Durante los últimos cinco años, cientos de miles de plantas de cannabis han sido halladas por la Guardia Civil en la franja de tierras del Prepirineo. Los vecinos se han percatado de su presencia. Algunos hablan, pero la mayoría no dan la cara.
Ferran Barber / Portolio
3 noviembre 2024
“Lo que yo me pregunto es cómo se enteraron esos albaneses de que disponían de una fuente para regar la marihuana cuya ubicación exacta no conocía ni siquiera yo, que vivo aquí. ¿Es que hay alguien de la zona que trabaja con ellos?”, dice a EL ESPAÑOL | Porfolio ya al caer la tarde una vecina de Samper de Trillo, una pequeña aldea del municipio sobrarbense de La Fueva (Huesca) donde tan sólo viven durante todo el año media docena de personas.
Habla a este medio desde la balconada de una hermosa casa de piedra situada en lo más alto de la población a la que nos acercamos atraídos por el humo de la chimenea. Ni fotos ni nombres. Toda la gente de esta comarca tiene alguna historia que contar sobre los narcotraficantes albaneses pero nadie se siente especialmente inclinado a mostrar abiertamente el rostro en un reportaje sobre jardineros de la mafia. Y los pocos que lo hacen es para defender la legalización de la marihuana.
La fuente que menciona la vecina de Samper se halla algunos kilómetros más allá de la localidad, en dirección a Trillo, otra aldea cercana habitada por media docena más de almas. A principios de este año, todavía eran visibles las montañas de inmundicia que dejaron tras de sí los cultivadores albaneses de cannabis que se instalaron en los aledaños de ese núcleo. La plantación fue desmantelada por la Guardia Civil el pasado verano pero la basura se quedó en el bosque. Como no se publicitó apenas la operación, muchos ni siquiera se enteraron de este nuevo hallazgo de marihuana.
La Guardia Civil, durante una operación llevada a cabo en la zona para desarticular un célula de narcotraficantes.
Un periodista local del Diario del Altoaragón obtuvo en febrero de este año algunas fotos del estado en que quedó aquella parcela y lo que muestran sus imágenes se asemeja literalmente a un vertedero de plásticos, latas de conserva, ropas, botellas e incluso bombonas de butano. Además, quedaba todavía en pie la estructura de la balsa que construyeron para irrigar la plantación de hierba, utilizando el agua de la fuente a la que se refería la vecina de Samper de Trillo.
Lo extraordinario en este caso es que ninguno de los residentes de esas dos pequeñas poblaciones detectaran nunca la presencia de los albaneses a pesar de que los tenían, por así decirlo, a unos palmos más allá de sus narices. O tenían inteligencia sobre el terreno o habían rastreado minuciosamente aquellos enmarañados dominios boscosos situados en el corazón de una de las zonas más aisladas y menos pobladas de la Península. Es posible que fuera una combinación de ambas cosas.
Lo que sí percibieron los vecinos de Samper durante los días precedentes a la operación fue un movimiento inusual de gente y la presencia de atípicos excursionistas con mochilas. A toro pasado asumen que eran los miembros camuflados de la Benemérita que monitorizaban la zona antes del allanamiento de la plantación. No hay estadísticas precisas desglosadas por áreas, pero es un hecho que, durante los últimos cinco años, cientos de miles de plantas de marihuana han sido halladas por la Guardia Civil en toda esa franja de tierras despobladas y salvajes conocidas como el Prepirineo, una zona montuosa situada al sur del sector central de la cordillera.
La acción de la mafia
Lo que las mafias han hecho básicamente es exportar su modelo de producción industrial de marihuana desde las montañas de Lazarat (Albania) a las de otros lugares situados en Huesca y Lleida con una orografía sorprendentemente semejante. Y dentro de la vertiente aragonesa de esa franja, la zona de La Fueva ocupa un lugar privilegiado dentro de sus intereses. O dicho de otro modo, todas las tierras de la ribera izquierda del río Cinca comprendidas entre Secastilla y el santuario de Torreciudad, al sur, y las lindes con el municipio de Tierrantona, al norte, se han convertido en una de sus zonas de cultivo predilectas.
La razón es sencilla. Docenas de pueblecitos fueron expropiados por el régimen de Franco a mediados del pasado siglo durante la construcción de la presa de El Grado, de tal suerte que la mencionada franja se convirtió en un lugar asilvestrado que el bosque reclamó de nuevo como suyo. A partir de los 80, un puñado de neorurales ocuparon algunas de las construcciones cuya titularidad legal ostenta la Confederación Hidrográfica del Ebro, pero con todo, sigue siendo uno de los parajes menos poblados de la Península, la clase de espacio que no glosa ninguna guía donde es posible todavía caminar durante días sin ver a un ser humano.
Un área boscosa de la aislada margen izquierda del río Cinca, vista desde el cerro de Pano. Ferran Barber
La Guardia Civil de Graus, a cuyo frente está el capitán Arturo Notivoli, ha desmantelado varias plantaciones de ese rectángulo aragonés del cannabis y se mantiene vigilante, pero se da por cierto que otras sí han sido cosechadas porque, después de todo, los albaneses siguen regresando año tras año y es obvio que no lo harían si fracasaran todos sus intentos. Ello abre a su vez nuevas preguntas igual o más de fascinantes sobre el funcionamiento de esta opaca industria. ¿Cómo es posible que no sean detectados por nadie pese a que pasan meses haciéndose cargo de los cultivos?
En realidad, sí han sido detectados ocasionalmente por alguno de los lugareños. “Para que entiendas qué es vivir aquí, el hecho es que podemos pasar un año entero sin ver a nadie”, comenta a este semanal Pedro, que es uno de los pocos habitantes que residen junto a su pareja en el área de Bediello, una localidad de una sola casa situada en el barranco de Clamosa. Para llegar a la casa habitada más próxima en dirección al sur deben caminar a pie o en burro un puñado de kilómetros y atravesar varias barranqueras, de modo que cualquier presencia de forasteros es un hecho extraordinariamente insólito. También él dice que solo está dispuesto a hablar en condiciones de anonimato y sin mostrar su rostro.
“Hace ahora dos años, fui caminando en primavera a una zona donde se halla una cascada por un camino diferente. En lugar de ir por el barranco, tomé el camino del monte y al llegar arriba me encontré una zona despejada donde había posiblemente 15.000 plantas. Había otra plantación algo más pequeña en las proximidades de la grande. A mí aquello, claro está, me repateó. No sé trata de fumar o no fumar maría, sino de que nadie quiere a unos vecinos como esos. Por aquella zona se deja caer de vez en cuando gente porque van a bañarse. ¿Te imaginas el follón que se podría haber armado?”.
Dos vecinos de la zona, dando su opinión sobre las plantaciones. Ferran Barber
“No es que tuviéramos miedo”, continúa Pedro. “Pero tampoco es que nos sintamos cómodos. Algún tiempo después vimos por allí a un par de parejas. Los calé. Eran secretas. Claro que la policía no hizo nada hasta la época de la cosecha. Cuando yo encontré la plantación era primavera y ya habían hecho un curro impresionante. Habían desbrozado una zona impenetrable de bosque. Habían despejado el boj, el matorral y los árboles, excepto la copa. Estaba bastante avanzado. Creo que la policía logró capturar meses después a algunos de ellos. A los capos nunca los pillan porque no trabajan de jardineros. Tres días después de la operación todavía veíamos los helicópteros sobrevolando el área”.
Cinco años entre narcos
El caso de Pedro no es anecdótico porque, desde hace cinco años, los vecinos viven literalmente entre narcotraficantes albaneses. Otra vecina de Panillo, la chica que regenta el bar del pueblo, vio también los restos de la plantación de la llamada cascada de la cueva cuando iba a bañarse a aquel paraje situado en los aledaños de Pano. “Lo habían llenado de basura. Hicieron un destrozo lamentable”, cuenta a este reportero.
Cualquiera que se aventure por aquellas montañas se expone, como poco, a dar con algún rastro. Jesús, otro vecino de Panillo, cuenta que se encontró en cierta ocasión una antigua plantación mientras cazaba con la cuadrilla de su pueblo. “Vimos el secadero de las plantas. Se habían hecho incluso un huerto para sobrevivir los meses que están allí cuidando de la cosecha”, afirma.
Varios agentes de la Guardia Civil durante un intervención de desarticulación de plantaciones de marihuana en la zona.
“Su patrón de actuación se repite en el Segrià, en Graus u otros lugares”, dice a este medio David Mora, sargento de los Mossos d’Esquadra de Lleida. “Para conseguir el agua, te colocan una bomba sumergible potente y te tiran 300 metros o más de manguera enterrada junto a una línea eléctrica que alimentan con grupos electrógenos que a su vez tapan con aislantes acústicos. En cuanto a las plantaciones, limpian tramos de bosque en lugares extraordinariamente aislados. La dificultad de acceso es su principal mecanismo de defensa. Los jardineros viven como auténticos animales, en unas condiciones de vida increíbles. Siempre te encuentras con montones de botes de legumbres, pasta, bombonas de butano, grupos electrógenos… ¿Que como los transportan? Se lo echan al cuello. Será pesado para ti pero ellos son albaneses”.
Algunas de las áreas del Segrià en las que opera el subjefe de la Unidad de Investigación de los Mossos d’Esquadra de Lleida son idénticas a las de La Fueva. Las tácticas de protección de las plantaciones también lo son. “En los días previos a una operación que llevamos a cabo en el municipio de Almatret solíamos vigilarlos una vez a la semana y veíamos perfectamente a un tipo haciendo guardia permanentemente en un punto estratégico por el que ellos pensaban que podía accederse a la plantación”, refiere Mora.
En La Fueva, bombean el agua desde el pantano de El Grado o desde urgencias hasta una ubicación cuidadosamente elegida por la que no transitan ni los cazadores. Obviamente, cometen errores. Pero sigue siendo extraordinariamente complicado dar con ellos porque actúan como militares. Hace ahora cuatro años, el capitán Arturo Notivoli y sus hombres desmantelaron una plantación de una tonelada y media de marihuana cerca de la población de Secastilla y necesitaron cuatro hombres para cargar con el generador que los albaneses habían transportado monte arriba.
A través de estas recónditas colas del pantano de El Grado, se supone que se abastecía por lancha a alguno de los narcos. Ferran Barber
Fotos satélite contra la mafia
¿Cómo consigue la policía dar con estas plantaciones? En el Sobrarbe se rumorea que a menudo se utilizan las fotos de satélite georreferenciadas de la PAC y el rumor no va desencaminado. “En Almatret, sin ir más lejos, la marihuana fue detectada por los agentes rurales cuando realizaban los controles de la PAC”, confirma a este medio el sargento de los Mossos. “No utilizamos helicópteros porque son muy ruidosos. Son más prácticos los drones y ya, en plena operación, las cámaras térmicas. Cuando la tecnología de la inteligencia artificial esté más avanzada se les va a poner muy complicado a las mafias”.
“Tanto en indoor como en outdoor, necesitan siempre la connivencia de la gente del terreno”, continúa Mora. “Esta misma semana hemos detenido a un tipo de una inmobiliaria que se dedicaba a proporcionarles propiedades en alquiler para las plantaciones de interior. Cuando los detienes, llaman automáticamente al despacho de la abogada Greta Komini de Barcelona o de José María Cenera de Salou, un señor a quien se ha intentado procesar por pertenencia a organización criminal. Llevan sus teléfonos en un papelito. A veces son los propios letrados quienes nos llaman antes de que hayamos concluido la operación. Están muy bien aleccionados. Salvo algún tontito, nadie abre la boca”.
De momento, la Guardia Civil no ha sido nunca recibida a tiros durante las operaciones llevadas a cabo en el Sobrarbe, algo que sí ha ocurrido en otros lugares de la Península, lo que explica que la Policía Nacional advirtiera hace tres años a los agentes del UDYCO (Unidades de Droga y Crimen Organizado) que extremaran las precauciones durante sus operativos.
Otros testimonios
“La solución a todo esto sería legalizar el consumo de la marihuana”, dicen a esta revista Beta y Luna, un italiano y una gerundense de 72 y 47 años, respectivamente. Curiosamente, las dos únicas personas de La Fueva que no han tenido inconveniente en mostrar sus rostros son partidarios de que se ponga término a la prohibición. Ambos viven en una hermosa casita de materiales reciclados situada junto al camino que conduce a la aldea de Caneto. Son, por así decirlo, los guardianes de una de las pistas que se adentran hacia el corazón del bosque donde han estado operando los narcotraficantes albaneses. Llevan algo más de 20 años viviendo en esa pradera y jamás han visto a nadie ni han encontrado trazas de alguna plantación de cannabis.
Beta y Luna viven a la entrada de uno de los accesos que penetra en los bosques profundos donde cultivan los albaneses, pero aseguran que ni los han visto nunca, ni les molesta su presencia. Ferran Barber
Beta no tiene problema en admitir que él mismo es consumidor de marihuana. “Ojalá viniera más gente a cultivar. No solo maría, sino a otras cosas como a limpiar bosques y cuidar de esto. No se entiende cómo hay tanta gente que llega en patera y no saben dónde ponerlos mientras aquí tenemos ni se sabe cuántos pueblos abandonados”, asegura. “Además, es más peligroso beber alcohol y conducir que fumarte un porro, y te lo digo yo que llevo fumando desde los 14 años”.
“Para nosotros, la presencia de esos narcos no ha influido en nada. Ni ha habido más violencia en el ambiente, ni más desconfianza entre la gente. Si han estado por aquí, han sido superdiscretos”, apunta Luna. “Que no les vea casi nunca o que pasara mucho tiempo sin que siquiera sospecháramos su presencia es normal porque es una zona muy deshabitada”.