SWAMINATHAN NATARAJAN / BBC WORLD SERVICE
Hambruna, pobreza, guerra, enfermedad: hay muchos factores que pueden alterar drásticamente lo que comemos.
En circunstancias extremas, las personas desesperadas pueden recurrir a comer barro, frutas de cactus, flores, ratas, huesos desechados o pieles de animales para mantenerse con vida.
El hambre severa, la mala alimentación y la desnutrición son un desafío cotidiano en muchas partes del mundo y su escala es verdaderamente gigantesca.
El Programa Mundial de Alimentos de la ONU afirma que «hasta 828 millones de personas se acuestan con hambre cada noche» y «345 millones enfrentan inseguridad alimentaria aguda».
Ante el Día Mundial de la Alimentación que se celebra este 16 de octubre, la BBC habló con cuatro personas de diferentes partes del mundo que han experimentado hambre extrema y les preguntó cómo sobrevivieron.
«Mi familia depende de la piel y los huesos desechados»
Durante los últimos dos años, Lindinalva Maria da Silva Nascimento, una abuela jubilada de 63 años de São Paulo, Brasil, ha estado comiendo huesos y piel desechados por los carniceros locales.
Tiene un presupuesto diario de apenas US$4 para alimentarse ella, su esposo, un hijo y dos nietos. No puede comprar carne, así que va a diferentes carnicerías y compra carcasas y pieles de pollo. Incluso eso le cuesta alrededor de US$0,70 por kilo.
«Cocino huesos con trozos de carne que quedan en la piel. Agrego frijoles para darle gusto», dijo.
La piel del pollo, agregó, se fríe en una sartén sin aceite y luego se recoge y almacena la grasa que se acumula. Lindinalva la guarda en tarros vacíos de mayonesa o cuajada y luego la utiliza para freír otros alimentos.
«Ni siquiera pienso en comprar fruta, verdura o dulces. Antes tenía el congelador lleno de carne y verdura y en la nevera había col, tomate, cebolla… estaba llena», contó. «Hoy está vacía y lo único que tengo es una cebolla en el frutero».
Lindinalva perdió su trabajo durante la pandemia y su hijo también está desempleado.
«Dependo de las donaciones de alimentos de personas que conozco y también de la ayuda de una iglesia católica local. Así es como sobrevivo», narró.
Más de 33 millones de personas en Brasil viven con hambre, según un informe reciente de la Red Brasileña de Seguridad Alimentaria. El estudio, publicado en junio, también encontró que más de la mitad de la población sufre de inseguridad alimentaria.
En América Latina y el Caribe había unas 60 millones de personas con desnutrición en 2020, último dato disponible de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés).
Esa cifra es un 30% superior a la registrada solo un año antes.
«Los carniceros suelen decirme que no tienen huesos», se quejó Lindinalva. Por ello tiene que comer lo menos posible, para guardar alimento si no encuentra alternativas.
«Sobrevivo también por mi fe en que las cosas deben mejorar en algún momento», señaló.
«La carne de rata es la única que puedo permitirme»
«He estado comiendo ratas desde la infancia y nunca he tenido ningún problema de salud. Alimento a mi nieta de dos años con ratas. Estamos acostumbrados», dice Rani, del sur de India.
Esta mujer de 49 años vive cerca de Chennai y pertenece a una de las comunidades más marginadas del país: dejó la escuela después del quinto año.
En la estructura social jerárquica basada en castas de la India, sus pares han sufrido años de discriminación. Rani trabaja para una ONG que rescata a personas de su comunidad, los irules, que están atrapadas como trabajadores en condiciones de servidumbre.
«Siempre vivimos fuera de los pueblos y aldeas. Nuestros padres y abuelos nos dijeron que a veces no tenían nada para comer, ni siquiera tubérculos. En esos tiempos difíciles, las ratas nos proporcionaban el alimento que tanto necesitábamos», dijo Rani a la BBC.
«Aprendí a atraparlas desde muy joven», agregó.
Las habilidades de supervivencia que Rani adquirió cuando era niña ahora ayudan a su propia familia a comer: cocinan ratas al menos dos veces por semana.
Los irules comen una especie de rata que se encuentra en los arrozales, no las que se encuentran típicamente en los hogares.
«Le quitamos la piel, asamos la carne a la parrilla y la comemos. A veces la cortamos en trozos pequeños y la cocinamos con lentejas y salsa de tamarindo», contó Rani.
Los granos que las ratas esconden en sus madrigueras también sirven de alimento a los irules.
«Solo puedo permitirme comer pollo o pescado una vez al mes. Las ratas están disponibles en abundancia y son gratis», añadió.
«Bebí agua con barro y vi gente comiendo carne de cadáveres»
La ONU dice que Somalia enfrenta un hambre catastrófica y que la peor sequía del país en 40 años ya ha desplazado a más de un millón de personas.
Sharifo Hassan Ali, de cuarenta años y madre de siete hijos, es una de las desplazadas.
Tuvo que abandonar su aldea y viajó más de 200 kilómetros, en su mayoría a pie, desde la región de Shabeellaha Hoose hasta un asentamiento temporal en las afueras de la capital, Mogadiscio. Le tomó cinco días.
«Durante el viaje comíamos solo una vez al día. Cuando no había mucha comida, les dábamos de comer a los niños y pasábamos hambre», aseguró.
De camino a la capital presenció algunas escenas impactantes.
«El río se ha secado por completo. Ha habido poca agua durante años, así que tuvimos que beber agua con barro», contó Hassan Ali.
«Vi cientos de animales muertos en mi camino a Mogadiscio. La gente incluso se está comiendo los cadáveres y las pieles de los animales».
Hassan Ali solía tener 25 vacas y 25 cabras. Todas murieron en la sequía.
«No llueve y no crece nada en mi granja», dijo.
Ahora gana menos de US$2 al día lavando la ropa de otras personas, lo que no alcanza para pagar la comida.
«Apenas puedo comprar un kilo de arroz y verduras con ese dinero, y nunca es suficiente para todos. Esta sequía ha sido muy dura para nosotros», explicó.
Recibe algo de ayuda de organizaciones humanitarias, pero no le es suficiente.
«No tenemos nada», dijo Hassan Ali.
«Mis hijos y yo sobrevivimos con frutos rojos de cactus»
«No llueve y no hay cosecha. No tenemos nada que vender. No tenemos dinero. No puedo permitirme comer arroz».
Fefiniaina es una madre de dos hijos de 25 años de la isla de Madagascar, en el océano Índico.
Dos años de pocas precipitaciones han destruido los cultivos y diezmado el ganado. Eso está empujando a más de un millón de personas hacia la inanición, según la ONU.
Fefiniaina vive en la localidad de Amboasary, una de las zonas más afectadas por la sequía.
Con su esposo se ganan la vida vendiendo agua.
«Cuando gano dinero, compro arroz o yuca. Cuando no tengo nada, tengo que comer la fruta del cactus rojo o acostarme sin nada», le dijo a la BBC a través de un traductor de Unicef.
«La mayoría de la gente aquí come fruta de cactus. Sabe un poco a tamarindo», contó.
«Lo hemos estado comiendo durante los últimos cuatro meses y ahora mis dos hijos sufren de diarrea».
El Programa Mundial de Alimentos informó el año pasado que en el sur de Madagascar «la gente comía arcilla blanca con jugo de tamarindo, hojas de cactus y raíces silvestres solo para calmar el hambre».
La fruta puede ayudar a mantener con vida a la familia de Fefiniaina, pero no proporciona las vitaminas y minerales que necesitan. Su hijo de cuatro años se encuentra entre los muchos que reciben tratamiento por desnutrición.
«Incluso si llueve un poco, podemos obtener algo de cosecha. Podemos comer batatas, yuca y frutas», indicó Fefiniaina.
«Y no necesitaremos comer frutos de cactus».
El Programa Mundial de Alimentos dice que el mundo tiene más hambre que nunca.
Culpa de esta «crisis de hambre sísmica» a cuatro factores: conflicto, crisis climática, las consecuencias económicas de la pandemia de covid-19 y el aumento de los costos.
«Los costos operativos mensuales de Programa Mundial de Alimentos están US$73,6 millones por encima de su promedio de 2019, un aumento asombroso del 44 %», afirma el informe de 2022. «El dinero extra que ahora se gasta en costos operativos habría alimentado previamente a 4 millones de personas durante un mes», sostiene.
Pero la organización dice que el dinero por sí solo no acabará con la crisis. A menos que haya una voluntad política para acabar con los conflictos y un compromiso para contener el calentamiento global, «los principales impulsores del hambre seguirán sin cesar», concluye el informe.
(Reporte adicional de Felipe Souza)
Fuente: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-63274164