La pensadora israelí, analista del mercantilismo de los afectos, denuncia la “insensibilidad” de la izquierda ante Hamás
ANA CARBAJOSA / IDEAS
El bisturí con el que Eva Illouz disecciona las tripas de la sociedad israelí es afiladísimo. La pensadora del capitalismo y el amor descifra estos días para el mundo las grandes cuestiones que atraviesan Israel: el miedo existencial, la deshumanización del enemigo, el antisemitismo, la ocupación, el papel de la religión o el asalto a las instituciones democráticas. Eso de puertas para fuera. Entre los suyos, Illouz es una socióloga archipremiada, pero, a la vez, una voz incómoda, que se empeña en colocar a su país ante el espejo.
El valor de su mirada es doble. Illouz conoce muy bien los resortes de la sociedad israelí, hiperestratificada y compleja, pero a la vez la interpreta desde el universalismo propio de una persona nacida en Marruecos (Fez, 62 años), criada en París desde los 10 años, doctorada en la Universidad de Pensilvania y emigrada a Israel. Su deslumbrante carrera la ha llevado además a recorrer las aulas más prestigiosas en países como Israel, Francia, Alemania, Estados Unidos o Suiza.
Fue a principios de los noventa cuando se trasladó definitivamente a Israel, donde se casó y tuvo tres hijos. Aquellos eran los años de los acuerdos de Oslo, de un optimismo embriagador, en los que por un momento pareció que la llamada “solución de los dos Estados” era posible. La ilusión demostró ser una quimera.
Shai Lavi, el director del instituto Van Leer de Jerusalén, cree que “con el asesinato de [Isaac] Rabin [en 1995], el colapso de Oslo y ahora con la reforma judicial y con un Gobierno con socios de coalición racistas, Eva se ha vuelto más pesimista acerca del sueño de Israel como una alternativa posible del judaísmo progresista”. Illouz no duda tampoco en señalar a parte de la izquierda global que optó por justificar o ignorar la masacre del 7 de octubre.
La voz de Illouz resuena ahora en plena guerra con especial intensidad, pero lo cierto es que la socióloga no ha callado en todos estos años. Además de escribir una docena de libros, lleva 20 años alertando desde el diario Haaretzdel papel destructor del populismo y de su capacidad para socavar las instituciones de la democracia desde dentro. A ello dedica su último libro, La vida emocional del populismo, en el que se centra en el caso israelí, que considera el gran precursor de los movimientos populistas que triunfan en Europa y en EE UU.
Illouz no es la primera intelectual, ni será la última, que avisa de la muerte de las democracias. La originalidad de su pensamiento radica en que gravita en torno a las emociones. “La literatura del populismo ha crecido muchísimo, pero la perspectiva de los afectos de Illouz es una contribución muy original”, piensa su colega Dani Filc, politólogo de la Universidad Ben Gurion.
Illouz cartografía las emociones del populismo e identifica cuatro: el miedo, el asco, el resentimiento y el amor a la patria. Emociones que no se dan en el vacío, “aprovechan geografías preexistentes, traumas históricos y experiencias sociales colectivas”, se lee. Lavi considera fundamental la contribución de Illouz porque esas emociones que la derecha populista explota tienen un poso de verdad que la izquierda ha subestimado a menudo.
El pensamiento de Illouz, muy influenciado por el sociólogo alemán Max Weber, es original además porque sitúa el género en el centro del análisis, también del populismo. Por un lado, cree que “la ideología de la masculinidad está tan profundamente conectada con la ideología de la racionalidad, que nunca tomaron en serio que las emociones son cruciales en los procesos económicos y políticos”, dice en conversación con este diario. Por otro, tiene claro que “el populismo ha sido un fenómeno abrumadoramente masculino, una reacción contra el feminismo, los derechos de las mujeres y de los homosexuales”. Pone el caso una vez más de Israel, donde el Ejército y la religión ocupan un papel dominante en la vida pública y ambas son instituciones fuertemente patriarcales.
Illouz nació en un país árabe, como casi la mitad de la población judía, llegada de Marruecos, Irak, Yemen o Egipto. Esa división en la sociedad israelí la han aprovechado gobiernos como el de Netanyahu para apuntalar coaliciones con partidos que viven del desagravio histórico del que a la vez se alimentan. “En Israel descubrí la misoginia y que la discriminación por origen étnico existía. Puedo incluso decir que he sido objeto de una considerable dosis de brutalidad institucional; que me hicieron sentir de maneras muy diferentes que era una outsider”. Illouz insiste en que su caso personal es lo de menos, porque no deja de ser una catedrática privilegiada, pero tiene claro que el populismo israelí se ha construido y mantenido gracias al resentimiento de esa población mizrají, de la que ella forma parte, discriminada.
Illouz es bien conocida en todo el mundo por su trabajo sobre la mercantilización del amor —El consumo de la utopía romántica, El fin del amor—. Sus análisis sobre el componente transaccional del amor y la cultura del consumo han inspirado a una legión de mujeres a las que gracias a ella se les cayó el mito del amor romántico. Illouz piensa que queda mucho camino por recorrer para alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres, pero su edad y su trayectoria le permiten darse cuenta de que se han producido avances muy significativos. “Estamos a mitad de camino, pero por lo menos, estamos en camino”, piensa.
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