Artemisia Gentileschi, Mary Cassatt, Cecilia Beaux, Maruja Mallo o Jacqueline Marval. Son algunos de los nombres silenciados por la mirada machista en el arte. Hoy se pueden ver sus obras en el Museo Thyssen.
CANDELA BARRO / JAIME GARCÍA-MORATO / PÚBLICO
Artemisia Gentileschi, Mary Cassatt, Cecilia Beaux, Maruja Mallo o Jacqueline Marval. Son algunos de los nombres silenciados por la mirada machista en el arte. La exposición Maestras del Museo Thyssen con la colaboración de la marca Carolina Herrera reúne el nombre de todas ellas.
Alguien tenía que llegar para hacer justicia. Para darles a las obras de estas mujeres el lugar que merecen porque, a pesar de la admiración que despertaron en su época, ese prejuicio machista las condenó a los almacenes de los museos. Rocío de la Villa es la comisaria de esta muestra que recopila un centenar de piezas de artistas pictóricas de finales del siglo XVI a mediados del siglo XX.
Ha sido el feminismo, en su lucha ferviente e incesante, el que ha terminado con el olvido de estos cuadros. Un feminismo que empezó en la historiografía de las mujeres en la Historia del Arte en los años setenta y que hoy aún tiene que hacer de las suyas para que los grandes museos se tiñan de morado. Un feminismo que trazo a trazo ha derribado la mirada machista en el mundo del arte.
Algunas de estas artistas han tenido una historia complicada, como la de Artemisia Gentileschi, que inicia esta exposición. La pintora del barroco italiano y de ese caravaggismo violento, en el que la etiquetaron, fue violada por un amigo de su padre, su preceptor, con apenas 15 años. Su mirada es reflejo del espíritu de la lucha feminista, el que denuncia a los hombres que objetualizan a las mujeres, aunque no fuera hasta finales del siglo XX cuando el movimiento la nombró como tal.
No es la única. La muestra explora la forma de ver el mundo por las mujeres. Desde los bodegones, llenos de insectos y flores, que pintaron con técnica precisa las hermanas Ruysch; hasta los retratos, donde ya no es un pintor con su objeto, sino dos mujeres que se hablan.
Esta sororidad también se presenta en las obras donde las artistas reflejaron la otredad. En la sala dedicada al ‘Orientalismo’, muy de moda en la época. Mujeres blancas y burguesas que pintaron a mujeres gitanas y árabes, con una visión propia del momento pero con una nueva capacidad, acercarse a la otra. Como Alejandrina Gessler en la Fiesta del natalicio en Marruecos. Falta, eso sí, recabar las obras de esas otras mujeres.
La maternidad, siempre romantizada por el patriarcado, pasa en manos de Suzanne Valadon al plano real con Marie Coca y su hija Gilberte. Uno en el que las mujeres miraban hartas al vacío por ocuparse siempre del trabajo de cuidados. Cargándolo todo y sin poder rechistar. Pero también hay espacio para la complicidad de las madres, que guardan en su cama a sus hijas, como en ese Desayuno en la cama de Mary Cassat.
Lo único que salvó a las mujeres de tanto trabajo fue trabajar juntas. Y así la muestra pasa por el compañerismo de las fábricas, otra de las secciones de la exposición. Sororidad, obrerismo, nuevas maternidades, todo acaba bajo el título Emancipadas, ¿por qué? Porque, como decía Nina Simone, ‘Oh, freedom is mine‘. La libertad es cosa mía y las mujeres ya se la gestionan solas. Son ellas las maestras.
Mujeres que se cuentan unas a otras. Se cuentan hablando entre ellas, se cuentan maternando, se cuentan riéndose del patriarcado, pero sobre todo, y por fin, se cuentan a sí mismas.