#ElRinconDeZalacain | El aventurero repasa los principios de la alimentación en la niñez; “infancia es paladar”, ante la invasión de la civilización de la pereza
Por Jesús Manuel Hernández*
La escena un tanto callejera al salir del supermercado volvió la mente de Zalacaín a recordar aquella frase acuñada décadas atrás “infancia es paladar”. Sin duda volvió a repetirla con el mismo énfasis al ver a una mamá darle a su pequeño hijo un paquete de golosinas, un líquido embotellado con color a jugo de naranja y algunas monedas para comprar algo en el recreo.
La macroeconomía es quizá el principal enemigo de la buena alimentación, pensó algún día.
Pero ahora, a unos 30 años de aquella reflexión le acomodaba más la frase de Almudena Villegas, investigadora, escritora, activista de la buena comida, quien se refiere a las nuevas generaciones como parte de la “civilización de la pereza”, ese conglomerado humano dedicado a la comida procesada, congelada, con pizzas incluso envasadas en plástico, frutas cortadas, en lugar de conservarlas con su cáscara para impedir perder la mayoría de los nutrientes.
Los niños dejaron hace tiempo de comer los platos tradicionales, los propios padres han colaborado en la malformación de sus preferencias alimenticias, por ende la deformación del gusto, del paladar. Si los niños no comen lo tradicional, cuando sean adultos rechazarán toda la pirámide o la rueda de la alimentación de la concebida dieta ideal, todo ello se reduce al consumo de la comida chatarra, por demás estaría, pensó Zalacaín, citar las consecuencias en la salud.
Almudena Villegas escribió hace algunos años “Smartfood”, la comida inteligente, pensando en ayudar a la formación de los nuevos paladares y a explicar el comportamiento de las personas según su alimentación.
La gastronomía, la nutrición, están relacionadas con la salud, con la buena mesa, con la diversión. Por tanto, modificar los hábitos insanos en el comer, convocar a la rebeldía de la imposición de una dieta donde el ser humano es el último eslabón de una línea de producción industrial.
De ahí la importancia de cuidar la alimentación de los niños. Si quieren pizza, háganla casera, recomienda, pero terminen con el modelo de una pizza envasada en plástico y congelada; sin duda la reflexión le hizo caminar sin rumbo por algunas calles, viendo, observando, pensando cómo las nuevas generaciones están en el foco del reflector de la masificación de la cocina chatarra.
Las nuevas familias se han olvidado de la cocina de verdad, y se suman, por comodidad, por falta de tiempo, por la macroeconomía, a la “cocina del ensamble”; se dejan de lado los productos de temporada, se privilegia lo envasado ayudado de conservadores para mantener la durabilidad del alimento.
Almudena Villegas aportó en su momento una buena cantidad de textos para hacer del comer una forma inteligente de alimentarse. Pero todo había quedado en textos para especialistas, investigadores, no para los consumidores finales, es decir las niñas y los niños.
Aquella mañana el aventurero Zalacaín había dispuesto la comida del día con un amigo gallego a quien había preguntado sobre los productos a comer, el amigo simplemente le respondió “no hay mejor manjar que un par de huevos fritos con patatas, quizá algún embutido y pan…”
Y sí, era muy cierto. Recordó Zalacaín un viaje desde el Monasterio de Santo Domingo de Silos a Madrid, se adelantó un día y no tenía reservación esa noche, estaba la Feria del Libro y todos los hoteles estaban llenos. Buscó a las afueras de Madrid algún sitio donde dormir, todo fue en vano, además no había comido, y así pasó de largo Madrid y tomó por la carretera a Aranjuez, en uno de los retornos había una gasolinería, y un cartel con la leyenda “habitaciones”.
Y se apersonó en la barra del restaurante de la gasolinería, le dieron una llave y le indicaron el camino, un pasillo al fondo, habitaciones frente a frente y un baño común al final. Caminó y pasó junto a un camionero sentado a la mesa, la camarera le llevaba un plato con huevos fritos y morcilla, un trozo de pan y algo de vino.
Zalacaín dejó la maleta, apenas entraban él y la maleta de mano en el cuartito aquél, se lavó las manos y se fue al restaurante y le dijo a la camarera “deme lo mismo”.
Quizá aquella haya sido una de las comidas/cena más importantes, maravillosas, suculentas y llenadoras de su vida, un par de huevos perfectamente fritos, de puntilla, un trozo de morcilla de Burgos, pan y un vino peleón, todo ayudó a dormir.
Zalacaín volvió a su casa después del breve paseo y se dispuso a leer las noticias gastronómicas del día en los portales españoles. Como por arte de magia apareció una nota: Mercamadrid anuncia minijuegos para combatir los malos hábitos alimentarios en la población infantil.
El artículo se refería a un conjunto de juegos bajo el nombre de “Wellfooder Arcade” basado en las experiencias de los juegos de los 80 del siglo pasado.
Los juegos eran para los niños de 3 a 12 años, quienes debían escoger entre comer sano, y avanzar, o comer chatarra y perder.
El dibujo se movía en la pantalla, debía evadir la invasión de las pizzas; en otro juego el muñequito debía rechazar las donas y buscar las verduras, en uno más evitar las golosinas y tomar los pescados, y así los demás, con un juego, los españoles están enfrentando la invasión de la civilización de la pereza identificada por cuatro errores comunes: “No planificamos las comidas, no damos ejemplo los adultos, buscamos excusas, no le damos la importancia que merece al momento de la comida…”
Por lo pronto Zalacaín se dispuso a buscar un vino para acompañar los huevos fritos, uno de Castilla La Mancha iría bien y quizá, hasta una sopa de lentejas agregaría al menú del día, pero esa, esa es otra historia.
*Autor de “Orígenes de la Cocina Poblana, Ed. Planeta