La tasa de natalidad en Japón alcanzó un nuevo mínimo histórico, con solo 350 mil 74 nacimientos registrados entre enero y junio de 2024.
Oswaldo Rojas / Excélsior
Japón, la tercera mayor economía mundial y la segunda en Asia, se encuentra en una encrucijada debido a una crisis demográfica que pone en riesgo su estabilidad económica y social.
Los últimos datos revelados por las autoridades japonesas muestran que la tasa de natalidad ha alcanzado un nuevo mínimo histórico, con solo 350 mil 74 nacimientos registrados entre enero y junio de 2024, lo que representa una caída del 5.7 por ciento en comparación con el mismo período del año anterior.
Este es el nivel más bajo desde 1969, una tendencia que ha encendido las alarmas en el gobierno y entre los expertos.
Un futuro incierto
El ministro de Salud de Japón, Keizo Takemi, calificó la situación como «extremadamente crítica» y advirtió que los próximos seis años serán determinantes para revertir esta tendencia.
Según Takemi, si no se toman medidas inmediatas, el país podría enfrentar consecuencias irreversibles, especialmente en su sistema de bienestar social y en sectores como la educación y la atención a los ancianos.
La tasa de natalidad ha sido motivo de preocupación durante años, pero el declive reciente ha generado mayor urgencia. Japón ha experimentado una disminución poblacional durante 15 años consecutivos, con proyecciones que sugieren que, para 2070, su población podría reducirse en un 30 por ciento, llegando a los 87 millones de habitantes, una cifra alarmante si se compara con los 124.9 millones actuales.
A pesar de los esfuerzos del gobierno por frenar la caída de la natalidad, las medidas implementadas hasta ahora no han logrado los resultados esperados. En 2023, Japón registró solo 730 mil nacimientos, otro mínimo histórico.
El gobierno ha asignado un presupuesto de 5.3 billones de yenes (34 mil millones de dólares) para el año 2024, destinado a financiar incentivos para las parejas jóvenes, que incluyen subsidios para el cuidado infantil y la educación.
El primer ministro, Fumio Kishida, ha convertido el aumento de la tasa de natalidad en una prioridad nacional, prometiendo duplicar el gasto en cuidado infantil en la próxima década.
Sin embargo, enfrenta críticas por no abordar suficientemente las preocupaciones de los jóvenes, quienes se muestran reticentes a formar familias debido al alto costo de vida y la falta de estabilidad laboral.
El economista Takahide Kiuchi, en un artículo de la revista Newsweek, subrayó que el simple aumento de los beneficios económicos no es suficiente para resolver el problema. Kiuchi destaca que, en Japón, la carga de la crianza de los hijos recae desproporcionadamente sobre las mujeres, lo que desincentiva a muchas a tener más de un hijo.
A pesar de las políticas como el «Womenomics», que han impulsado la participación femenina en la fuerza laboral, las disparidades de género siguen siendo un obstáculo importante.
Además, las encuestas muestran que los jóvenes japoneses se sienten cada vez menos inclinados a casarse o tener hijos. El alto costo de vida, las largas jornadas laborales y la rigidez en los roles de género dificultan que las familias puedan prosperar.
Medidas para frenar la crisis
En un intento por revertir esta tendencia, el gobierno japonés ha implementado una serie de medidas, como la construcción de guarderías y la creación de una aplicación de citas destinada a fomentar el matrimonio.
Sin embargo, estas iniciativas no han sido suficientes para contrarrestar la disminución de la tasa de fertilidad, que en 2023 alcanzó un mínimo récord de 1.2 hijos por mujer, muy por debajo de la tasa de reemplazo de 2.1 necesaria para mantener una población estable.
Impacto económico y social
El envejecimiento de la población es otro factor clave en esta crisis. Actualmente, las personas mayores de 65 años representan el 30 por ciento de la población total, convirtiendo a Japón en una sociedad “superenvejecida”. Esto no solo aumenta la presión sobre los sistemas de pensiones y atención médica, sino que también afecta gravemente a la economía.
La disminución de la población en edad de trabajar puede resultar en una caída significativa del Producto Interno Bruto (PIB), a menos que se logre un aumento en la productividad.