Por Jesús Manuel Hernández*

Madrid, España.- Cada viaje sucedía lo mismo, amigos y familiares encargaban algunas tabletas de chocolate, Toblerone, “esas grandes, las venden en el Duty Free”, le decían y le daban algún dinero para la compra.

Zalacaín había desarrollado la costumbre de traer de regalo algunas tabletas de chocolate, pero no siempre Toblerone. Algunas veces traía las del chocolate español por excelencia, “Valor”, una empresa familiar fundada en 1881 cerca de Alicante.

Otras veces llevaba consigo algunas tabletas o cajas de bombones de la parisina Hediard, cuando en el Duty Free madrileño había una tienda gourmet y su amigo el portugués le juntaba “la compra” mientras se tomaba la última copa de champagne en la barra antes de subir al avión.

Pero había una tradición sobre todo cuando el clima era frío, de Octubre a Abril, se apetecía muy bien, en la mañana o a media tarde, o de madrugada, la especialidad de las chocolaterías españolas, el “chocolate a la taza” a veces acompañada de churros o porras.

Valeriano López Lloret, fundador de “Chocolates Valor”, llamado por sus clientes “Señor Valor” en honor a su marca y prestigio alcanzado. Fue un artesano del cacao, iba a las casas a elaborar las tablillas con el cacao sacado del molino de piedra, casero, artesanal.

En aquellas épocas los artesanos del chocolate tenían un territorio “a la palabra”. Con la segunda generación la familia López introdujo el molino de malacate movido por caballos y después por un motor diésel. Ya en 1960 se industrializan y 24 años después se abriría la primera Chocolatería Valor en Madrid, hoy hay más de 30 sucursales y los productos se venden en todo el mundo.

Aquella tarde de sábado Zalacaín se acercó a la sucursal del Conde de Peñalver, Nicolás de Peñalver y Zamora, un político conservador, nacido en La Habana, Cuba, llegó a ser alcalde de Madrid y heredó el título de “conde” de su abuelo.

En plena terraza y con un frío soportable el aventurero optó por la primera sugerencia, chocolate a la taza con churros.

Con la consistencia similar a la de un atole de maíz, muy espeso, humeante, muy caliente, con un sabor a cacao, sin azúcar, Zalacaín introdujo el churro en la tasa, casi se quedó parado verticalmente en el centro del recipiente, por la consistencia del chocolate.

Y mordió y sorbió y llenó su mente de aquellos chocolates caseros, los de antes, cuando no había botes, frascos o sobrecitos de un polvo beige llamado “chocolate en polvo”.

Cosas de la vida, el cacao es mexicano y los españoles lo llevaron a Europa y luego se extendió su cultivo y consumo por todo el mundo, pero los madrileños le han dado un toque tan especial a beberlo en “taza”, espeso, muy espeso.

2.85 euros por la taza y 95 céntimos por media orden de churros. Y luego a caminar por el parque del Buen Retiro. ¿Cuál frío? Ninguno, la fuerza del chocolate todo lo puede, pero esa, esa es otra historia.

elrincondezalacain@gmail.com

YouTube: El Rincón de Zalacaín

*Autor de “Orígenes de la Cocina Poblana” Editorial Planeta.

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