Un programa reúne en Mónaco a activistas y emprendedores de todos los continentes que tienen en común su deseo de hacer del mundo un lugar más sostenible
RAQUEL C. PICO / ANTROPÍA / ABC
El cambio climático está en el corazón de no pocos conflictos, empuja a muchas personas a convertirse en refugiadas y genera problemas de seguridad a lo largo del globo. «La ayuda no reparará el problema», señala sentada al otro lado del sofá Nisreen Elsaim. Si se trabaja en el cambio climático, se hará también en estas cuestiones. «La gente no puede quedarse viendo crisis tras crisis», apunta.
Puede que desde Europa estos problemas parezcan lejanos —o no se lleguen a entender del todo— pero están pasando. Poner parches no funciona en el largo plazo. Hay que cambiar el foco. «En lugar de darles comida, les das recursos», indica. «La idea es romper el ciclo», señala. Elsaim es de Sudán y conoce perfectamente de qué está hablando. Da las cifras de una investigación que hizo entre jóvenes de su país: el 84% cruzaría el Mediterráneo buscando un futuro mejor en Europa, incluso sabiendo que tienen un 90% de posibilidades de no llegar a la otra orilla.
Es una situación compleja, complejos son al fin y al cabo los retos del siglo XXI; pero también una en la que se puede trabajar. Es lo que hace Elsaim y no está sola. La activista es una de los 13 jóvenes que participan en la presente edición del programa Re.Generation, que organiza por segundo año consecutivo la Fundación Príncipe Alberto II de Mónaco.
Un empujón para líderes
Los orígenes del programa están, como los de tantas otras cosas, en los tiempos de la pandemia. El príncipe Alberto, explica Théo Panizzi, el coordinador de la iniciativa, se preguntó en esos meses de confinamientos cómo se podría pasar el bastón de liderazgo a una nueva generación. De esa idea nació un programa que se centra en potenciar las habilidades, dar visibilidad y ayudar a crear red a jóvenes que trabajan para crear un futuro más sostenible. «Estos jóvenes quieren cambiar el mundo. Nosotros les damos el empujón», señala Panizzi.
Durante dos semanas, están en Mónaco, donde se encuentran con líderes y expertos que comparten con ellos sus experiencias y ganan habilidades, aunque el programa tiene una duración de un año. A los participantes les piden que «sean auténticos y hagan preguntas».
En esta segunda edición participan activistas, emprendedores, científicos o arquitectos de entre 24 y 35 años, procedentes de todos los continentes. Los socios del programa aportaron alrededor de un centenar de propuestas, de las que se escogieron a los participantes finales, teniendo muy presente la necesidad de alcanzar un equilibrio en términos de género, procedencia y campos de acción.
Electrificar África y cerrar la brecha
Las ideas son de todo tipo, porque si algo queda claro tras hablar con ellos es que el abanico puede ir de lo grande a lo pequeño y es, sin duda, muy variado.
Sue Whisky cuenta animadamente sus áreas de trabajo en Malaui, un programa muy ambicioso —sonríe con buen humor al escucharlo— en el que entran reforestación, electrificación y cerrar la brecha económica conectada a la cada vez más precaria —por culpa del cambio climático— agricultura de subsistencia.
También trabaja en la conservación de tierras Sheherazade, aunque lo hace en este caso en Indonesia. Su actividad potencia la protección de una especie muy poco sexy, pero crucial para preservar la biodiversidad de la zona, como son los murciélagos.
Y Denise Nicolau lo hace desde Mozambique, aunque en su caso la conversación es marina. Lo hace en el Índico, «una región muy rica» que también es «una de las más vulnerables del mundo» a los efectos del cambio climático. Recuperar el mar y potenciar la llamada economía azul es fundamental para mejorar la resiliencia de la región.
Shradha Pandey aborda uno de los grandes problemas olvidados de este siglo XXI, el de los fuegos abiertos, altamente contaminantes y muy nocivos para quienes cocinan en ellos. Su organización, GEMS, ha hecho ya un piloto en una aldea india en la que han cambiado cómo se cocina y han aprendido las claves de cómo hacer esta transición.
Al fin y al cabo, cambiar los métodos de cocinado no es tan simple como poner cocinas nuevas. Deben ser accesibles en su uso y se deben comprender también los vínculos emocionales y culturales que las personas tienen con los propios procesos de cocinado.
La salud global y natural, en la mira
Más visible es la necesidad de encontrar nuevos remedios para las enfermedades. John Boghossian los busca en la naturaleza. «Las plantas ha sido usadas durante mucho tiempo», recuerda. Su compañía ya ha avanzado para encontrarlas para la esquizofrenia o la demencia leve, pero el potencial es muy elevado y los jardines, bosques y fondos marinos podrían ser —todavía más— el botiquín del futuro. Boghossian habla, eso sí, de «capitalismo consciente» y de que los beneficios que generan estos medicamentos reviertan en las comunidades de las que salen.
Ali Alabyadh trabaja en la reforestación de colares desde Arabia Saudí, un tema que por mucho que protagonice reportajes en los medios sigue necesitando atención y comprensión de su vital importancia para la salud de los mares, y Prabakaran A. lo hace como planificador urbano en India, donde, explica, intenta incluir la naturaleza en el diseño de la ciudad, un problema local y a la vez muy global.
Igualmente, Carla Gaultier cambia el panorama de las ciudades: desde el diseño modular y los «edificios vivos» está apostando por reconstruir Puerto Rico tras el huracán María de un modo más armónico con el entorno.
A la lista también se suman la importancia de la cultura a la hora de documentar el cambio climático e impulsar conversaciones sobre el tema—es lo que hace Gab Mejia— o la recuperación de aguas y su reintegración a los flujos de la naturaleza —en lo que trabaja Nicolas Sdez—. Justo muy en sintonía con el año olímpico, Nicolo di Tullio crea comunidad entre los deportistas, que se convierten en fuentes de datos constantes para el estudio de la naturaleza y el cambio climático.
Hasta en algo tan común y a la vez tan olvidado como tirar de la cisterna puede haber una solución para mejorar la eficiencia: Ezequiel Vedana ha desarrollado un producto para evitar tirar de la cadena sin perder higiene.
Cambiar las cosas para cambiar el mundo
El tiempo apremia para hacer cambios. «La naturaleza tendrá tiempo para recuperarse, pero quizás no estemos ahí para verlo», recuerda Elsaim. Por eso, encontrar soluciones es importante.
Desde la Fundación quieren apuntar una narrativa distinta, una que hable de soluciones y de un potencial futuro. Estos jóvenes podrían ser la palanca para conseguirlas. «Mi organización es pequeña», apunta Sheherazade y, gracias a este tipo de iniciativas, no solo aprende liderazgo sino que además consigue hacer red.
Que el intercambio de ideas sea global permite igualmente un feedback intercontinental. Esto es especialmente interesante porque, si algo apuntan en las conversaciones a pie de playa los participantes del programa, es la importancia de escuchar a quienes viven en las diferentes zonas para entender cómo les afectan los problemas y cómo se podrían desarrollar soluciones.
Todas estas son, además, cuestiones que afectan a todo el mundo. Lo ejemplifica Nicolau cuando habla del mar. «La conversación sobre la conservación del océano tiene que transcender», apunta, «porque, aunque no vivas en la costa, te beneficias de él». Es la fuente de alimentación, pero también del aire que respiramos. Incluso, le debemos tener o no buen tiempo. Lo mismo que pasa con el mar pasa con muchas más cosas.