Pese a que el arraigo no es el mismo y que Maduro no es Chávez, son muchos los que aún creen en el éxito del proyecto bolivariano.
Baltazar Silva / El Español
Todas las encuestas anticipan un triunfo aplastante para el candidato de la oposición, Edmundo González Urrutia. El régimen, conducido por Nicolás Maduro, ha perdido arraigo en la población y en la actualidad atraviesa el peor momento desde que Hugo Chávez asumió el poder en 1999. Para las elecciones de Venezuela quedan sólo cinco días y más allá de lo que dicen los sondeos, son más las dudas que las certezas sobre cómo se definirán los comicios. A las posibilidades de que la dictadura decida no respetar los resultados y aferrarse al poder, existe también una base de apoyo popular que no ha cedido pese a las distintas crisis que azotan al país desde hace años.
¿En qué se sostienen esos cientos de miles de venezolanos que aún creen en el proyecto bolivariano? Algunos por afinidad ideológica. Otros, por ser beneficiarios directos de una revolución, que así como ha dejado a más de uno a la deriva, ha puesto a muchos en una situación que no quieren que cambie. El liderazgo de Maduro, eso sí, no ha podido ponerse a la altura del de Chávez, que es visto aún en estas fechas como un líder ‘redentor’.
Una presencia múltiple en el poder
La presencia de Nicolás Maduro se hace notar no sólo en Presidencia. Su fuerza política trasciende el Poder Ejecutivo y se ha colado también en las distintas empresas fiscales que pertenecen al Estado y en las Fuerzas Armadas. Se trata de miles de funcionarios que permanecerían leales a la actual administración, y que temen que con un cambio de gobierno puedan perder los privilegios ganados durante tantos años de influencia y redes.
Más allá de los años en que gobernó Hugo Chávez, el actual mandatario lleva tiempo desde que inició sus funciones en política. Con el expresidente tuvo una relación muy estrecha cuando se intentó el golpe de Estado en 1992. Desde allí que la confianza entre ambos se fue agigantando. Siete años después, en 1999, Maduro logró su primer cargo de representación popular como diputado, consiguiendo después ser presidente de la Asamblea Nacional entre los años 2006 y 2012. Desde allí su ambición y posicionamiento sólo subió, cada vez con menos trabas.
En 2012 fue nombrado vicepresidente de la nación y tras la muerte de su antecesor, asumió la presidencia interina. Es desde ese momento que su poder llegó a límites que ni siquiera Chávez consiguió, haciéndose del poder en marzo de 2013 y ratificando su hegemonía en enero de 2019, a través de unas elecciones de escasa legitimidad. El próximo domingo buscará, de nuevo, extender su mandato. Esta vez por seis años más.
El presidente de Venezuela y candidato a la reelección, Nicolás Maduro, habla ante una multitud de seguidores. Efe
La oposición sabe que su lucha no tiene sólo como contendor a Maduro, sino también a gran parte de la élite venezolana. Sabe, al mismo tiempo, que no basta con imponerse en los comicios venideros, sino que al momento de iniciar la transición deberá sortear una serie de obstáculos y actuar con mucho cálculo y resguardo. Lo que ha demorado décadas en construirse puede perderse con un sólo desacierto.
El romanticismo revolucionario sigue vivo
La ‘revolución bolivariana’, según la definen algunos de sus principales artífices, no tiene el mismo respaldo popular de antes. Eso es evidente, por más que sus líderes no lo reconozcan en público. Pero el voto de izquierda tradicional en Latinoamérica continúa latente y haciéndose escuchar. No es casualidad que en países como Brasil y Colombia, en donde gobiernan dos socios al actual presidente de Venezuela, siga siendo ese sector el que toma las decisiones. No es casualidad, tampoco, que en cada mitín en el que participa el candidato del régimen haya una convocatoria importante.
Muchos de los electores de Maduro han perdido el entusiasmo, pero no la convicción de que es él la mejor carta para continuar presidiendo el país. Para varios, se trataría de algo comunitario e incluso familiar seguir apoyando al proyecto. Una cuestión de identidad que ni siquiera décadas de dictadura y crisis sociales pueden poner bajo cuestionamiento.
Según algunos análisis, la elección del 28 de julio no es sólo entre dos fuerzas políticas de ideas disímiles. Es, sobre todo, acerca del futuro de las instituciones y de la forma en que debe conducirse el país por los próximos años. Por una parte, está la posibilidad de dar paso a una transición a la democracia. Por otra, la alternativa de seguir extendiendo una promesa revolucionaria que lleva más de dos décadas operativa.
Un impacto social más allá de las crisis
La ‘revolución’, defienden sus articuladores, está en el territorio. En el ‘pueblo’, como señalan sus más antiguos promotores, por más que en ciertas elecciones sea el mismo ‘pueblo’ el que se decante por otras opciones presentes en la papeleta electoral. Es por ese diagnóstico que tanto Chávez como Maduro han intentado fidelizar con los sectores socioeconómicos más pobres, a través de subsidios y ayudas humanitarias.
Son varias las localidades y los vecindarios que no se olvidan de la ayuda que el régimen les brindó. Momentos en que el empleo era ficción, el hambre azotaba a una familia de muchos integrantes y el techo no era capaz de soportar las lluvias. La candidatura oficialista ha centrado en esas zonas su campaña, intentando recordar las veces en que estuvieron presentes en el pasado cuando más se les necesitaba. [El candidato de la oposición venezolana avisa: no os dejéis engañar por Maduro]
Una instancia creada para esos efectos es el Comité Local de Abastecimiento y Producción (Clap), que junto con miembros del Ministerio de Alimentación y Producción, se ha mantenido haciendo envío de alimentos para personas de mayor edad y a otros sectores que requieren con suma urgencia la ayuda del Estado. Maduro sabe que su candidatura dispone de los recursos y no piensa dos veces en sacarle provecho a eso. Cafés, toldos para el frío y música para el ambiente se toman algunos de los barrios más desfavorecidos de la capital. El llamado es uno: acudir a las urnas el domingo próximo y apoyar a quién no los ha abandonado a su suerte. Por más que quien va en auxilio sea el mismo que sentó tales condiciones.