hacerlo? Por ello, las aspirantes presidenciales se empeñan en mostrar algunos rasgos de personalidad que buscan convencer a la gente de que ellas saben y pueden hacerlo.

Estoy hablando de electores en general, no de simpatizantes o militantes de partido que ya tienen definido el sentido de su voto, sin importar si sus precandidatos (as) tienen o no esas características. Me refiero a los votantes switchers que, en la mayoría de las contiendas, suelen definir el triunfo de quienes acceden a los mencionados cargos de elección popular. En la mente de tales votantes pasan diversas imágenes de los aspirantes, los medios de comunicación tienen una especial incidencia y deciden en momentos clave su voto.

Diez consultores y consultoras de México, España, Ecuador y Uruguay emiten una serie de rasgos de la personalidad de los aspirantes a cargos de elección popular que más aprecian los electores, según la experiencia de elecciones en países iberoamericanos (1). Uno de ellos plantea un decálogo de rasgos que tiene que ver con saber dialogar, perseverar, tener contacto con los detalles de la vida diaria, ser solidario, tener espíritu de lucha, comprender a los demás, ser justo, sensato, tener ambición en sentido positivo y aspiracional, y ser eficaz para dar resultados (2).

Empero, en conjunto, los especialistas plantean cinco atributos que valoran más los electores: a) Energía, traducida en fuerza que muestra el aspirante: entusiasmo, determinación, confianza, carácter para emprender; b) Afabilidad, concretada en cordialidad, simpatía, autenticidad, lealtad, generosidad, altruismo y apoyo a los demás; c) Tesón, expresado en constancia, perseverancia, eficiencia, credibilidad, responsabilidad;  d) Estabilidad emocional (salud mental y equilibrio); e) Mente abierta.

En un sentido de mayor simplificación de la realidad (a final de cuentas, el elector simplifica demasiado), sólo los dos primeros atributos resultan ser los relevantes para una adecuada percepción de los aspirantes, según los consultores y consultoras. El Big Five de los rasgos de personalidad psicológica se reduce al Big Two. Lo que esperan los electores es ver a aspirantes, que luego serán candidatos, con estas dos características: energía y afabilidad (3). El potencial elector mira esos rasgos porque los ve en sí mismo. Se proyecta.

Esos rasgos, energía y afabilidad, son una suerte de filtro bajo los cuales el potencial elector lee las circunstancias socio-políticas, es decir, criba la información que le resulta importante y la que no. Así, pues, la energía puede expresarse en entusiasmo y confianza. Si un —o una— aspirante entusiasma y brinda confianza, tiene la mitad de su imagen política permeando en el electorado. Si además es cercano —o cercana— a la gente, propio de la afabilidad, completa el circuito de una buena imagen política: olor a pueblo.

Además de lo anterior, lo importante sería que los —o las— aspirantes no sólo tuvieran una imagen política artificial, sino que realmente lo fueran (que su imagen expresara lo que son en verdad). La imagen sería la expresión de lo que en realidad son. El aparecer sigue al ser, se dice en filosofía. El elector, cuando descubre esas dos cualidades en un candidato, no sólo decide por éste, sino que se convence de que tal elección es la correcta. La razón es que ha mirado en ese aspirante o candidato a un político bueno, justo, moral y responsable.

No es que el elector vea que la política es así (buena, justa, moral y responsable), pero en la elección se imagina —o se figura— que con su voto puede serlo, porque ha elegido a la persona adecuada. Por ello acude a las urnas, de lo contrario no lo haría. Claro que, más allá del ámbito psicológico, hay otros aspectos en un proceso electoral: legales, objetivos, sociales, mediáticos, culturales y del juego mismo democrático. Pero los contendientes, sus rasgos de personalidad, son tanto o más relevantes que los anteriores.

Post-facio

¿Quién entusiasma y genera mayor confianza, Xóchitl o Claudia? ¿Quién de ellas es más cercana a la gente y atiende a sus necesidades y problemas? Quien lo haga respecto a los switchers se abrirá con mayor contundencia al triunfo. En el plano doméstico, ¿Lalo o Alejandro? ¿Quién es más cercano a la gente? De acuerdo a su personalidad política, ¿quién es más capaz para gobernar, precisamente porque tiene energía y afabilidad?

Referencias
(1) J. Santiago Barnés, M. G. Ortega Jarrín y J. A. Carpio García, Consultoría política, Univesidad Camilo José Celá/ Centro Internacional de Gobierno y Marketing Político, Madrid 2016, pp. 65-68.
(2) Se trata de J. Santiago Barnés, op. cit., pp. 66-67.
(3) Cf. Ib., p. 68.

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