El historiador israelí se enfrenta por primera vez a la literatura juvenil con una adaptación ilustrada llamada ‘Imparables’. «Lo que me interesa de la historia no es el estudio del pasado, sino del cambio»
ANA RAMÍREZ / EL CONFIENCIAL
Desde que sus libros son un fenómeno de ventas internacional, Yuval Noah Harari (Israel, 1976) conversa habitualmente con jefes de Estado de todo el mundo. Macron, Merkel, Macri, Rutte o Kurz se han acercado a él. Sus obras calaron en los despachos de los mandatarios y en los de las deidades de Silicon Valley, como Bill Gates o Mark Zuckerberg. ‘Sapiens‘ fue su primer título y un ‘bestseller’ que dio la vuelta al globo con más de 23 millones de copias vendidas desde 2014. En esa breve historia de la humanidad, Harari glosó la imaginación humana desde el instante de su nacimiento. Pasando por dioses, naciones, imperios y todos los grandes relatos que alimentan la mente de un sapiens. En ‘Homo Deus’ (2016), el gurú proyectó su mirada a un futuro de retos tecnológicos. Y, en 2018, con ’21 lecciones para el siglo XXI’, Harari cerró el círculo desgranando el presente.
Hoy, algunos lectores de este historiador israelí acuden a él en busca de respuestas, como una especie de profeta. Un rol con el que no se siente cómodo, según explica a este periódico. «Los que piensan en mí de ese modo buscan dejar de pensar por sí mismos y que yo llegue con todas las respuestas. Y no puedo hacerlo. Es peligroso». El próximo otoño, continuará con las adaptaciones de ‘Sapiens’. Después de haber convertido el ‘bestseller’ en novela gráfica, Harari prepara cuatro volúmenes dedicados al público infantil y juvenil.
PREGUNTA. ‘Imparables’ (Montena) es una adaptación de sus ideas sobre la historia de la humanidad para niños. ¿En qué se diferencian la comprensión del lector infantil y la del adulto? ¿Cómo ha ‘traducido’ su pensamiento?
RESPUESTA. El objetivo principal del libro es hacer la historia accesible y atractiva para los niños. Entiendo el estudio de la historia no como el estudio del pasado, sino del cambio. No es tan importante lo que hizo la gente que vivió hace miles de años. Están todos muertos y no les importa lo que pensamos de ellos. Lo que es valioso es lo que hacemos hoy. Para actuar de formas distintas, tenemos que comprender de dónde venimos. Muy a menudo, las historias que se inventaron hace miles de años nos siguen controlando. Dioses, naciones, dinero, amor… Todo eso sigue definiendo cómo pensamos y nos comportamos ahora. El mensaje principal para los niños sería: «El mundo en el que vives no tiene por qué ser así. Es así, porque los seres humanos lo hicieron así. Lo que significa que la gente puede cambiar el mundo». Ante la sensación de que el mundo es injusto, todavía se puede cambiar, porque es obra de la gente.
Creo que es más difícil escribir sobre historia para niños. Tienes que reflexionar de forma más profunda. Si tratas de explicarle algo a un adulto, pero no estás muy seguro de lo que estás diciendo, siempre puedes escribir una frase muy larga y complicada, con palabras muy largas y complicadas. Y esconder el hecho de que, en realidad, no sabes lo que quieres decir. Los lectores pensarán que no han entendido nada, pero que probablemente se deba a que el autor es muy elevado y no son capaces de comprenderlo. Con los niños esto no funciona. Hace falta decirles lo que opinas del modo más simple posible. Esto te fuerza a reflexionar más, a clarificar tus ideas. Por otro lado, también es más fácil escribir para niños. Todavía no creen en todos los cuentos de hadas en los que creemos los adultos. Escuchamos durante muchos años ciertas narrativas sobre la política, la economía, la sociedad… Sean ciertas o no, creemos en algunas de ellas. Si escribes un libro en el que propones una nueva historia, es probable que muchos adultos no la acepten. Pero los niños todavía no han escuchado estas narrativas, son más abiertos. Es más fácil explicarle lo que es el dinero a un niño de 10 años que a un adulto de 50.
P. Cada vez nacen menos niños y cada vez son más las voces que alertan de una crisis demográfica con consecuencias todavía desconocidas. Si los relatos distópicos de hace unos años nos hablaban de un planeta superpoblado, de un malthusianismo sin remedio, ¿hablarán las distopías de un planeta sin niños ni jóvenes, sin energía para sostener una población envejecida?
R. Bueno, no hay escasez de personas. Hace 10.000 años, la población mundial rondaba los 10 millones de personas. Ahora, estamos acercándonos a los 8.000 millones. Si nos quedamos en ese punto o incluso bajamos de los 8.000 millones, está bien. De hecho, sería mejor para el planeta. Si lo que nos preocupa es quién cuidará de la gente mayor… Creo que hay muchas razones para traer niños al mundo. Algunas son buenas y otras no tanto, pero es una razón terrible tener hijos solo para que alguien cuide de ti cuando seas mayor. Los niños no son sirvientes. No los creas para que alguien pague tu pensión o alguien se haga cargo de ti cuando tengas 80 años. Creo que el cambio demográfico es positivo y, en parte, se debe al descenso de la mortalidad infantil. Hace un siglo, las enfermedades, la desnutrición, la falta de antibióticos y vacunas provocaban que al menos un tercio de los niños muriera antes de alcanzar la adultez. Si fuera una mujer y tuviera seis niños, sabría que es muy probable que algunos de ellos murieran por alguna enfermedad como el sarampión o por la desnutrición antes de cumplir los 20 años. Esa era una de las razones por las que la gente tenía muchos hijos, porque sabían que muchos de ellos morirían.
Este ya no es el caso. La medicina moderna, la higiene, los medicamentos han hecho que la mortalidad infantil haya descendido dramáticamente. En el mundo, es menos del 5%. En los países desarrollados, es menos del 1%. La gente tiene menos hijos porque sobreviven. Además, invierten más en ello. Las familias y la sociedad dedican mucho más tiempo, dinero y recursos a los niños. En lugar de tener 10 hijos y que trabajen en el campo o en una mina de carbón desde los ocho años, tenemos dos o tres niños y se educan durante muchísimos años. Creo que esto es algo bueno. Medir el éxito de una sociedad por el tamaño de su población ya no es relevante en la situación del siglo XXI. Es mejor tener una población menor, con mejor educación, más feliz y más sana, que tener una gran población pobre y enferma.
P. Una menor población mundial quizá sea buena para el planeta, pero no para un sistema económico que está basado en el crecimiento. Si la inversión de la pirámide poblacional genera países insostenibles, ¿cómo cree que afrontaremos la crisis?
R. Una posibilidad es el auge de la inteligencia artificial que ya estamos viendo. Los robots y los procesos automáticos están reemplazando a la gente en muchos trabajos. De hecho, es bueno que mucha gente ya no tenga que hacer esos trabajos. Si piensas en el cajero de supermercado, es un trabajo muy importante, pero no es malo que un robot pueda hacerlo. No es divertido ni ofrece posibilidades de desarrollarse. Si en lugar de ser cajero un robot puede hacerlo por ti y liberarte para que puedas estudiar, aprender, ir a la universidad o convertirte en un artista… ¡Es bueno! La automatización podría ser una respuesta.
Otra respuesta podría ser la confianza en otros países para exportar algunas producciones. O, en sentido contrario, que otra gente pueda venir temporal o permanentemente a trabajar a un país. Existe un gran debate sobre la inmigración, pero, como en casi todos los problemas de la vida, solo hay que encontrar el punto medio. Es imposible que un país pueda asumir un número ilimitado de inmigrantes. Eso no es razonable. Pero sí un número moderado de inmigrantes que están dispuestos a formar parte de la cultura local. Todo el mundo ha venido de algún sitio. Si trazas tu árbol genealógico hacia atrás, al final llegarás a algún inmigrante. Nadie ha brotado de la tierra. Quizás hace 50 o 100 años, pero todos somos descendientes de inmigrantes.
P. La importancia del relato o de la narrativa para comprender la naturaleza humana está en el centro de su pensamiento. Cultura, religión, tradiciones, sistemas políticos… Las historias que los seres humanos nos contamos a nosotros mismos para entendernos y definirnos. ¿Qué narrativa usamos para comprender el cambio demográfico? ¿Podría ser el de una guerra generacional? El ‘boomergedon’, la ‘generación tapón’… Los relatos que explican una juventud empobrecida.
R. Mucha gente está adoptando esta narrativa de una guerra generacional. Que las generaciones precedentes están destruyendo el planeta, el futuro de la gente joven y que sus intereses están enfrentados. Generalmente, como historiador, soy prudente con estos relatos militarizados y simplistas, que entienden el mundo como una batalla entre dos fuerzas. Casi siempre es más complicado que eso. Si las antiguas generaciones se preocupan poco de lo que hacen, casi siempre es porque piensan en sus hijos, en proveerles de salud, educación y alimentación. Casi todas las cosas que construyen y desarrollan, en el fondo, son para asegurar el bienestar de las generaciones más jóvenes. No solo es un viaje egocéntrico para mejorar sus propias vidas.
La gente joven tiene muchos aliados entre las generaciones de mayores. Del mismo modo que todos somos descendientes de inmigrantes, todo lo que tenemos material y culturalmente vino de algún sitio. Todo fue desarrollado por gente mayor que nosotros. Prefiero no pensar en esta lógica de jóvenes contra viejos, y pensar más en cómo podemos unir esfuerzos para proteger el planeta, el ecosistema, que es el hogar de todos nosotros.
P. Recientemente, se ha mostrado optimista respecto a la crisis climática. Ha calculado que sería posible alcanzar la cero emisión neta de carbono invirtiendo en este empeño un 2% del PIB mundial. ¿Lo cree factible? ¿Erramos al plantear el reto climático en dimensiones monstruosas, tanto en sus consecuencias como en sus posibles soluciones?
R. Creo que es peligroso caer en la desesperación. Esta es una de las razones por las que escribí un artículo sobre «La solución del 2%». Hace unos años, existían muchas voces que negaban el cambio climático. Pero ahora, de repente, se han movido al otro extremo, al de la desesperación. «Es demasiado tarde, no hay nada que podamos hacer, el mundo está colapsando». La desesperación es tan peligrosa como la negación, porque no motiva a hacer nada. No soy un experto en clima, ni un científico. Pero, como historiador, lo que me interesa es el proyecto político que necesitamos para prevenir la catástrofe climática. Y para construir un proyecto político, es necesario plantearlo en términos de presupuesto. ¿Cuánta parte del presupuesto necesitamos para alcanzar este objetivo? Si los cálculos apuntaran a un 50% del presupuesto, diría que es casi imposible excepto en casos muy extremos. La única situación en la que un país puede gastar el 50% de su presupuesto es la guerra total, como la Segunda Guerra Mundial. Pero ¿cuánto dinero necesitamos para combatir el cambio climático?
Las buena noticia es que la mayoría de los modelos apuntan a un 2% más del PIB mundial anual. Es mucho dinero y sigue siendo un gran proyecto político global. Sería algo en torno a los 1,7 billones de dólares todos los años. Pero es un proyecto físico… No significa que tenemos que destruir el modelo económico actual o abandonar los logros de la civilización moderna. En realidad, los políticos son bastante buenos moviendo el 2% de un presupuesto de aquí a allá. Eso es lo que hacen la mayor parte del tiempo. No digo que vaya a ser fácil, pero es un objetivo realista. Es importante enfatizarlo, porque si la gente cae en la desesperación, se rendirá y no intentará hacer nada.
P. Hace unos instantes hablaba del crecimiento vertiginoso de la población mundial en los últimos siglos. ¿Es eso lo que nos inclina a la desesperación ante los problemas globales, la sensación de que la humanidad ha crecido hasta volverse un trasatlántico inmanejable?
R. No, pienso que tenemos la tecnología, el conocimiento científico y los recursos económicos para resolver el problema del cambio climático. Lo que no tenemos es la sabiduría o la voluntad política. Si los políticos y la gente deciden hacerlo, es completamente viable. Hay problemas en el mundo que no sabemos resolver, que están más allá de nuestro poder, al menos por ahora. Pero el cambio climático no es uno de ellos. Es un problema solucionable, aunque no es sencillo. No existe la voluntad política. Todavía vemos muchos representantes políticos negando el problema o sus implicaciones en él. O, directamente, excluyéndolo de sus prioridades porque tienen cosas más urgentes que hacer.
No puedo decir que sea muy optimista, sobre todo teniendo en cuenta los últimos tres años. Hemos fallado como especie y como humanidad ante la pandemia del covid, y ahora tenemos la terrible invasión de Rusia en Ucrania. Putin ha roto el gran tabú de la comunidad internacional, está intentando aniquilar una nación entera. Y toda Europa se ha unido contra él. Pero no India, ni Brasil ni muchos otros países. Esto es decepcionante. Si no podemos unir nuestras fuerzas contra esa clase de peligros inmediatos, es difícil imaginar cómo vamos a unirnos para enfrentarnos a un problema más complejo como el cambio climático. Pero, aun así, hay un espacio para la esperanza. Al menos, en el sentido de que no es una misión imposible. Tenemos el poder para hacerlo, pero no la sabiduría.
P. Si pudiera escribir ‘Homo Deus’ ahora, ¿se mostraría más pesimista sobre el futuro de la humanidad?
R. Absolutamente. Escribí aquellos libros en 2014 y 2015. La impresión era que problemas como la guerra, las epidemias o la hambruna siempre podían surgir por las leyes de la naturaleza. Siempre puede surgir una nueva enfermedad o carestía, pero sentíamos que la humanidad había construido un orden global lo suficientemente fuerte como para que estas situaciones quedaran bajo nuestro control. Pasó con el ébola, en 2014. La acción internacional fue rápida para contenerlo. Pero lo que ha ocurrido en los últimos cinco o seis años es que la humanidad ha abandonado el orden que ha construido. Hemos permitido que colapse.
Es como si construyéramos una presa en un río y pensáramos: «Bueno, ya está. El río está bajo control. Ya no hay inundaciones». Pero, entonces, empiezas a abandonar la presa. Hay grietas y piezas que se caen, pero no haces nada al respecto. Al final, la presa colapsa y hay una riada terrible. Esto es lo que está ocurriendo. Incluso los países que lideraron este orden global como EEUU o Gran Bretaña están saboteando este orden. El Brexit es una señal para Putin de que Gran Bretaña ya no está interesada en Europa. Entonces, «si invades Ucrania, nosotros no haremos nada». Pasa lo mismo con la elección de Donald Trump y sus políticas aislacionistas contra cualquier colaboración internacional. Esto también fue una señal clara. EEUU abandona el orden global y ya no quiere lideralo. Es una llamada para que gente como Putin piense que no van a intervenir si hace algo.
No es demasiado tarde para salvar el orden global y mejorarlo, pero depende de nuestras decisiones. No se trata de las leyes naturales o de milagros divinos, sino de humanos construyendo instituciones. Si construyes buenas instituciones, pueden controlar y contener problemas como la guerra, las enfermedades o la hambruna. Pero si dejas que colapsen, todos esos problemas volverán. La hambruna es el mejor ejemplo, vemos que está volviendo. Hay que dejar claro que esto no es un desastre natural. Hace cientos de años, puede que sí. Debido a inundaciones, terremotos u otros eventos, un territorio podía quedarse sin comida. No teníamos la tecnología para prevenir la hambruna ni para llevar comida rápidamente de un territorio a otro. Estábamos desamparados. Ahora, la única hambruna que existe es la hambruna política. Si hay gente muriéndose de inanición en el mundo, es solo porque algún político quiere que mueran de hambre. Tenemos la tecnología para producir y transportar comida. Espero que tengamos la sabiduría para construir mejores instituciones que prevengan que la hambruna se convierta otra vez en una amenaza para la humanidad.
‘Homo Deus’, tras acabar con el hambre, la guerra y la muerte, acabemos con el hombreDaniel Arjona
P. Una de las ideas que desarrollaba en ‘Homo Deus’ era la pérdida de libertad en la acción y el pensamiento humanos en favor del control tecnológico y la influencia de los algoritmos. ¿Relaciona la crisis del orden global que menciona con este ensimismamiento?
R. Algunos creen que existe una contradicción entre el globalismo y el nacionalismo, o entre el globalismo y el individualismo. Opino que es un gran error. No hay una contradicción. A menudo, para florecer como individuo, es necesario cooperar con los demás y con otras naciones. Si examinas la comida, el deporte, la religión, el arte. Si te preguntas de dónde vienen, la mayor parte viene del extranjero. Si te gusta tomar café, los etíopes lo introdujeron en el ámbito doméstico. Cada vez que bebes café, deberías agradecérselo. Si te gusta el fútbol, fue inventado por los ingleses. Si eres cristiano y lees la Biblia, fue escrita en Oriente Medio. Si te gusta la lengua española, es hija del latín y viene de Italia. Si piensas en todas estas cosas como individuo, te darás cuenta de que no existe ninguna contradicción entre ser individualista y cooperar felizmente con los demás. Es como ser patriota: no se trata de odiar a los extranjeros y a las minorías, sino de amar a la gente que tienes a tu alrededor.
Fuente: https://www.elconfidencial.com/cultura/2022-07-04/yuval-noah-harari-entrevista-fracasado-especie_3453437/