El auge de la realidad virtual alimenta el debate sobre la ‘hipótesis de la simulación’. Cada vez más pensadores y científicos sostienen que nuestro mundo es una creación informática ideada por una civilización superior. ¿Es posible saber si ‘Matrix’ ya es real?
JORGE BENÍTEZ / PAPEL / EL MUNDO
«Dime: ¿sentirías compasión por uno de esos puntitos negros si se detuviera? Si te ofreciera 20.000 dólares por cada puntito que se parara, ¿me dirías que me guardase mi dinero? ¿O calcularías cuántos puntitos podrías permitirte gastar? Y libre de impuestos, amigo, libre de impuestos».
Un cínico Orson Welles pronuncia estas palabras subido en una noria gigante de Viena en la escena más famosa de la película El tercer hombre. Reunido con un viejo amigo le explica por qué no le importa que la gente anónima que divisan desde las alturas sea sacrificada para seguir ganando dinero con sus negocios turbios.
Pues resulta que Orson Welles no existió nunca. Ni tampoco El tercer hombre. Mucho menos aún la noria donde se rodó. De hecho, ni siquiera existe Viena.
Esta es la consecuencia lógica que sostiene la hipótesis de la simulación, una teoría científica que plantea que nuestro mundo no es más que una simulación realizada por ordenador por una civilización mucho más avanzada. Una especie de videojuego ultrasofisticado en el que todos somos meros personajes a los que se nos han hecho creer que gozamos de libre albedrío. Los humanos, en resumen, somos esos puntitos negros distantes de los que habla Welles y cuya existencia no importa nada.
No tema: este artículo no está dedicado a líderes de sectas ni a la ingesta de setas alucinógenas. La hipótesis de la simulación cuenta con el respaldo de intelectuales tan reputados como el astrofísico Neil deGrasse Tyson o el filósofo David Chalmers. Y también cuenta entre sus seguidores con el hombre más rico del mundo, Elon Musk.
Este debate filosófico-tecnológico se ha intensificado gracias a la fiebre del metaverso, ese mundo virtual que lideran las grandes tecnológicas, especialmente Facebook, al que nos conectaremos con dispositivos avanzados que nos harán sentir que realmente estamos dentro de él interactuando con todos sus elementos. Para cada vez más expertos, el metaverso es el primer paso de un futuro en el que la realidad virtual se considerará tan real como el mundo físico.
¿Qué ocurriría entonces? Todo lo que damos por descontado se pondría en duda. Si los humanos tienen la capacidad de crear nuevos mundos indistinguibles de lo que llamamos realidad, quizá otra civilización en otro lugar del universo lo ha hecho antes. Y nosotros, los humanos, somos sus puntitos negros.
En realidad, la idea de la simulación viene de lejos: fue tratada por Sócrates y por Platón, por Calderón en La vida es sueño y, más recientemente, en taquillazos como Matrix. Pero, en realidad, el verdadero creador de esta hipótesis es Nick Bostrom, de 48 años, un prestigioso intelectual de la Universidad de Oxford,
«Uno podría pensar que el mundo de 2022 es un momento más interesante o relevante para potenciales simuladores que el mundo antes de que existieran los seres humanos», dice Bostrom desde Oxford, donde dirige el Instituto para el Futuro de la Humanidad. «En ese sentido, es más probable que los seres humanos seamos simulaciones que los seres que habitaron la Tierra hace millones de años».
Bostrom, un filósofo sueco especializado en Física e Inteligencia Artificial, publicó en 2003 un citadísimo paper en el que desarrolló su argumento de la simulación proponiendo que al menos uno de los siguientes enunciados es verdad:
-La humanidad se extinguirá antes de alcanzar el nivel tecnológico necesario para ejecutar simulaciones.
-Es altamente improbable que si la humanidad alcanza ese nivel tecnológico desarrolle un número significativo de simulaciones de sus antepasados.
-Es muy probable que vivamos en una simulación hecha por ordenador.
Su tercer postulado es el que todavía hace correr ríos de tinta y revoluciona el debate a medida que el progreso tecnológico hace cada vez más factible la creación de universos paralelos indistinguibles de la realidad. Si se confirma, implicaría un shock para el género humano incluso mayor que la existencia de extraterrestres: nada de lo que los rodea es real en el sentido estricto de la palabra.
No habría suficientes ansiolíticos en nuestro metaverso -que encima tampoco serían verdaderos- para ayudarnos a asimilar que la presidenta de la junta de vecinos de nuestra casa es un manojo de terabytes con mala leche. Mientras, el amor de una madre sería una farsa digital y la catedral de Burgos, una especie de Lego tridimensional de cibercartón-piedra.
Por el momento, un prudente Bostrom no se decanta por ninguna de sus tres proposiciones. Su justificación: carece de «argumentos empíricos sólidos» para emitir un juicio… de momento.
Su prudencia no ha impedido que muchos de sus discípulos aseguren que nuestras vidas son ya como un reality al estilo de El show de Truman. Y algunos, como el ingeniero del MIT y diseñador de videojuegos Rizwan Virk, son incluso más atrevidos.
Virk es el autor de The Simulation Hypothesis, un libro que traza el camino de la tecnología hasta lo que él denomina el punto de simulación, aquel momento en el que seríamos capaces de construir de forma realista y convincente una simulación similar a la mostrada en Matrix. Tan potente que no la distinguiremos del mundo real… o más bien el que nosotros, equivocada-mente, creemos real. «A medida que nuestra tecnología mejora en la creación de mundos virtuales vemos que es muy posible que nosotros ya estemos dentro de un mundo virtual, simplemente no lo sabemos», cuenta por email.
Virk sabe de lo que habla. Durante su carrera, ha presenciado de primera mano el boom informático que, en apenas unas décadas, ha pasado de pantallas con gráficos geométricos en blanco y negro a superaventuras en 3D con jugadores conectados simultáneamente en todo el mundo en los que los personajes se mueven como tú quieres y sin límites. Sin ir más lejos, esta semana Microsoft ha desembolsado 68.700 millones en la compra de Activision Blizzard, uno de los gigantes de videojuegos virtuales como World of Warcraft.
Frente a la fiebre del metaverso, esta visión megalómana del potencial tecnológico humano también cuenta con detractores muy cualificados. «Cada 10 años estamos con lo mismo, sobre todo cuando una gran empresa decide invertir en realidad virtual», dice con desconfianza Douglas Rushkoff, uno de los pensadores tecnológicos más brillantes del mundo y padre de términos como nativos digitales.
Opina Rushkoff, autor de Programa o serás programado (Debate), que exageran aquellos que aventuran que nos pasaremos todo el día en el mundo virtual, como el emigrante que se cambia de país. «Eso sólo lo vería si, por ejemplo, la pobreza y la contaminación volvieran el mundo real mucho peor. Creo que su uso será sólo temporal, como ayuda para navegar en el mundo real. Puede que incluso nos sirva para ahorrarnos sufrimiento antes de morir».
Antes de que alguien intente mandar un email a nuestro programador divino para quejarse del triste papel que le ha otorgado en este mundo fake, Rushkoff rechaza la teoría de que vivamos en un metaverso sin saberlo. «Si estuviéramos en un mundo simulado, entonces nuestros dioses usarían algo más que la informática. Tendemos a creer que habría ordenadores en otros mundos, cuando yo los veo como algo sólo humano». Y especula: «Tal vez la realidad, la materia física sea en sí misma una simulación. Esto es lo que los budistas llaman mara, una ilusión».
Pese a los agujeros en la hipótesis de la simulación, en los 20 años desde la publicación del trabajo de Bostrom muchos expertos han intentado concretar las probabilidades de que vivamos en un mundo virtual. El último ha sido David Chalmers, filósofo estudioso de la conciencia y profesor de la New York University, que da un paso más allá: si aceptamos que vivimos en un mundo simulado, después habría que plantearse si es el único.
«Creo que la realidad virtual es la realidad genuina. si nosotros estamos viviendo en una simulación hecha por computadora que es indistinguible de un mundo físico, entonces el mundo simulado es real», dice Chalmers por email. Según este pensador, la tecnología actual permite que trabajemos o juguemos con ordenadores interconectados, un proceso que también podría producirse en el diseño de la arquitectura de los mundos virtuales. Es decir, muchas máquinas estarían haciendo la simulación en paralelo. Pero lo importante es que Chambers se tira a la piscina y da una cifra concreta sobre la probabilidad de que el lector y el periodista de este artículo vivan en una ficción pixelada: «Al menos un 25%».
La hipótesis de la simulación tiene otro flanco débil: por muy convencidos que estemos de que vivamos en una realidad irreal, ¿cómo podríamos demostrarlo? «Creo que la rareza de la física cuántica es una evidencia», postula Rizwan Virk como un posible indicio al que agarrarnos para despertar.
La indeterminación cuántica establece que no se puede conocer simultáneamente la posición exacta y el momento exacto de una sola partícula. Resulta curioso que la ciencia, el arma humana más eficaz para desmontar bulos y supersticiones, podría convertirse en la aliada definitiva para demostrar una hipótesis que, a primera vista, cualquier ser racional considera peregrina.
Lo que sucede es que la realidad -o lo que llamamos realidad- alberga muchos enigmas que somos incapaces de comprender y que podrían relacionarse con la hipótesis de la simulación. «La naturaleza se rige por unas leyes físicas y químicas que son inmutables y no se pueden cambiar. Por ejemplo, la ley de la Gravedad Universal de Newton se parece muchísimo a la de la electrostática de Coulomb. ¿Por qué?», se pregunta Carlos Elías, químico y catedrático de Periodismo de la Carlos III. «Es como si el supuesto informático que programó las leyes hubiera sido tan vago que habría copiado el mismo tipo de función matemática. Lo mismo sucede con las reacciones químicas, los tipos de enlace que pueden formarse… Sólo hay unos pocos tipos y no se pueden cambiar».
La rigidez que impone la Naturaleza, siempre vinculada a las matemáticas, contrasta con las ciencias humanas, como pueden ser el Derecho o la Historia, que sí transformamos a nuestro antojo. Sobre este límite científico, Elías añade: «Es como si el programador del gran videojuego que es el universo no permitiera a los avatares, que seríamos todos nosotros, interferir en los códigos que diseñó».
Las consecuencias de habitar un mundo basado en una mentira existencial y con los mismos límites que en un videojuego también supondrían otro terremoto de imprevisibles consecuencias. ¿Cómo reaccionaría la Iglesia si Jesucristo resultara ser un personaje de un Gran Hermano Vip intergaláctico? ¿O los fieles musulmanes si se demostrara que Alá es un hacker un poco cabroncete? A los ateos, estar regidos por un ser superior también les provocaría un cortocircuito.
Cuando se le pregunta al profesor Bostrom sobre esta cuestión, contesta de forma inequívoca: «Si la hipótesis de la simulación fuera confirmada, esto implicaría la existencia de un Creador».
El desamparo de sentirse como una marioneta también es compartido por Neil deGrasse Tyson, el divulgador científico más conocido del mundo, que reconoce «a su pesar» que carece de argumentos para desmontar la hipótesis de la simulación. En un programa de radio, el sucesor de Carl Sagan en la serie televisiva Cosmos ironizó con que si vivimos en un metaverso, seríamos el entretenimiento de un «brillante informático extraterrestre que opera desde el sótano de casa de sus padres» y que, cuando éste se aburre, nos introduce pantallas más difíciles como el Brexit, una pandemia o las guerras.
De ser así, estaríamos ante el guionista del culebrón más largo jamás contado: el de la humanidad. «Puede que cuando disfrutamos unos momentos de paz sea porque este alien llega tarde a la cena con sus padres», dijo el astrofísico estadounidense.
Ojalá se le atragante.
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/futuro/2022/02/08/61fd37a5fc6c83124e8b45bb.html