En lugares de países como Pakistán o Nepal, hay personas que nacen en régimen de servidumbre cuando heredan una deuda familiar. Pueden pasar 30 años o más y seguir debiendo dinero
«Nos estamos hundiendo»: los países que están condenados a desaparecer en los próximos años
Familia de Pritika, una de las niñas que vive en los hornos de ladrillo Cortesía de Fundación Vicente Ferrer
Alexia Columba Jerez / ABC
«Me han golpeado, disparado, electrocutado o encarcelado, y aun así continúo por familias como la de Manawar Maseh. Él fue torturado con vehemencia públicamente frente a otros trescientos trabajadores de los hornos de ladrillo. El objetivo no era otro que lanzar la idea: obedece o te crearemos terror y horror», dice a ABC Syeda Ghulam Fatima. Pero la historia no termina ahí. «Después de una hora se lo llevaron y lo hicieron desaparecer con toda su familia, incluida su hija, para limpiar su rastro. Todos creían que estaba muerto o enterrado vivo. Conseguí dar con ellos en una zona fronteriza, me disfracé de mendiga y me hice pasar por paciente de un curandero. Así logré rescatar a esta familia. Cuando llegamos a la comisaría de policía cercana con el alguacil del tribunal, escuché a un anciano que dijo al ver a la hija de Maseh: «¡Oh! Es esa chica cristiana a la que vi muchas veces siendo violada bajo un viejo árbol en los campos, cuando los cruzaba al mediodía«. Nadie se molestó en prestar atención a esta frase casual. Eso demuestra la apatía de las masas hacia esta comunidad marginada condenada a la esclavitud del ladrillo. Pero la voz de ese anciano es parte de mi recuerdo», relata Syeda, activista paquistaní del Frente de Liberación del Trabajo en Servidumbre de Pakistán (BLLF). Han puesto precio a su cabeza y ha sido galardonada con el Premio Clinton Ciudadano Global o el Premio Internacional Gleistman de la Universidad de Harvard.
La historia de Manawar Maseh es la de Rafaqat Masih, la de Sharel Sham o la del niño Ayush y su padre Bapana, que comenzó con trece años. Viven y respiran en poblados cuyo horizonte está marcado por las chimeneas industriales de los hornos de ladrillo y las nubes negras. Tienen una espalda arqueada, las manos cuarteadas y los que han nacido allí tienen los pulmones llenos del polvo y carbón que salen de la cocción del ladrillo. Trabajan 15 horas al día, haciendo mil ladrillos por poco más de 1,50 euros y envejecen rápidamente.
Algunos viven en casas del mismo material que hacen o en chozas de adobe, que son como cajitas sin agua ni luz. Pueden ser torturados, secuestrados, apaleados por la propia policía que tendría que protegerles. Vendidos en cuerpo y alma o expuestos para la venta de alguna de sus partes, como pueden ser sus riñones. Su castigo es el de la eterna repetición por una deuda que nunca parece saldarse. Su árbol genealógico está hecho de la misma caliza y arcilla del que hacen sus ladrillos. Generaciones con abuelos que comenzaron allí y con hijos terminarán allí. Y todos ellos son propiedad de un señor feudal del siglo XXI. Hay gente que tiene dueño y no puede hacer nada más, es un hecho.Noticia Relacionada
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Alexia Columba Jerez
Más que en ningún otro momento de la historia
Es lo que llaman la esclavitud del ladrillo, una de esas esclavitudes modernas que hoy hace que haya más personas en esta situación que en cualquier otro momento en la historia de la humanidad, según ha indicado a ‘France24’ María Collazos, investigadora de Walk Free, grupo creador del Índice Global de Esclavitud. Son esos hombres y mujeres los mismos que acuden a Syeda diciendo: «Nos fuerzan a trabajar todo el día hasta pagar lo que debemos y, si no, violan, secuestran o matan a nuestra familia». Es un negocio próspero y en crecimiento. La industria del ladrillo representa alrededor del 3% del PIB nacional en Pakistán.
«Nos amenazaron con vender nuestro riñones»
Niño de 10 y 12 años ante el tribunal
Joanna Ewart, directora ejecutiva de Freedom United, explica a ABC que en Nepal, India y Pakistán hay trabajadores vinculados a la industria del ladrillo mediante el trabajo en régimen de servidumbre. «Donde la coerción se presenta en forma de deuda o préstamo, que supuestamente se cobra con el trabajo, pero en la práctica el trabajo no se valora, se pueden aplicar intereses sobre el préstamo y, a menudo, el préstamo no se paga. Las personas pueden nacer en régimen de esclavitud cuando una deuda familiar se ha transmitido a sus descendientes. A veces, las personas ni siquiera conocen la naturaleza de la deuda que supuestamente han heredado», explica Ewart. Los dueños de los hornos se aprovechan del analfabetismo de muchos de ellos. Y pueden pasar 20 o 30 años y seguir debiendo dinero y trabajando por ello.
Una jaula humana
La mayoría no sueña con escapar. Cuando eso ocurre como fue el caso de un grupo de mujeres apresadas, su dueño puede fácilmente dar con ellas. Son gente adinerada con recursos y la libertad de sus esclavos daña su prestigio, por lo que tienen que pagar caro su osadía. Syeda habló con esas niñas y mujeres, le contaron que primero las mantuvieron en un gallinero y que las violaron en grupo. «Dijeron que el propietario las había azotado brutalmente. Más tarde, el mismo propietario las traficó con un grupo del distrito de Lahore que las había estado utilizando para el trabajo sexual comercial en el sótano de un cine durante más de seis meses», afirma.
Aunque en Pakistán existe la Ley de abolición del sistema de trabajo en servidumbre de 1992, el sistema sobrevive. Basheer quedó atrapado por este tipo de sistemas. Cometió el error de preguntar por los cálculos de su deuda. «El dueño del horno de ladrillos golpeó a su padre, Allah Dawaya, y le dañó la muñeca hasta incapacitarlo. Después de eso «mi anciano padre tuvo que ir a la parada de autobús de la ciudad a mendigar desde el amanecer hasta el anochecer para ganarse el pan», apunta Basheer. «Había perdido toda esperanza», confiesa Basheer que terminó acudiendo a Syeda. A la que han llegado a dispararle. El hermano de Syeda tras una paliza dada por un asesino que la buscaba a ella quedó permanentemente incapacitado.
«Las mujeres son esclavas de los esclavos»
Syeda Ghulam Fatima
La activista indica que la esclavitud en el sector de las ladrilleras es un sistema de deshumanización donde la gente trabaja como animales, no puede salir de las instalaciones e incluye el trabajo infantil en hornos que rebasan los cien grados centígrados. «Nos amenazaron con vender nuestro riñones», contaron dos niños de 10 y 12 años ante el tribunal.
Syeda ha liberado a más de 85.000 personas, pero señala que «la escasa receptividad a la ayuda y la servidumbre de los propios trabajadores dificultan el trabajo. Las mujeres y niñas esclavas no sólo se enfrentan a la violencia de sus empleadores, sino también de sus propios familiares. Las mujeres son esclavas de los esclavos. Las trabajadoras no tienen control sobre sus ingresos, son martirizadas físicamente, traficadas, obligadas a casarse y convertidas a la religión de su marido», afirma.
Y Ewart añade que algunas pueden ser incluso violadas por ‘jamadars’ o agentes de policía locales que las capturan para devolverlas, ya que donde hay explotación laboral puede haber explotación sexual. «Las mujeres a menudo son vendidas para matrimonio o prostitución si sus maridos escapan o son retenidas como garantía del regreso de sus maridos», apunta.
Se dio el caso que algunos esclavos reclamaron sus derechos, pero cuenta que «sus familias fueron retenidas por pistoleros armados o sacadas a rastras de sus casas. El empleador no proporcionó comida ni siquiera a los menores», señala Syeda. Y el juez a cargo culpó de la situación a los trabajadores y es que la asociación de propietarios de hornos de ladrillos de Pakistán es poderosa. «La mafia de los hornos de ladrillos registra casos falsos contra las víctimas de trabajos forzados que intentan romper las cadenas de la esclavitud. En el caso de Sharel Ram puso una demanda contra su empleador, lo encerraron con una mujer y lo tentaron a violarla para tener algo con qué acusarle», relata la activista.
¿Historias con futuro o sin él?
Eva Galindo, de la Fundación Vicente Ferrer, conoce de primera mano a los trabajadores del ladrillo de Nepal, 137.000 inmigrantes hacen este trabajo forzado en este país. Y en Pakistán son tres millones, según datos de Human Rights Watch. «Hasta el 68% de los 4,4 a 5,2 millones de trabajadores de hornos de ladrillos en el sur de Asia trabajan en condiciones de esclavitud y aproximadamente el 19% son menores de 18 años», afirma Ewart.
Sabita Bista, profesora en una zona cercana a los poblados de ladrillos cuenta que «las familias vienen desde distintos distritos de Nepal. Están aquí tan solo seis meses, durante la temporada de fabricación de ladrillos, y con lo que ganan deben sobrevivir todo el año». Galindo ha llegado a contar el caso de Ayush, que ha vivido desde bebé en estos hornos de ladrillos. Sus padres, Bishal y Bipana Lama, se levantan a trabajar a las dos de la mañana. «Empecé como obrero del ladrillo cuando era un niño, con unos trece años. Hoy en día es difícil, algunos contratistas se han fugado con nuestro dinero y no nos han pagado por el trabajo que hemos hecho. Incluso, me han insultado y pegado. Algunas noches no consigo dormir recordando todo esto», ha explicado Bishal.
Galindo también señala que le han contado que cuando el horno está en funcionamiento, llueven trozos de carbón. «Salen disparados de las chimeneas y nos caen sobre el techo. No podemos estar en casa«, relata Bipana, mientras señala la cubierta de aluminio de la vivienda donde retumban los pedazos. Además estas zonas tienen un nivel de contaminación 25 veces superior al recomendado por la OMS. Galindo ha explicado que, según datos de Volza, España es uno de los países importadores de ladrillos de Nepal.
Pritika Mogar, de cinco años, ha sufrido neumonía tres veces debido a la contaminación. «La casa donde vive es una infravivienda, construida con los mismos ladrillos que su familia produce. No son de su propiedad y, al finalizar la temporada, tendrán que desmontarla y devolver los ladrillos al propietario. Sin embargo, Pritika es la primera de la familia en acudir a la escuela y le encanta aprender», cuenta Galindo.
La Fundación Vicente Ferrer trabaja en Nepal para la protección y el acceso a la educación de la infancia más vulnerable. Luz María Sanz, directora general de la Fundación, explica a ABC que mientras los hombres y mujeres están trabajando en la fabricación de los ladrillos, los niños más pequeños están alrededor de las fábricas y es donde están poniendo el foco de atención. Las escuelas son además refugios seguros, dado que los niños están expuestos a los camiones que transitan a toda hora, a pilas inestables de ladrillos o a las charcas para moldear los ladrillos donde a veces se han ahogado niños. Al final se trata de educarlos para romper el círculo vicioso de la esclavitud del ladrillo en el que viven durante generaciones.
Syeda resalta que la humillación y la indefensión de estas familias en cualquier parte del mundo es un arma inaceptable por parte de sus empleadores, pero no es nueva. Ya en 2007 saltaba en China un caso donde un millar de niños, ancianos y discapacitados mentales fueron rescatados tras haber sido secuestrados para trabajar en fábricas de ladrillos totalmente aislados durante más de siete años. Trabajaban 20 horas al día y los niños fueron comprados por 49 euros. El gobierno indemnizó a todos los afectados con 100 euros. Y es que los esclavos modernos son un suculento negocio y una vieja historia con futuro.
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Las televisiones de España resumieron en un minuto y medio la noticia. Uno de los vídeos mostraba a un adolescente liberado, esquelético, cubierto de barro y en harapos. Y como si la locura lo hubiese conquistado durante un breve momento, gritaba de impotencia y desesperación ante la cámara. Qué gritaba no lo sé, pero lo que está claro es que no estamos hechos para tener dueño, eso sí es un hecho que cualquiera podía ver en su mirada.