Los Periodistas

El museo Lázaro Galdiano de Madrid inaugura la exposición ‘Pedro del Hierro. Del maestro a la marca’, que recupera el legado del diseñador a través de piezas textiles, bocetos, imágenes y vídeos: “En otros países a quien genera marca e industria se le valora”

La pasada primavera, rebuscando en un armario en casa de su padre, Lulu Figueroa encontró el vestido que luciría la próxima Navidad. Estaba confeccionado en un terciopelo negro suave, fino, corto, y dejaba los hombros al descubierto con un escote asimétrico que escalaba sobre la clavícula. De la cadera, ligeramente drapeada, colgaba una aplicación floral. Parecía, cuenta la pintora, hecho polvo. La cremallera estaba destrozada. El adorno se columpiaba sobre la tela. A su hermana Cristina el vestido le era conocido. Había circulado entre las generaciones de su familia. Ella misma se lo había enfundado para la boda de su prima, Alejandra Ortiz, hija mayor de Bertín Osborne. Aquella pieza, como todas las que comenzaban a correr el riesgo de apolillarse en el armario, había pertenecido a Aline Griffith. Pedro del Hierro lo había ideado para la condesa viuda de Romanones.

Una costurera resucitó el vestido. Remendó la cremallera y ajustó la silueta a las proporciones de Lulu, que cuando estaba a punto de acomodar el diseño en, por fin, su vestidor recibió un correo electrónico. El grupo Tendam, antes Cortefiel, propietario desde 1990 de Pedro del Hierro, comenzaba a pergeñar una exposición en honor al diseñador (1948-2015). Por el 50 aniversario de la casa, buscaban recuperar el lugar en la historia que el madrileño se había ganado. En el arranque de la Mercedes Benz Fashion Week, el museo Lázaro Galdiano sería -y desde hoy, es- el espacio que enlazaría la obra del madrileño con la historia del arte.

«En España», dice Nacho Aguayo, actual director creativo de la firma junto con Álex Miralles, «somos muy injustos con la industria. Cuando alguien, como Pedro, se liga a ella es menos cool. Pierden interés. Pero en otros países a quien genera marca e industria se le valora. Del Hierro es un gran desconocido. Ha llegado un momento en el que la gente no sabía si había existido o si era un nombre inventado». La misión de rescatar al diseñador de los armarios cerrados fue, entonces, encomendada a la historiadora Laura Cerrato, que tenía práctica en el buceo sartorial. Durante años, se ocupó de indagar en los archivos de Sybilla para la exposición que en 2022 tomó la sala del Canal de Isabel II. Ahora el tiempo la espoleaba. Ha tenido menos de nueve meses para configurar, con bocetos, música, vestidos desempolvados y recortes de prensa, la biografía del diseñador más joven de la historia de la, ya clausurada, Cámara de la Moda española.

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De la primera fase de su trabajo, cuenta Cerrato, no han podido encontrar piezas. Ni apulgaradas ni apolilladas ni con media cremallera. No han dado con ningún diseño de la década inaugural de su carrera. Todo aquello que Del Hierro bocetó en la veintena, durante los años 70, parece haberse perdido. Sin embargo, apunta la comisaria, fue entonces cuando su visión de la moda se moldeó de manera definitiva. Su facilidad para el dibujo, estimulada por su padre, el pintor Pedro Mozos, se fusionó con lo que leía en los periódicos.

«Era curioso, muy culto y sensible. Leía, reflexionaba sobre lo que pasaba a su alrededor y a nivel internacional. Gracias a su forma de mirar, incorporó lo que sabía que estaba funcionando en el extranjero y lo importaba a España, a su marca». Trajo, explican, el afán de democratizar la moda. «Él fue uno de los creadores de la fast-fashion», explica Aguayo. «Estaba de acuerdo con que todo el mundo, dependiendo de su nivel adquisitivo, pudiera acceder a una cosa u otra. No a cualquier precio ni de cualquier manera, pero yo creo que la moda actual le daría gustillo». Aunque tal vez le incomodaría, apunta Cerrato, la cutrez, el patrón perezoso, la caída sucia, el bajo deshilachado. «En los último años», añade Miralles, «se han priorizado los precios y vender un look completo en detrimento de la factura final de las prendas». Del Hierro, coinciden sus herederos creativos, aspiraba a la excelencia de sus prototipos.

En las tres fases en las que la exposición segmenta la carrera del modista, cuyo nombre coincidió en los registros de la Cámara de la Moda con los de representantes de la alta costura española como Elio Bernhayer Pertegaz, una idea de la elegancia ligada a la armonía vertebra el prêt-à-porter. Para el diseñador, aquella era «una actitud en la vida, algo que se transmite por encima de todo, una belleza interior. Ser elegante es ser agradable allá donde se esté».

Si para del Hierro la elegancia era una cualidad que todo lo configuraba, todo lo que naciera de su carboncillo debía quedar infusionado por su firma. Las notas de prensa que en los años 80 recibían los periodistas aparecían acompañadas por los bosquejos de la colección que se disponía a presentar. De los anuncios que contrataba en la edición estadounidense de la revista Vogue se procuraba que se ocuparan los mejores fotógrafos a su alcance. Su visión de la moda trascendía a la ropa. Era consciente, apunta Aguayo, de que quien elige a un diseñador apuesta por su universo. El cliente de moda busca inscribirse en el estilo de vida que le propone la firma. Y Del Hierro quería alcanzarlos a todos. Antes de los años 90, las colecciones masculinas se habían acomodado en su mesa de trabajo. Los pantalones de pinzas comenzaban a mezclarse con vestidos de lentejuelas, chaquetas de lana y colas de seda. Miguel Bosé, que con frecuencia escogía sus diseños para pasearlos sobre el escenario, no logró conservar sus piezas.

“Era curioso, muy culto y sensible. Incorporó lo que sabía que estaba funcionando en el extranjero y lo importaba a España, a su marca”

Cerrato no lo culpa. En España, razona, los archivos de moda no se han mimado. Existe una falta de conciencia sobre el valor de las piezas de costura. Ni siquiera, señala Aguayo, a las prendas se las califican como piezas. No se las observa -a diferencia de una pintura o una escultura, cuyos vaivenes se registran como parte de su valor histórico- como obras cuya historia merece ser documentada. «Nos falta cultura de la moda como rama creativa».

La comisaria se muestras de acuerdo con el diseñador. «Lo de afuera», defiende, «es top y parece que aquí nunca ha pasado nada. En España han sucedido cosas increíbles, como Pedro del Hierro, y otras tantas historias que nos quedan por conocer. Y, de hecho, el público quiere hacerlo. Cada vez que organizamos exposiciones de moda son muy visitadas. Interesan porque aunque el personaje es lejano, la materia es cercana: todos nos vestimos. Si te proponen una exposición de Tiepolo a lo mejor dices ‘ay, Dios mío, igual no tengo el nivel para apreciarlo’. Pero la moda forma parte de nuestro día a día. Incluso las marcas están buscando sus piezas históricas en el mercado, detectándolas y comprándolas. Esto indica la importancia y el interés que genera este asunto».

Parte de la responsabilidad de la curiosidad por la historia de la moda, sugiere Miralles, quizás sea de las estrategias de marketing viral de las celebrities. En los últimos años, algunas actrices, como Zendaya, Margot Robbie o Jenna Ortega, han contado con el trabajo de estilistas que, en lugar de seleccionar piezas de los últimos catálogos, han husmeado en los archivos de las grandes firmas. Con ellas, la historia de la moda se liga al presente. Como en un hipervínculo de Wikpedia, que encadena nombres, fenómenos y palabrejas en cursiva, la prenda histórica acumula en las piezas escogidas las anécdotas de las famosas que las han lucido con anterioridad. Se enganchan, como del Hierro había procurado, al universo del diseñador. «Las nuevas generaciones están más abiertas a la historia y la cultura de la moda», confía Mirallas.«Yo espero que en este relevo generacional haya más avidez que en los precedente».

Mientras por los altavoces la banda sonora que Del Hierro reproducía en su estudio se desliza y la Habanera de Bizet da paso a Knockin’ On Heaven’s Door, de Guns ‘N’ Roses, los vestidos brillan bajo la luz suave de la sala de exposiciones temporales del Lázaro Galdiano. Sobre los maniquíes, que se pueden observar por completo, en sus 360 º, sin mamparas que desdibujen la calidad de los materiales, la seda ondea sobre los maniquíes, las lentejuelas parpadean, el terciopelo ilumina el negro y el marrón. El vestido de Aline Griffith, diseñado en 1968, se asoma flanqueado por otros cubiertos en superposiciones de gasa confeccionados en 1999 o mangas ranglan ideadas en 2002. El de la condesa de Romanones es el único del espacio perteneciente a una colección privada. Hasta el 3 de noviembre permanecerá iluminado en el mismo recinto que a diario cobija a El aquelarre, de Goya. Como una pieza, como una obra. Después, regresará al armario de Lulu Figueroa. Volverá a casa listo para la cena de Navidad.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/cultura/2024/09/10/66e04ec0e85ece8f668b45ad.html

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