Los Periodistas

Sexo, poder y machos reprimidos: el viaje de Anna Wiener al lado oscuro de Silicon Valley | Papel

La escritora desmonta la mitología de Silicon Valley en ‘Valle inquietante’, una fascinante crónica de su paso por empresas tecnológicas de San Francisco

FOTOGRAFÍA: RUSSELL PERKINS

LETICIA BLANCO / Barcelona / PAPEL / EL MUNDO

En 2013, con 25 años, Anna Wiener abandonó su precario empleo en el mundo editorial neoyorquino y fichó por una startup tecnológica donde pasó a cobrar el doble (luego el triple, el cuatriple…). Acabó mudándose a San Francisco y allí se zambulló de lleno en la cultura corporativa de Silicon Valley, un micromundo lleno de privilegios, excentricidades y abusos con un lado oscuro que retrata en la fascinante novela Valle inquietante (Libros del Asteroide).

Wiener se mimetizó rápidamente en su nuevo ecosistema laboral, donde las largas jornadas de trabajo apenas dejaban espacio para la vida personal. Todo se controlaba, priorizaba y monetizaba. Hasta el tiempo libre se optimizaba. El corporativismo alienante se combinaba con una especie de espiritualidad no religiosa que presumía de honestidad radical. Eran frecuentes, por ejemplo, las salidas de fin de semana con compañeros de trabajo donde abundaban los masajes reiki y el tarot para, de vuelta a la oficina, el lunes, volver a las extenuantes jornadas frente al ordenador.

«¿Qué significa que todas las facetas de nuestra vida estén dominadas por internet?», se pregunta Wiener. «La naturaleza adictiva de todas las aplicaciones tiene que ver con los incentivos que se dan en las empresas de Silicon Valley. Buscar la rentabilidad máxima, la rapidez, las inyecciones del capital de riesgo… todo está relacionado», explica la autora, que describe la bahía de San Francisco como un salvaje oeste tomado por la fiebre del oro tecnológico en el que se llegó a naturalizar que empresas con 12 empleados estuvieran valoradas en más de mil millones de dólares, lo que se conoce como un unicornio.

La adicción fue la característica principal de la cultura tecnológica en la década de 2010

«La adicción fue la característica principal de la cultura tecnológica en la década de 2010. La pregunta entonces era: ¿cómo lo hacemos para asegurarnos de que la gente se enganche a una app? El objetivo no era que la mirases una vez al día, sino muchas«, explica Wiener, que trabajaba en una empresa de análisis de datos cuando las filtraciones de Edward Snowden hicieron estallar el escándalo de la Agencia de Seguridad Nacional.

Wiener habla del «triunvirato oscuro» de la tecnología, formado por «el capital, el poder y una masculinidad heterosexual insulsa y reprimida». El clima laboral en las empresas donde trabajó era de entrega absoluta a La Causa (así, con mayúsculas) y de adoración mesiánica al fundador, chicos jóvenes sin experiencia que en muchas ocasiones sólo habían hecho unas prácticas antes de pasar a ser multimillonarios de la noche a la mañana. «De repente están rodeados de equipos que no saben gestionar y lo único que escuchan es gente diciéndoles que son brillantes. Todo esto es emocionante y tóxico a la vez, se acaba creando un ambiente en el que no se encajan bien las críticas o se menosprecian».

¿Y lo de masculinidad «insulsa y reprimida»? «Con eso me refiero a la vida social que yo vi entre la gente de mi equipo, sobre todo si la comparabas con la de otros sectores donde también hay mucho dinero, como las finanzas o la publicidad. La diferencia es que en Silicon Valley el dinero viene de los negocios, no de los clientes. No es que la gente no tuviera sexo en San Francisco, sino que las dinámicas sociales eran, por así decirlo, menos espontáneas». También bastante infantiles, viendo los «beneficios» que ofrecían las empresas a sus empleados: barra libre los viernes, karts, tirolinas, miércoles de whisky, yoga en las oficinas, seminarios en Las Vegas, noche de juegos, piscina de bolas y yincanas en las que se requería hacerse un selfie con una stripper.

«El sexismo, la misoginia y la cosificación no definían el lugar de trabajo, pero estaban por todas partes», describe Wiener. «No son exclusivos de las tecnológicas, es algo generalizado, pero el desequilibrio entre hombres y mujeres tiene mucho que ver», reflexiona. «Hay una minoría de mujeres. Es algo que tiene que ver con la composición demográfica de la tecnología y con la cultura de trabajo, que está muy orientada a los jóvenes, a la fiesta, que considera que el trabajo debería ser algo divertido. Incluso en las empresas donde hay más mujeres trabajando, sus trabajos suelen estar mucho peor pagados y eso no es algo que tenga que ver con sus capacidades, sino con el sexismo, la misoginia y la cultura de la joven sobradamente preparada«.

Wiener compara a todos los aspirantes a triunfadores que se mudaron a una ciudad de perdedores como San Francisco con la fiebre del oro. En realidad, si uno cambia la cocaína por las microdosis de LSD, el ambiente de excesos también tiene mucho del yuppismo de los 80 en Wall Street, con la diferencia de que las finanzas eran entonces algo abstracto para la mayoría de la población y que internet, las aplicaciones y sus plataformas se han metido hasta el tuétano de nuestra vida más íntima. «Están en nuestra vida social y familiar, les confiamos desde nuestros ciclos de fertilidad hasta nuestras citas y encuentros sexuales«.

«Si pensamos en toda la actividad que se ha consolidado en el mundo a partir de un puñado de plataformas, es fácil darse cuenta de lo importante que es que haya diversidad en la toma de decisiones de esas empresas. Sin duda internet sería distinta si la gente que dirige estas empresas fuese más diversa, si hubiese más mujeres, personas de distintas razas. Pero el modelo financiero es tan específico que es difícil que cambie», opina Wiener.

Valle inquietante refleja la parte más oscura de internet como acelerador de un crecimiento que agranda las desigualdades, también de su potente factor como disolvente de las clases sociales, pese a que la mayoría de ensimismados líderes de las grandes empresas tecnológicas creen que están llevando a cabo una revolución que cambiará el mundo cuando lo que cambia, en el fondo, son sus cuentas bancarias.

Wiener también habla de la carga psicológica y la «disonancia cognitiva» que le producía ver lo lucrativas y todopoderosas que se habían vuelto las empresas para las que trabajaba vendiendo cosas (herramientas, software) que no existían físicamente y que además eran extremadamente frágiles y podían borrarse en cualquier momento. «Había conseguido cobrar un sueldo de seis cifras y sin embargo no sabía hacer nada», confiesa en alusión a esa generación que tira de tutoriales de YouTube para todo: cocinar pescado a fuego lento, quitar el moho del alféizar de una ventaba o hacerse una autoexploración mamaria.

La privacidad, la recolección de datos y la seguridad me siguen generando ansiedad

«Internet es bastante joven. Probablemente la mayoría de trabajos que existen hoy se queden anticuados en 15 días. Buena parte de lo que vemos hoy es gente que procesa la integración absoluta y total de la tecnología en nuestras vidas», explica. «Yo no tengo la solución para internet, no sé si es reformable«, añade Wiener, que sigue viviendo en San Francisco y hoy escribe sobre tecnología para The New Yorker.

En 2018, cuando se dio cuenta de que el dinero no bastaba para mitigar el agobio emocional del trabajo, lo dejó. Abandonar «el agotamiento, la repetición y la toxicidad intermitente» fue un respiro, pero en el libro confiesa que se sintió vulnerable al cruzar «los muros del poder». ¿Acaso no era mejor formar parte del bando que vigilaba que del bando vigilado? «Mi vida ha cambiado pero buena parte de los miedos que tenía respecto a la tecnología cuando tenía veintitantos siguen estando muy presentes. La privacidad, la recolección de datos y la seguridad me siguen generando ansiedad«, asegura.

¿Puede hacerse algo para limitar el poder desaforado de gigantes como Amazon, Google, Apple o Microsoft? «El poder de estas empresas se podría frenar un poco con reglamentación y leyes, también con sindicatos, que es algo que se empieza a explorar. La presión social externa también ayuda. Pero en general, creo que el poder no está organizado para frenar a estas empresas. Son compañías muy americanas con valores muy americanos, así que tienen pocas limitaciones. Si se produce algún cambio, deberá venir de dentro de Estados Unidos, no de fuera», pronostica.

«No sé si están muy contentos con el libro», bromea sobre cómo ha sentado su testimonio, uno más que añadir a esa corriente de renegados de Silicon Valley que ponen en duda la moralidad del negocio desde una perspectiva tanto económica como humanista. «Hay una promesa de libertad en internet, una idea utópica. Y hay una parte de verdad en ello porque internet puede hacer cosas milagrosas por la gente. Pero esa parte tiene que ver menos con las personas que dirigen esas empresas que con los incentivos que reciben», concluye.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/futuro/2021/05/28/60afc06b21efa0e9168b459c.html

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio