El ilustrador Luis Parejo dispara en la exposición ‘Un mundo feliz’ contra los monstruos tecnológicos que nos alienan mientras nos cobran por nuestro propio tiempo.
HENRIQUE MARIÑO / PÚBLICO
Somos unas ratas —de laboratorio— y, conscientes o no, hacemos girar la rueda que mueve el engranaje de Facebook, Google, Twitter o Instagram. Nuestras horas de asueto son la gasolina que alimenta el motor de los grandes hermanos, de modo que el ocio se convierte en trabajo y el resultado de ese esfuerzo es ofrecido como producto por las multinacionales. Nosotros les regalamos —más que les vendemos gratis— textos, fotos, vídeos, memes y corazones para luego volver a comprarlos. Ellos ganan y nosotros perdemos —el tiempo—.
De esto también habla Un mundo feliz, la cámara de los horrores de la sociedad menos cero punto cero. Una exposición desasosegante que, a través de la ironía y el absurdo, nos hace más digeribles unas [ir]realidades que se han instalado en nuestras vidas. «Lo siniestro causa espanto precisamente porque nos es familiar», ya decía Freud, citado por Luis Martínez en La mirada culpable, el texto que acompaña las ilustraciones, fotografías, cianotipias, esculturas y videoinstalaciones de Luis Parejo (Madrid, 1971).
En él, Martínez emparenta la obra del artista con el universo de David Lynch, en cuya mirada «lo muy macabro y lo muy rutinario se combinan de tal forma que revelan que lo uno está contenido en lo otro», en palabras de David Foster Wallace. Así, esa pareja feliz de Sé lo que quieres ve la televisión en el salita de un edificio neoyorquino —o de Móstoles— rodeado de inquietantes orejas sin nombre, hoy bautizadas Siri o Cortana, pabellones auditivos contemporáneos que todo lo escuchan y todo lo saben, aunque no todo lo entienden. Le dices, por ejemplo, «Alexa, muérete», y ahí sigue.
La exposición estará abierta durante el verano en el sótano de la librería madrileña Cervantes y Compañía, un espacio idóneo para los ojos, bocas y cerebros de Parejo, quien ha entendido que el subsuelo era mazmorra donde nadie tiene escapatoria. De repente, un rumor que ya es ruido, un pasillo, una cortina de terciopelo azul, una cueva, una silla, una proyección, una mano ósea que sujeta un móvil y una calavera que observa la pantalla. Dentro del cráneo, una rata que hace girar la rueda. Dentro del vidrio, tanto tiene.
La rata nos ha conducido a su freak show —en realidad, en este museo ambulante todos son seres grotescos y bestias pardas—, invirtiendo el cuento donde el flautista atraía a los roedores. «Venid a visitar al monstruo que habita dentro de nosotros», invita el artista, quien no duda en cascar una bola de navidad para cortarse las venas con un pedazo de felicidad. Parejo podría explicar por qué se carga el espíritu navideño —o lo transforma en apero suicida—, aunque para eso ya está el ilustrador y humorista Darío Adanti.
‘Navidad’, por Darío Adanti
«Rito arcaico en el que se celebraba el solsticio de invierno y que fue transformado en la Edad Media en el día en el que nació el hijo de Dios, que sufrió y murió por nuestros pecados y que, como no hay prueba alguna de esto, hicieron coincidir la fecha de su supuesto nacimiento con la de la festividad arcaica del solsticio para joderles la fiesta a los paganos y jodernos el fin de año a los ateos, que nos vemos obligados a asumir un espíritu festivo que no queremos, ir a brindar con amigos que vemos todo el tiempo como si fuera la última vez que los vamos a ver, y a cenar y comer en familia, emborracharte delante de tu abuela, discutir de política con tu tío el facha, que te llame facha tu sobrina progre, terminar todos como el rosario de la aurora y todo porque alguien en la Edad Media dijo que aquella era la fecha del nacimiento de un hijo inexistente de un Dios que no existe. Y luego vamos por el mundo diciendo que somos la civilización».
El fundador de la revista Mongolia y una veintena de autores, desde Blanca Lacasa hasta Nuria Labari, son los responsables de explicar cada obra a través de una audioguía locutada por Maite Vaquero. «Buscaba el contraste del mensaje irreverente con la solemnidad del tono museístico», comenta Parejo, quien ha subvertido el encargo.
«Antes ilustraba con imágenes las palabras de otros y ahora ellos ilustran con palabras mis imágenes», se congratula el artista, quien no solo alude al postureo y a la soledad que emanan de las redes sociales, sino también a la «adicción» que provocan, «con el tiempo y la energía perdidos que conllevan».
Para combatir el déficit o falta de atención, producto de la ingente oferta de información y del consumo compulsivo de los usuarios —antes llamados personas—, el ilustrador del diario El Mundo propone un objeto de papel con tapas más o menos duras. «Hoy nadie es capaz de concentrarse, porque está en mil cosas, pero en ninguna. No importa que seas alguien sensible, pues es inevitable que te despistes. La mejor arma contra esa atención fragmentada es la lectura, con la que consigo escaparme de todo. Quizás por eso me atraía exponer en una librería», confiesa.
Su trabajo para la edición online de su periódico era en buena parte digital. Por ello, ha tratado de buscar un formato más tangible para las páginas y los suplementos del diario. Así, descartada la tableta de dibujo, Luis Parejo se ha valido de todo tipo de materiales para construir sus ilustraciones: un martillo, una bola de billar, un huevo, una maqueta, un bastón, un corcho, una biblia… Y, cuando no podía usar un objeto, se lo inventaba o lo modelaba con sus manos, para luego fotografiarlo y convertirlo en pieza de diseño gráfico.
Lo mismo sucede en Un mundo feliz, donde el tétrico ojo que todo lo ve se esconde dentro de una pelota de tenis. Y, del mismo modo que la esfera amarilla se transfigura en una proyección, la rata en movimiento —en lenguaje técnico, el bicho pierde su tiempo y su juicio en una «rueda de actividad para la investigación animal»— es plasmada en unas cianotipias que pueden adquirirse por un módico precio… Módico, porque las copias negativas en color azul son una ganga en comparación con el millón de euros que cuesta la videoinstalación, una boutade del artista para gastar tinta imprimiendo ceros.
«Quise adaptar la técnica al mensaje en vez de recurrir a una técnica predefinida o que ya dominaba, aunque para ello tuviese que crear objetos», detalla Parejo. «La materia habla y, en esta época donde todo está generado por ordenador, la textura es un plus. En mi día a día ya trabajo en digital, por lo que necesitaba lo tangible», comenta el ilustrador, quien se ha prodigado en las portadas de Papel, Mercados, Crónica, EM2 o Metrópoli, un referente del diseño gráfico que acumula premios internacionales.
Más materia, es la guerra: la soma de Huxley —esa droga de la felicidad, de ahí el irónico título de la exposición— es aquí el Lexatin, un recurso de bajada para los que antes frecuentaban la barra libre del subidón. La disposición de las cápsulas sobre una superficie bocetan el retrato de tu colega el que se quedó medio colgado, pero habría que preguntarle al autor cuánto de Pedro Sánchez tiene la farmacopea rojiblanca. Hay más objetos, como también hay más Louise Bourgeois, Chema Madoz, Eadweard Muybridge o Francis Bacon, aunque los referentes de Parejo son inabarcables y van desde el surrealismo, el absurdo y lo siniestro hasta el —existencialismo— pop.
«Somos ratas de laboratorio», reconoce Parejo. «Ellos experimentan con nosotros permanentemente y han diseñado sistemas adictivos para que estemos todo el tiempo clicando. Algo que podemos hacer extensivo al consumo de productos audiovisuales en plataformas como Netflix, que ofrece el documental El dilema de las redes, sobre el peligro de esas herramientas. Es increíble, porque al mismo tiempo que crean un algoritmo se denuncian a sí mismos», comenta el artista, quien plasma su obsesión por la «percepción amorfa del tiempo» que han generado esos patios de vecinos virtuales.
Por ello se sorprende que algunas personas le digan que no le llegan las horas para leer un libro, cuando luego se tiran toda la madrugada o el fin de semana viendo una serie de veinte capítulos. «Yo soy el primero que tiene déficit de atención, pero lo compenso con mis frecuentes visitas al cine, el único sitio donde me puedo concentrar. Y si se me va la cabeza, al menos tengo que estar quieto», ironiza Parejo, quien critica con sus esculturas la autocensura que nos lleva «a dejar de ser tú mismo y a escribir para no quedar mal con determinados entornos».
Según él, ya no hay escapatoria ni tampoco un remedio contra la alienación. «No somos conscientes del monstruo que hemos creado. ¿Es esto realmente el progreso?», se lamenta Parejo, quien considera que la única forma de rebelión pasa por la lectura. «Una acción orgánica que no requiere conexión, por lo que es el único momento en el que no te están controlando». Cabría preguntarle qué sucede con las personas que leen en su preciado ebook, pero el ruido de la rueda amenaza con hipnotizar a los incautos y hay un ojo dentro de una pelota de tenis que ha empezado a mirarnos muy mal.
Fuente: https://www.publico.es/culturas/ratas-laboratorio-facebook-google-twitter-e-instagram.html