Por José Ojeda Bustamante
Michelle Haimoff, escritora y periodista que lamentablemente falleció joven, a los 40 años, expresó: «Las mujeres negras se despiertan por la mañana, se miran en el espejo y ven mujeres negras. Las mujeres blancas se despiertan por la mañana, se miran en el espejo y ven a las mujeres. Los hombres blancos se miran en el espejo y ven a la humanidad».
Esta reflexión sugiere que, a partir de nuestras circunstancias y privilegios -o la falta de ellos-, y según el marco cognitivo desde el cual percibimos el mundo: clase, género y raza, se impone en nosotros, casi de manera automática, una forma de ser y de estar en nuestro entorno inmediato.
Este primero de octubre, un marco relevante de la cultura política mexicana ha cambiado: el de género y su ejercicio de poder desde la posición política más representativa del régimen político mexicano.
Con la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia de la República, 71 años después de que se reconociera el derecho de las mujeres a votar y ser votadas, y convirtiéndose en la primera presidenta de la historia mexicana, estamos presenciando un hecho de la más alta relevancia.
La misma presidenta dejó esto claro al afirmar: “Soy madre, abuela, científica y mujer de fe, y a partir de ahora, por la voluntad del Pueblo de México, presidenta de los Estados Unidos Mexicanos”, en una Cámara de Diputados que atestiguaba el cambio de banda presidencial.
No es una casualidad, sino una causalidad histórica, acelerada, por supuesto, por la preferencia del ahora expresidente Andrés Manuel López Obrador. Él asumió su sucesión presidencial como una medida estratégica para garantizar la continuidad del movimiento en el poder.
Aunque no la designó directamente, sí dejó puestas todas las circunstancias lo más favorables posible para que ella fuera, primero, la candidata de Morena y, posteriormente, ganadora de la contienda electoral de 2024.
Fue un hecho simbólico que Ifigenia Martínez, ejemplo de la lucha social y presidenta de la Cámara de Diputados, le entregara la banda presidencial, dejando patente un arco de conquistas femeninas ganadas, no regaladas, por parte de un sistema político mexicano que sigue siendo eminentemente patriarcal, pero que, de manera progresiva, va cambiando.
Claudia Sheinbaum ha dejado claro que, a partir de este momento, cualquier mujer puede aspirar a ser presidenta de la República. Ha declarado que es tiempo de mujeres y que se denomina «presidenta» y no «presidente», porque el lenguaje otorga significado y visibilidad a los roles.
Se inicia, sin duda, una nueva etapa, en la que la presidenta ha enfatizado la importancia de dar continuidad, así como de dotar de mayor contenido y estructura al ejercicio de gobierno de la Cuarta Transformación, el movimiento que el expresidente Andrés Manuel López Obrador inició hace prácticamente un cuarto de siglo.
«Presidenta», en femenino, antes que Estados Unidos y Canadá, los vecinos de México en esta unidad geográfica y comercial —que no cultural— llamada Norteamérica.
Aunque aún queda mucho por escribir sobre su gestión, lo que me gustaría resaltar en este momento histórico del país es el cambio que se ha producido en el rostro de la nación mexicana.
La presidenta electa goza del bono natural de credibilidad que acompaña a cualquier mandatario recién electo. Le tocará escribir su propia historia bajo el compromiso que asumió en su toma de protesta: “Consolidaremos juntas y juntos un México cada día más próspero, libre, democrático, soberano y justo. No les voy a defraudar. Les convoco a seguir haciendo historia”.
A partir de ahora, desde las antípodas y conscientes de que el poder y su ejercicio tienen senderos y vericuetos desconcertantes, observaremos este inicio de gobierno con atención y análisis, deseando de corazón que sea en beneficio de México y de toda la nación.
Le corresponde a la presidenta conciliar y gobernar para todos, ya que, aunque AMLO hizo de la movilización de los afectos algo inherente a su ejercicio de gobierno, Claudia Sheinbaum deberá poner su lógica racional y científica al servicio de la conducción del Estado en la búsqueda de un México justo, no solo de leyes. Un México libre, donde cada individuo pueda prosperar sin restricciones, donde la equidad y la igualdad sean los cimientos que nos unan como sociedad.
Ya lo veremos.