Bélgica anuncia que devolverá a la República Democrática del Congo todos los bienes culturales que adquirió «a través de la fuerza y la violencia», mientras se aviva el debate sobre la restitución de objetos saqueados
IRENE HDEZ. VELASCO / PAPEL / EL MUNDO
El expolio de obras de arte existe desde siempre. Ahí está la Estela de Naram-Sin, un magnífico bajorrelieve mesopotámico en piedra arenisca que conmemora la victoria del rey Naram-Sin en una batalla contra los Lubilli. Tallada alrededor del año 2250 a.C, fue robada 1.000 años después como botín de guerra por los Elamitas, que se la llevaron a su capital, Susa, en lo que hoy es Irán. Allí fue encontrada en 1898 por arqueólogos franceses, quienes a su vez decidieron apropiársela. Hoy está en el museo del Louvre.
Los romanos saquearon sin contemplaciones el arte griego, hasta tal punto que, según Plinio el Viejo, el emperador Constantino estaba tan avergonzado de la gigantesca escala del expolio que devolvió algunas piezas a su lugar de origen. Los visigodos saquearon Roma. Saquearon los vikingos, los estados pontificios, los conquistadores españoles, los reyes absolutistas, Napoleón, las potencias coloniales, Hitler, Stalin… Todos. Y se sigue saqueando: durante la invasión de Irak de 2003, y a pesar de las medidas adoptadas por Estados Unidos para tratar de evitar el robo de obras de arte, decenas de miles de piezas fueron sustraídas.
Lo que sí que es nuevo es el acalorado y cada vez más fogoso debate que se libra desde hace algunos años, y que en los últimos meses ha encontrado un nuevo impulso con el movimiento Black Lives Matter, sobre el destino de las obras de arte expoliadas, sobre todo a países que fueron colonizados. ¿Deben esas piezas ser devueltas a sus dueños originales? ¿Deben permanecer en los museos, mayoritariamente occidentales, donde se custodian?
Hace ya tiempo que algunos museos (en su gran mayoría estadounidenses, poquísimos europeos) están devolviendo a sus países de origen obras que formaban parte de sus colecciones. El Museo de Bellas Artes de Boston, por ejemplo, ya ha restituido a Nigeria ocho obras que formaban parte de su colección y que habían salido ilegalmente del país africano. Y otras muchas instituciones culturales de Estados Unidos han dado el mismo paso… y lo siguen dando.
El Metropolitan de Nueva York anunciaba hace algunas semanas que devolverá a Nigeria dos placas del siglo XVI y una cabeza del siglo XIV, todas ellas en bronce, que fueron expoliadas por las fuerzas británicas en 1897 en el asalto a la ciudad de Benín, que acabaron en el Museo Británico de Londres, que en 1950 salieron rumbo al Museo Nacional de Lagos, que terminaron en el mercado de arte y que de ahí pasaron al Metropolitan. Y la National Gallery de Australia ya ha informado de su intención de devolver al gobierno indio 14 obras (valoradas en unos 3 millones de euros en total) que forman parte de su colección de arte asiático y que fueron adquiridas sin saber que procedían del contrabando de antigüedades.
Pero la patata caliente ahora está en los estados.
Todo lo que fue adquirido a través de la fuerza y la violencia bajo condiciones ilegítimas debe por principio ser restituido
THOMAS DERMINE, MINISTRO BELGA DE POLÍTICA CIENTÍFICA
Bélgica proclamaba la semana pasada que restituirá a la República Democrática del Congo miles de obras de arte saqueadas de su territorio durante la época colonial. «Todo lo que fue adquirido a través de la fuerza y la violencia bajo condiciones ilegítimas debe por principio ser restituido», anunciaba Thomas Dermine, ministro de Política Científica. «Esos objetos adquiridos de modo ilegítimo por nuestros ancestros, nuestros abuelos, nuestros bisabuelos, no nos pertenecen. Pertenecen al pueblo congoleño. Punto final», remarcaba.
El plan de devolución afectará sobre todo al Museo de África, situado a las afueras de Bruselas, íntimamente ligado a la colonización del Congo por parte de Bélgica, que atesora la mayor colección sobre África del planeta y que recientemente ha sido objeto de una profunda remodelación para incorporar una lectura crítica con su propio pasado. Unos 2.000 objetos (incluidas estatuas, instrumentos musicales y armas) que ahora mismo forman parte de su colección regresarán a la República Democrática del Congo, donde la brutal colonización belga dejó un saldo de entre cinco y diez millones de personas asesinadas. Y el museo ha confirmado que otras 40.000 piezas de las 120.000 que en total componen sus fondos podrían entrar en la categoría de «ilegítimas».
Pero fue Francia el país que dio el pistoletazo de salida al debate sobre qué hacer con las obras de arte expoliadas. Ocurrió en noviembre de 2017 cuando su presidente, Emmanuel Macron, prometió durante su visita a Burkina Faso, ante cerca de 800 estudiantes que se congregaron en la Universidad de Ouagadougou para escucharle, que la restitución a África del patrimonio cultural en manos francesas sería una prioridad durante su mandato. «No puedo aceptar que gran parte de la herencia cultural de varios países africanos esté en Francia. Hay explicaciones históricas para ello, pero no hay justificaciones válidas que sean perdurables e incondicionales. El patrimonio africano no puede estar sólo en colecciones privadas y museos europeos. El patrimonio africano debe destacar en París, pero también en Dakar, en Lagos, en Cotonú. En los próximos cinco años quiero que se den las condiciones para una restitución temporal o permanente a África del patrimonio africano. Será una de mis prioridades».
A partir de ahí Macron encargó a dos expertos -la historiadora de arte francesa Bénédicte Savoy y el escritor y académico senegalés Felwine Sarr- un informe con propuestas concretas y un calendario de acciones para empezar a devolver a sus dueños originales obras de arte que ahora mismo están en poder de Francia. El informe, presentado en noviembre de 2018, estima que entre el 90 y el 95% del patrimonio cultural de África se conserva fuera de ese continente y recomienda devolver «cualquier objeto que haya sido tomado por la fuerza o adquirido mediante condiciones desiguales» por el ejército, exploradores científicos o gestores durante la época colonial francesa en África. Y devolverlo todo de manera permanente, no de forma temporal como había sugerido Macron.
Pero por ahora, poco más se ha hecho. En Benin aún siguen esperando las 26 piezas (incluido un trono real) que el ministro de cultura galo, Franck Riester, prometió en diciembre de 2019 que devolvería a esa excolonia y que el Parlamento francés votó por unanimidad en noviembre pasado que se restituyeran de manera permanente a ese país. Porque esa es otra: según la legislación, todos los objetos que forman parte de las colecciones estatales galas son propiedad inalienable del estado francés. Habría que modificar esa ley para que la restitución a gran escala de objetos de arte por parte de Francia se hiciera realidad.
«Los objetos que han sido saqueados deben de ser devueltos, no creo que haya ninguna duda. Se trata de piezas que fueron obtenidas mediante coerción y robo. Por tanto, es lógico que aumente la presión para que sean devueltas», asegura a Papel Ndubuisi C. Ezeluomba, comisario experto en arte africano del Museo de Nueva Orleans. «El Reino de Benín y otros países africanos fueron violentamente destruidos y sus obras de arte saqueadas a finales del siglo XIX. Y todos sabemos que esas obras de arte han estado circulando por los países occidentales hasta hoy. Es racional que ahora esas obras de arte sean devueltas. Eso potencialmente pondría fin a la larga y oscura historia de violencia que la administración colonial provocó en las muchas culturas africanas en las que se cometieron esos atroces crímenes».
Devolver el arte saqueado de África es tan urgente como devolver las obras de arte robadas por los nazis
SINDIKA DOKOLO
«Devolver el arte saqueado de África es tan urgente como devolver las obras de arte robadas por los nazis», sentencia el coleccionista de arte congoleño Sindika Dokolo, quien no oculta su satisfacción por que finalmente se esté debatiendo esa larga anomalía histórica. «Queremos nuestras riquezas de vuelta ya», afirma el activista congoleño Mwazulu Diyabanza, al frente del movimiento panafricano Yanka Nku y quien se ha convertido en una especie de Robin Hood de la repatriación: en 2020, junto a otros cinco activistas, trató de llamar la atención sobre el asunto e intentó llevarse del museo Quai Branly de París un objeto funerario de los Bari, una etnia de Sudán del Sur, por lo que le cayó una multa de 1.000 euros. Un mes antes ya había pretendido hacer algo parecido en el Museo de Arte Africano, Oceánico e Indio Americano de Marsella. Y en septiembre de ese mismo año probó suerte con una estatua funeraria congoleña del Afrika Museum en Berg en Dal, en los Países Bajos.
Y cada vez son más las voces que se suman a la causa a favor de la restitución de objetos de arte saqueados, cada vez son más y más intensas las demandas y la presión de los países africanos a los estados occidentales para que les devuelvan sus tesoros históricos.
Pero también hay quienes se resisten a ello. Tanto el ministro de Cultura británico como los directores del Victoria&Albert Museum y del Museo Británico (este último, con 69.000 obras procedentes de África) ya se han manifestado en contra de que se devuelvan obras de manera permanente. Al igual que los responsables de otros centros e instituciones culturales, prefieren hablar de «cooperación» y de ceder sus piezas para que se expongan temporalmente en África.
El historiador de arte estadounidense James Cuno, ex director del Art Institute de Chicago, de los Harvard Art Museums, del Courtauld Institute y al frente en la actualidad del J. Paul Getty Trust, también pone pegas a esa devolución. En su libro Quién es el dueño de la antigüedad. Los museos y la batalla sobre nuestro patrimonio antiguo sostiene que los objetos de arte «son propiedad cultural de toda la humanidad», que son «evidencia del pasado antiguo del mundo y no del de una nación moderna en particular» y que «la antigüedad no conoce fronteras».
«Yo también creo que los objetos de arte fueron creados para disfrute toda la humanidad», nos cuenta Ndubuisi C. Ezeluomba. «Pero hay diferencias sustanciales cuando hablamos de objetos de arte africano saqueados. Para empezar, la mayoría de esas piezas no fueron creadas como objetos de arte. El arte en el Reino de Benín, por ejemplo, funcionaba como documentos históricos que relataban la historia del reino y de los reyes que habían ascendido al trono desde los tiempos más remotos. Dado que esa cultura no desarrolló una cultura textual, utilizaron las obras de arte como una forma de recrear de manera visual esas historias».
También están los que se oponen a la devolución alegando que muchos países de África no cuentan con las condiciones necesarias para custodiar esos objetos si éstos les fueran restituidos. «Considero que los que están en posesión de objetos saqueados no tienen derecho a determinar cómo estarán estos cuando sean devueltos», zanja el experto en arte africano del Museo de Nueva Orleans. «Si creen que los países de África carecen de infraestructuras para cuidar de esas piezas, lo que deberían hacer es ayudar a esos países a construir infraestructuras arquitectónicas y humanas que aseguren que esos objetos van a estar salvaguardados y bien cuidados».
Pero incluso a los defensores de la devolución no se les escapan las dificultades que conlleva el proceso de restitución de objetos de arte saqueados. Una de las más importantes: ¿a quién habría que devolver esos objetos? La mayoría de los países que ahora los reclaman no existían cuando esos objetos fueron desvalijados. En la África precolonial, en lugar de esos países había culturas.
La ciudad de Benín, la más importante del desparecido y poderoso Reino de Benín, fue asaltada en 1897 por los británicos y sus obras de arte saqueadas. Hoy pertenece a Nigeria. «Si las obras de arte saqueadas fueran devueltas a la ciudad de Benín, ¿reflejaría eso la arrogancia del país que las devuelve al estado nigeriano? Si devuelven estas obras a Nigeria, ¿sería lo correcto? Estas algunas de las complejidades que plantea la devolución a África de obras de arte saqueadas», revela Ndubuisi C. Ezeluomba.
Y, sin duda, el debate seguirá calentándose.
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/cultura/2021/08/11/6114041321efa0930e8b467d.html