Los Periodistas

Opinión | Una obligada reflexión post electoral

Por Fernando Manzanilla Prieto / @Fer_Manzanilla

Este fin de semana se llevó a cabo un proceso electoral histórico en el país, no sólo porque en él estuvieron en juego más de 20 mil cargos de elección popular, entre ellos la Presidencia de la República, así como el Congreso de la Unión (128 senadores y 500 diputados), 31 congresos locales, además de ocho gubernaturas, más la jefatura de la Ciudad de México, aunado a que en 29 entidades se renovaron ayuntamientos y en la capital a los nuevos titulares de las 16 alcaldías.

Sino que, además, ya se vaticinaba por primera vez en la historia de México, la inminente investidura de una mujer para dirigir a la segunda economía más grande de América Latina.

Más allá de las obviedades en el contexto nacional, considero que los resultados de la reciente elección, merecen una reflexión, pues revelan una realidad social profunda y compleja, enraizada en entender que existe una enorme mayoría en este país que, durante mucho tiempo, no se ha sentido representada ni escuchada, pero que a través del voto masivo han encontrado su desfogue para manifestar el descontento contra un sistema decadente y marginal.

Este fenómeno, lejos de ser un tema nuevo, es un reflejo de décadas de desigualdad y exclusión social que ha caracterizado a la historia contemporánea de nuestro país y que se proyecta en que al menos la mitad de la población nacional viva en situación de pobreza.

Esa es precisamente la clave con la que debemos observar estos resultados postelectorales que marcan el fehaciente triunfo de una fuerza política en el país: hay una gran mayoría que necesita ser vista, escuchada y representada.

No ha sido fortuito que la política de la llamada Cuarta Transformación haya estado enmarcada en políticas públicas dirigidas a los sectores más vulnerables y marginados de la sociedad. Programas sociales como las becas para estudiantes, las pensiones para adultos mayores y los apoyos para personas con discapacidad han creado una sensación de inclusión y reconocimiento en estas comunidades. Para muchos, estas ayudas representan no solo un alivio económico, sino también un reconocimiento de su existencia y de sus necesidades por parte del Estado.

El propio CONEVAL ratifica esta idea, pues basta observar que entre 2018 y 2022, el porcentaje de la población en situación de pobreza multidimensional a nivel nacional pasó de 41.9% a 36.3%, lo que representó un cambio de 51.9 a 46.8 millones de personas en situación de pobreza a nivel nacional.

Este sentir de representatividad y apoyo tiene un impacto directo en la manera en que vota la sociedad, ya que la política, muchas veces vista como distante y ajena, hoy toca la vida de un gran sector de la población.

Sin embargo, en medio de este panorama, surge una necesidad imperante: la de cultivar la llamada “empatía política”. La empatía, entendida como la capacidad de ponerse en el lugar del otro y comprender sus sentimientos y perspectivas es la clave para transformar la política en un espacio más inclusivo, comprensivo y efectivo.

Esta empatía es la que permite a los políticos comprender mejor las necesidades y preocupaciones de sus electores, así como ayudar a romper las barreras que dividen a las personas, promoviendo un sentido de comunidad y solidaridad.

En segundo lugar, la empatía fomenta un diálogo más constructivo y respetuoso. Cuando los políticos y ciudadanos se esfuerzan por entender las perspectivas del otro, el debate se enriquece y se abren nuevas vías para la cooperación y el compromiso. Esto no significa que todos deban estar de acuerdo en todo, pero sí que se puedan encontrar puntos comunes y trabajar juntos hacia soluciones que beneficien a la mayoría.

Asimismo, la empatía fortalece el tejido social, fomenta la participación ciudadana y contribuye a la estabilidad y legitimidad del sistema democrático.

Finalmente, el camino hacia la igualdad requiere un compromiso sostenido y multifacético. Debemos trabajar juntos, como sociedad, para construir un país donde todas y todos los mexicanos, independientemente del origen social, tengamos las mismas oportunidades de desarrollo y bienestar. Solo entonces podremos decir que hemos cumplido con la asignatura pendiente de privilegiar la igualdad en México.

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