El cuerpo de las mujeres siempre ha estado en peligro de «ser de otros». Entre las prácticas para evitar su autonomía sexual y reproductiva está la prohibición del aborto. Algunos países criminalizan este derecho hasta en caso de violación y otros imponen cadena perpetua a las mujeres que deciden abortar.
Ana Gómez Pérez-Nieva / ethic
El cuerpo de las mujeres siempre ha estado en peligro de «ser de otros». Entre las prácticas para evitar su autonomía sexual y reproductiva está la prohibición del aborto. Tal es la obsesión por controlar las decisiones autónomas de las mujeres que hasta la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, ha luchado recientemente para borrar la referencia al aborto que estaba presente en el comunicado final de la cumbre anterior del G7, y lo ha conseguido. Algunos países criminalizan este derecho hasta en caso de violación, como Marruecos. Otros imponen cadena perpetua a las mujeres que deciden abortar, como en el caso de Guinea Ecuatorial y Zambia. Y otros trabajan duramente para retroceder en el tiempo, como Estados Unidos, que tras la sentencia de Roe contra Wade, que revocaba el derecho federal al aborto, se convirtió en uno de los tres países que han endurecido las leyes sobre el aborto desde 1994.
Lo que está claro es que «solo» hay un grupo perdedor: como consecuencia de todas estas medidas restrictivas no se reduce el número de abortos, sino que las mujeres y las niñas están expuestas a abortos clandestinos por los que su vida y su salud corre peligro.
«Tomé todo tipo de hierbas y bebidas para abortar. Tuve dolores insoportables y vomité. Sentí que me estaban desgarrando los intestinos, pero no aborté. Una vez inserté un palo largo en mi vagina y lo giré en todas direcciones, pero lo único que conseguí fue una gran herida. Salté y me di un puñetazo fuerte en el estómago e incluso me tiré por las escaleras. Tomo medicamentos para el asma y leí que no se recomiendan para mujeres embarazadas, así que comencé a duplicar la dosis. Durante más de cinco meses probé todo, con ningún resultado. Incluso consideré el suicidio».
La desesperación de Farah por acabar con un embarazo no deseado fruto de una violación por su compañero de trabajo no solo no terminó en aborto, sino que le provocó mucho más sufrimiento después. Un parto difícil por las infecciones como consecuencia de la automutilación, «un infierno por abandonar a mi hija después de haberla visto y abrazado», dolores crónicos… Por no hablar de los 15.000 dirhams (1.400 euros) que perdió en un aborto que no consiguió, entre ellos pagando a una enfermera que después le dijo que el doctor no le podía practicar el aborto y no quiso devolverle el dinero. Y por no hablar de que, para mayor victimización a una mujer violada, la echaron del trabajo por estar embarazada fuera de un matrimonio. Cuesta creerlo, pero ella lo resume: «Mi vida se ha convertido en un infierno».
A pesar de que hoy en día a veces es difícil impactarse ante las historias ajenas, los testimonios de las mujeres de Marruecos consiguen hacerlo. Hasna, de 33 años, fue violada cuando se dirigía al hospital por un desconocido que se ofreció a llevarla en coche. Se quedó embarazada y buscó un lugar donde poder abortar. Cuando no encontró manera de acabar con ese embarazo, fue a vivir al refugio de una ONG. Se escondió de su familia e incluso se cubrió disfrazada cuando fue al hospital a dar a luz. «Todavía tengo miedo de mis seis hermanos, si nos encuentran, a mi hija (de dos años) y a mí nos pegarán». Uno de ellos lo dijo: «Si doy con ellas, las mataré». Hasna no puede trabajar ahora mismo porque no tiene dónde dejar a su hija.
No hay país para mujeres
Marruecos no es un país fácil para las mujeres (¿cuál lo es?). Además de castigar con una pena de entre uno y cinco años de prisión a quien procure o intente practicarse un aborto, el Código Penal castiga cualquier relación sexual entre personas no casadas, así como el «adulterio» (relaciones sexuales con alguien que no sea el cónyuge legal). Las mujeres son castigadas con mayor severidad que los hombres, tanto legal como socialmente. Esto tiene profundas implicaciones para la capacidad de las mujeres de acceder a información, servicios y bienes de salud sexual y reproductiva, y alimenta la violencia y la discriminación de género, fuertemente arraigada en un país en el que es necesario el uso de la fuerza o las amenazas y las heridas físicas para probar una violación, y donde, además, las violaciones dentro del matrimonio no están criminalizadas.
Sin embargo, existen otros países todavía más restrictivos con el aborto. En El Salvador el aborto está prohibido en todas las circunstancias, incluso aunque la vida de la embarazada esté en riesgo. El caso de Evelyn Hernández, que tenía 21 años en 2016 cuando sufrió un aborto espontáneo y fue arrestada al llegar al hospital, denunciada por el personal médico, fue uno de los más sangrantes. En el juicio la sentenciaron a 30 años de cárcel por «homicidio agravado».
Paraguay también es otro de los países donde está prohibido abortar, excepto si la vida de la madre corre peligro. Y eso que tiene una de las ratios más elevadas de embarazos en menores: cada día dos niñas menores de 14 años se convierten en madres –la gran mayoría como consecuencia del abuso sexual– y representan una de cada diez muertes maternas. En 2015 el gobierno de este país no permitió abortar a una niña de 10 años violada por su padrastro.
Y a pesar de todo, avances
En los últimos 30 años más de 60 países y territorios del mundo han liberalizado las leyes que prohíben el aborto. Frente a los retrocesos de Estados Unidos, Francia ha protegido este derecho en la Constitución.
Frente a la legislación de Polonia y Malta, los dos únicos Estados miembros de la Unión Europea que no han legalizado el aborto voluntario o por supuestos sociales generales, en España acabamos de celebrar el aval del Tribunal Constitucional a que las jóvenes de 16 y 17 años puedan abortar sin consentimiento paterno.
Y frente a las ansias de control del cuerpo femenino, la marea verde en Argentina, un país que seguirá teniendo que luchar con la llegada al poder de Milei, consiguió que el aborto fuera legal hasta la semana 14. Una marea de movilización ciudadana que contagió a otros países como Colombia y México, que aprobaron también la despenalización del aborto en los últimos años. Un derecho que, está claro, no puede darse por sentado.
Ana Gómez Pérez-Nievas es periodista en Amnistía Internacional España.
Fuente: https://ethic.es/2024/07/el-cuerpo-de-los-otros-el-derecho-al-aborto-en-el-mundo/