Madame Claude era una arpía vengativa, sin escrúpulos que consideraba a las mujeres como agujeros y a los hombres como billeteras. Se llevaba un 30% de lo que cobraban sus 150 mujeres a las que vestía de Givenchy o Vuitton.
LUIS FERNANDO ROMO / EL MUNDO
«Hay dos cosas que funcionan en la vida, la comida y el sexo. Y yo no era muy buena cocinando». Bajo esta premisa, Fernande Grudet, más conocida como Madame Claude, la proxeneta más conocida de Francia, satisfizo los deseos de los hombres más poderosos del momento. Creó un burdel de lujo que tuvo su época dorada desde finales de los 50 a mediados de los 70. Para entrar en ese exclusivo ámbito, se inventó un pasado glamuroso sustentado en una familia burguesa y la asistencia a exclusivos internados, cuando en realidad había nacido en una familia humilde.
Bajo el eufemismo de «yo vendo fantasías», la madame intentó erradicar el apelativo de proxeneta asociado a su nombre porque lo consideraba demasiado vulgar a tenor de la clientela tan exclusiva que tenía en su agenda. Algunos de los hombres que pagaron por sus servicios fueron Marlon Brando, Rex Harrison, Gianni Agnelli, John F. Kennedy -aún estaba casado con Jackie-, Gadafi o el Sha de Persia, que semanalmente enviaba su avión a París para recoger a las chicas. O los cisnes, como así las llamaba Madame. Sin duda, término copiado a Truman Capote cuando se refería a sus amigas de la alta sociedad como Gloria Guinness, Lee Radziwill (hermana de Jackie) o Marella Agnelli, esposa del industrial anteriormente mencionado.
Su entramado llegaba a Inglaterra, Suiza o Ibiza. Fue la depositaria de grandes secretos que podían haber puesto en jaque a gobiernos enteros. No en vano, hasta la CIA la contrató para que sus miembros estuvieran felices durante los acuerdos de paz de París que encaminaron el final de la guerra de Vietnam.
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Madame Claude era una arpía vengativa, sin escrúpulos que consideraba a las mujeres como agujeros y a los hombres como billeteras. Se llevaba un 30% de lo que cobraban sus 150 mujeres a las que vestía de Givenchy o Vuitton, las educaba para que asistieran a conferencias y hoteles de lujo y les enseñaba a comer los manjares más exquisitos. Muchas de ellas eran mujeres tremendamente atractivas que intentaron abrirse sin éxito un futuro en el mundo del cine o la moda. Algunas incluso llegaron a casarse con esos millonarios consumidores y, a menudo, recibían dibujos de sus desnudos de otro ilustre cliente como Marc Chagall.
El chollo se le acabó en 1974 cuando Valéry Giscard d’Estaing llegó a la presidencia con la intención de condenar la prostitución y el proxenetismo. Como además había defraudado a la hacienda francesa se vio obligada a emigrar a Estados Unidos, donde se dice que llegó a ofrecer una proposición deshonesta a la mismísima Joan Collins. Al volver la condenaron a cárcel y a pagar una sustanciosa multa, siguió frecuentando ambientes de alto copete pero, con el desmoronamiento de su imperio sexual hacia 1992, terminó pobre, sola y olvidada, malviviendo en una pensión de mala muerte en Niza. La reina de las putas, como así la llaman en la película que ha estrenado Netflix sobre su vida, falleció en 2015 a los 92 años.
Fuente: https://www.elmundo.es/loc/celebrities/2021/04/15/6076e305fdddff807d8b45ba.html