Entre 1929 y 1933 murieron 3,9 millones de personas por una política de castigo y exterminio de Stalin

Escenas de deportaciones en un pueblo de Ucrania, en el periodo negro de 1929-1933, los años de la gran hambruna.EDITORIAL DEBATE

LUIS ALEMANY / EL MUNDO

La cifra de 3,9 millones de personas muertas de hambre es tan inconcebible que cuesta abordar los hechos ocurridos en Ucrania entre 1929 y 1933 en términos racionales, a partir de la información y el análisis. Hasta hace poco, la lectura más conocida en España sobre el genocidio ucraniano fue una novela, Todo fluye, de Vasili Grossman (Galaxia Gutenberg), que narraba la masacre desde un lirismo desgarrado de Antiguo Testamento: «El pueblo gemía al ser testigo de su propia muerte. Todos gemían, no con el pensamiento, no con el alma, sino como las hojas que susurran al viento o la paja que cruje».

Pero la información existía. The Harvest of Sorrow: Soviet Collectivization and the Terror-Famine (La cosecha del dolor; la colectivización soviética y el terror del hambre; no editado en español), de Robert Conquest (1986) había descubierto al mundo occidental la gravedad de la tragedia ucraniana. Hace cuatro años, la aparición de Hambruna roja, de Anne Applebaum (Debate, 2017), un libro que dialogaba durante muchas páginas con el de Conquest, renovó esa información objetiva, esa comprensión más o menos racional de lo inconcebible.

Un resumen de La cosecha del dolor: Conquest, historiador británico que había nacido en 1917, que había militado en el Partido Comunista Británico, que viajó a Moscú en la época de las purgas, que rompió el tabú de la bondad de Lenin frente a la maldad de Stalin en el libro El gran terror… Ese Robert Conquest que fue el negativo de Eric Hobsbawn documentó la hambruna ucraniana a partir de entrevistas personales a sus supervivientes y sus agentes y del registro de archivos y censos.

«Como todo el mundo en mi generación, creía firmemente que el fin justificaba los medios. Nuestro objetivo era el triunfo universal del comunismo y todo estaba permitido por ese propósito: mentir, robar, destruir a cientos de miles, a millones de personas, a todos aquellos que podían interponerse en el camino. Vacilar de esa certidumbre era ceder a la debilidad intelectual y al estúpido liberalismo… Yo mismo tomé parte en esa destrucción, recorrí el campo buscando graneros escondidos, golpeando la tierra con una barra de hierro en busca de agujeros que pudieran esconder granos. Vacié los baúles de ancianos, ignoré el llanto de los niños y los lamentos de las mujeres. Estaba convencido de que estaba realizando la gran y necesaria transformación del campo… Que los que me enviaban -yo mismo- sabían mejor que los campesinos cómo debían vivir…».

El párrafo anterior es la declaración de un militar ruso, un soldado del hambre que explicó a Conquest en qué consistió el Holodomor, el genocidio ucraniano. Hay más frases impactantes en el libro: «Nadie llevó la cuenta» (Khrushchev). «Pasamos de una política dirigida a limitar la tendencia explotadora de los kulak a una política de liquidación de los kulak como clase» (Stalin).

A partir de esos testimonios, Conquest elaboraba la hipótesis de que la hambruna de Ucrania fue a), una política deliberada y activa, no el fruto de una catástrofe, una negligencia o una trágica cadena de errores; y b) un castigo histórico contra un país que en 1917, en vez de adherirse a la Revolución Soviética, se constituyó una república liberal-demócrata, una especie de presagio de la Alemania de Weimar. La historiografía de la URSS, en cambio, se refirió a la Ucrania de 1917 de sistema fascista, igual que Putin califica de nazis a los ucranianos de 2022.

La hipótesis del castigo histórico es fácil de intuir pero difícil de demostrar. Muchos historiadores de izquierdas criticaron a Conquest por reproducir acríticamente la visión de los «nacionalistas ucranianos». La hambruna del periodo 1929-1933, argumentaban los críticos, no fue exclusiva de Ucrania. Las políticas represivas (desplazamiento de los hombres, fronteras cerradas, saqueos…), según esa interpretación, habrían sido la consecuencia de una actitud levantisca de los ucranianos.

Más datos históricos: la estructura de la propiedad de la tierra en Ucrania estaba menos concentrada que en Rusia. Existía una clase media rural, una red de propietarios a los que la Unión Soviética demonizó con el nombre de kulak, tacaño. Cuando los planes de estabilización de la economía soviética en los años 20 fracasaron, los kulaks se convirtieron en los saboteadores que impedían llegar al paraíso proletario. Y Ucrania estaba llena de kulaks.

También pesaba la cuestión nacional: el desapego de los ucranianos hacia la URSS era especialmente irritante, mucho más que la de los vecinos bálticos, ya que la cercanía cultural con los rusos era mucho más evidente. Stalin, que fue Comisario del Pueblo para las Nacionalidades antes de dirigir la URSS, tenía esa afrenta muy presente.

Los años acabaron por darle la razón a Conquest. En 2017, Hambruna roja, de Anne Applebaum, llegó a fuentes que en 1986 eran inaccesibles y confirmó la hipótesis del castigo del hambre. Es cierto que en toda la URSS hubo malas cosechas y hambre, pero eso no justifica que de los cinco millones de muertos en la URSS en la hambruna, 3,9 millones correspondieran a Ucrania. Applebaum añadía un razonamiento más: si la gran hambruna terminó en 1933 fue, simplemente, porque Stalin entendió que perseverar en su política, se volverían en contra de los intereses económicos de la URSS.

Fuente: https://www.elmundo.es/cultura/2022/02/24/6217da76fc6c83b9258b45bd.html

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