Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez
A la memoria de Manuel Díaz Cid,
en el 85 aniversario de su natalicio.
Escribo por gusto, aunque la disciplina no se me da o me cuesta mucho; también por necesidad, ya que me siento inquieto si no lo hago. Es verdad que tengo una cierta experiencia, pero ésta nunca es suficiente. En algunos casos, o para algunas personas —mejor dicho, vocaciones—, escribir realiza su humanidad. No significa esto que quien no escribe no lo haga, sino que, en el concierto de las vocaciones y las profesiones, escribir es la forma particular de realizar esa humanidad que todas las personas llevamos.
Mis primeros artículos los escribí para una revista de un grupo juvenil, cuando estudiaba yo el bachillerato. No recuerdo el título. Incluso intenté publicar alguna caricatura, pero si lo publicaron o no, no lo tengo presente. En la universidad, mientras estudiaba filosofía y al mismo tiempo daba yo clase, publiqué mi primer artículo de cuño político —sobre la cosa pública— en El Sol de Tlaxcala. Si la memoria no me falla, habrá sido en 1987, algo sobre lo mexicano o sobre la patria. El dato debe estar ahí.
Años después, ya cuando trabajaba en la universidad, comencé a publicar en El Universal Puebla, que era una publicación local del diario nacional en la Angelópolis. Ahí fui más continuo y prolífico. Años después, esos artículos periodísticos fueron la base para una de mis primeras publicaciones en la editorial Edamex (ahora ya desaparecida), auspiciada por la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), La comprensión de nuestro tiempo (1998).
Unos años antes, dicha universidad me había publicado un libro que escribí (como segundo autor) con don Manuel Díaz Cid, Ilustración e independencia en Hispanoamérica (1992), y mi tesis de licenciatura, Orígenes del liberalismo. Teoría política de John Locke (1992). En el año 1994, la UPAEP publicó Sociedades de pensamiento e independencia, en que participé como coautor con mi querido amigo Manuel Díaz Cid (qepd). Ambos libros aludían a la historia de la independencia de los países del Cono Sur. Quedó pendiente un tercer libro sobre el caso de México.
Esas publicaciones y los artículos publicados en el periódico me dieron la pauta para, en los años 1999 y 2000 publicar otro par de libros: El hombre y su destino y Mística y política; el primero fue mi tesis de maestría (Idea de la historia: reflexiones en torno al pensamiento de san Agustín) y el segundo, hasta cierto punto, un arrebato reflexivo sobre la dimensión eterna (mística) y temporal (política) del ser humano a partir de algunas lecturas del pensamiento de Mircea Elíade, Albert Camus y Romano Guardini.
Las tesis de Elíade inspiraron el título de ese libro: la conciencia humana guarda una percepción de lo cotidiano (lo histórico-temporal) de la cual, recurrentemente, quiere salir para mirar lo auténticamente real (lo sagrado). Esto segundo (lo místico, lo estético, lo arcano) inspira y sostiene la vida habitual (lo político, lo ético, la acción). La historia de las religiones estudia ese fenómeno de la dinámica entre lo místico y lo político. En las sociedades secularizadas, pervive ese movimiento simbólicamente.
Camus, por su parte, al analizar a la modernidad, desde el espíritu del hombre que se rebela contra la injusticia y el llanto de los inocentes, indica cómo el pensamiento moderno, al enjuiciar a Dios y a su representante en la tierra, proclamó una nueva humanidad al calor de la revolución. Ésta, sin embargo, no resolvió la injusticia ni el llanto de los niños, sino instauró una burocracia profesional, tecnocrática, para la conducción del Estado. La consecuencia fue el origen de los totalitarismos del s. XX.
Guardini también analiza la modernidad. Las nociones de sujeto, naturaleza y cultura son elementales para comprender tal mentalidad a diferencia del pensamiento medieval precedente. A partir del sujeto, aparece la imagen del genio, el que se pinta solo, el héroe, el caudillo, o el líder, capaz de dirigirse y dirigir a un pueblo sin observar reglas. La naturaleza es contrapuesta a lo sobrenatural; la fe es opacada por la razón. Lo natural es lo valioso en sí. A partir de ahí, la cultura sólo es manufactura racional.
En los tres pensadores hay una crítica a la modernidad, sobre todo por la ruptura de lo humano. Y los tres proponen algún horizonte de salida. Elíade pretende con sus estudios hacer notar que dentro de lo humano hay una sed metafísica que va más allá de lo político, lo temporal y lo histórico. Camus señala que no hay una completa inocencia humana y rechaza la desmesura acusatoria contra toda autoridad. Guardini propone una nueva actitud ascética que tiene que ver con el cuidado del poder.
En los años de docencia, sobre todo cuando impartí los cursos de filosofía de la historia para filósofos y politólogos, la historia me interesó más que como pasado para mirar su sentido, su meta, su significado. Jean Guitton fue básico para entender el tema del destino; sus tesis del azar subsistente y la circunstancia me convencieron de que la libertad no es una ficción. Josef Pieper me animó a considerar el sentido profético para comprender a fondo el acaecer histórico. Toda profecía revela lo sustancial.
Pero el tiempo se agota. Otro momento será propicio para continuar con los textos y contextos. Muchos son los temas, pero dos o tres son los sustanciales. En las caminatas intelectuales, como en toda excursión, siempre hay algo nuevo que mirar. Lo nuevo es nuestra mirada, no el paisaje, aunque éste también siempre está renovándose. Un pensamiento por acá se vuelve significativo; una imagen por allá se nos hace visible. Comprender nuestro tiempo con la ayuda de los demás es vital.