Por José Ojeda Bustamante
Benjamin Franklin, reconocido por su pragmatismo, se hizo famoso hace cientos de años gracias a sus aforismos. Uno de ellos, «When the well is dry, we know the worth of water» («Cuando el pozo está seco, conocemos el valor del agua»), es especialmente relevante para México, donde puede interpretarse de manera literal.
Aunque México no está a punto de quedarse sin agua potable, enfrenta un acceso desigual a este esencial recurso, además de infraestructura de agua y saneamiento deficientes. Esta situación se agrava por la concentración poblacional e industrial, principalmente en ciudades.
¿Quiénes son en México los grandes consumidores de agua? Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2022), la agricultura y la ganadería consumen un impresionante 77% del total del agua utilizada en el país. El sector público, que incluye servicios como el suministro de agua potable y el uso residencial en actividades diarias como ducharse y cocinar, representa el segundo gran consumidor de agua, con un 14% del total del consumo. Finalmente, la industria consume el 9% del total (CONAGUA, 2023).
La primera reflexión debe ser que el uso del agua debe enfocarse en la eficacia y la inversión tecnológica que facilite su adecuado uso y provisión. No solo en la ganadería y la industria, sino también en el sistema de agua potable. Por ejemplo, el 57% del agua utilizada en la agricultura y la ganadería se desperdicia debido a la deficiente infraestructura de los sistemas de riego, que están en mal estado, tienen fugas y/o son obsoletos (Conagua). Además, las pérdidas por infiltración y evaporación representan más del 60% del agua almacenada y distribuida para fines agrícolas, según la Conagua.
Según la misma CONAGUA, cada mexicano desperdicia alrededor de 250 litros de agua al día debido a malos hábitos y fugas en el hogar, como duchas prolongadas, lavado excesivo de automóviles, y el agua que se va por el desagüe mientras se lavan los platos o los dientes. Los estándares internacionales sugieren que 100 litros son suficientes para el uso diario de cada persona.
En cuanto al sector industrial, aunque no es el que más agua utiliza, sí es el que más contamina, contaminando el equivalente a 100 millones de habitantes.
Además, el uso del agua en México es desigual, ya que mientras en la zona centro-norte del país se concentra el 72.7% de la población y sólo se cuenta con el 32% del agua renovable, en la zona sur, donde se encuentra el 68% del agua del país, sólo vive el 27.3% de la población.
En conclusión, el agua dulce y su uso no pueden verse de manera aislada. Es necesario adoptar una visión más holística del uso del agua. Además, no podemos ignorar que el acceso al agua está estrechamente relacionado con una lógica de poder, y que los grandes grupos económicos priorizan ante todo su acceso y disfrute. La situación del ciudadano común también varía mucho. Algunos podrán pagar por una pipa de agua que llegue a su casa, pero en México 21 millones de personas no tienen acceso diario al agua.
Finalmente, el mercado por sí solo no es la solución. Es necesario aventurarnos más allá de las limitaciones del rudimentario y común «mercado» para impulsar un cambio radical desde una perspectiva ciudadana y, especialmente, humanista. Este nuevo enfoque debe reconocer el agua como un «derecho fundamental a la supervivencia» para todos los seres vivos, sin excepciones ni desilusiones, en la emergente civilización de la biosfera.