Los Periodistas

El icónico diseñador italiano recibe a YO DONA en París. Armani se abre para mostrar el lado personal que late tras su imperio, y reflexiona por primera vez sobre la conciencia del tiempo

FOTOGRAFÍAS: STEFANO GUINDANI

ANA NÚÑEZ-MILARA / París / YO DONA

Cuando aparece Giorgio Armani se instala un aura de respeto y admiración en el backstage. Son las 12 del mediodía y el equipo ultima los detalles del desfile de la colección Privé que tendrá lugar unas horas más tarde en ese mismo edificio de la Gendarmería Nacional Francesa, donde nos ha citado con el tiempo justo. Aunque esto del tiempo, lo sabe bien, es relativo. Porque en la hora que compartimos aprovecha para coreografiar el fin de su desfile (quiere que las modelos terminen alineadas en horizontal), responde a las presentaciones oportunas, brega con todas las preguntas y se permite cierta licencia tribunicia al insinuar que, quizá, las españolas usamos demasiado maquillaje.

A sus 88 años se mueve con la seguridad propia de quien ha construido sueños. Es difícil no entregarse a las órdenes que emana, y a través de las cuales ha inspirado su inmenso legado, que trasciende las barreras del tiempo y que lo han convertido en uno de los diseñadores más respetados, venerados y, sobre todo, influyentes. Algunos lo han acusado de ciertos tintes despóticos. ¿Se ofende cuando se dirigen a él en esos términos? “Soy muy crítico conmigo mismo, pero este trabajo es muy exigente y no acepto críticas ligeras, no me interesa el cotilleo”, resuelve sentado en el front row donde llevamos a cabo el encuentro.

El diseñador aparece con su sempiterno moreno de piel, pantalón de algodón, abrigo con capucha, gorro de lana azul marino y sus zapatillas blancas impolutas. Cuenta en sus memorias lo tremendamente incómodo que se sintió con sus bermudas cuando un impecable y trajeado Yves Saint Laurent le abrió por primera vez las puertas de su casa en Marrakech. Él, junto a Pierre Cardin, Valentino, Rabanne o Chanel fueron parte sustancial de su influencia, junto al cine. Confiesa, sin que sirva de ejemplo, que aprendió más con las películas que en el colegio.

En este escenario excesivamente iluminado, Giorgio Armani se somete a la revisión del tiempo y al implacable tribunal de su conciencia, como relatara el escritor León Tolstói sobre Iván Ilich. Un examen introspectivo del trabajo y del tiempo. A lo largo de los años han trascendido sus inspiracionales reflexiones en torno a una moda en constante evolución, pero en esta ocasión el creador se reivindica como persona. Dedicado en cuerpo y alma a su trabajo, entiende su oficio como un modo de vida.

PREGUNTA: La excelencia se alcanza con trabajo. Y dicen que el suyo es compulsivo…

RESPUESTA: Sí, soy el primero en llegar y el último en salir. Hay que entender que este trabajo es muy riguroso y acepta poca flexibilidad.

Lleva más de 40 años ocupándose sin descanso y trasladando su exigencia a los demás. Confiesa que le irritan la pereza y la holgazanería, que “muchas veces” suelta palabrotas pero que los pocos enojos que lo sacuden apenas le duran cinco minutos.

PREGUNTA: ¿Rencores a estas alturas?

RESPUESTA: Ninguno. Incluso las personas que abandonaron mi empresa tenían buenas razones para hacerlo.

Su obsesión por el perfeccionismo viene de familia, cuenta, pero es este empeño el que, entre otros atributos, le ha llevado a levantar uno de los mayores imperios internacionales que cuenta hoy en día con un volumen de beneficio neto por encima de los 170 millones de euros en 2021 y más de 8.000 empleados en todo el mundo. Armani empezó trabajando para los grandes almacenes La Rinascente de Milán, después se incorporó como estilista en el equipo de Nino Cerruti (fallecido el pasado año) y, en 1975, decidió crear su propia marca de lujo, primero para hombre y después para mujer. Hoy, su legado aglutina cuatro líneas de moda y otras de interiorismo, restauración, hoteles y, recientemente incorporado, un megayate de Admiral de 72 metros. “Mis logros muestran que siempre he tenido razón”, sentenció en un momento de su vida a propósito de su constante entrega al oficio.

PREGUNTA: ¿Cómo conjuga esta entrega al trabajo con las nuevas generaciones, que han demostrado un cambio de mentalidad en este aspecto?

RESPUESTA: Las nuevas generaciones están evolucionando determinadas percepciones, por ejemplo, en torno al impacto medioambiental, lo cual es positivo. También en lo que concierne a la forma de trabajar, pero hay lugares muy demandantes, como este y, en particular, en esta casa, donde la gente sabe que hay que cumplir normas más estrictas.

El imperio Armani gira exclusivamente en torno a su figura. Él pone y dispone, toma todas las decisiones de la empresa y se entrega al desafío continuo, siempre bajo un halo de perpetua insatisfacción, según relatan, con cariño, en su entorno. Su obstinación con el trabajo, similar a la de Van Gogh con la luz, es la que cuestiona ahora al echar la vista atrás, ejercitando la conciencia y abriendo espacio para la confesión.

PREGUNTA: ¿Siente que, con todo este trabajo, ha tenido que renunciar a otras cosas?

RESPUESTA: Sí, a muchos aspectos personales (pide un poco de agua). A divertirme por la noche, a viajar más a menudo, a conocer a más personas, a pasar más tiempo con la gente… Me he aislado.

“Jeremiah, ¿cuántas chicas teníamos en Dubái?”, interrumpe en ese momento para exhalar instrucciones y romper la intimidad de la confidencia. Armani siendo Armani.

Me gustaría haber tenido menos miedo a equivocarme y a cometer errores, tener el coraje y la fortaleza que tengo hoy

Son recordadas las imágenes de sus coetáneos de juventud dejándose ver por escenarios insólitos, aireando líos de pareja o rindiéndose a las excentricidades públicas. Pero el italiano trató de mantener cierta distancia, encerrándose en su realidad laboral y escondiendo su vida íntima, como escudo frente a lo externo. Tiene varias viviendas en propiedad repartidas por las ciudades más exclusivas: Milán, París, Saint Moritz, Saint-Tropez… Todas ellas diseñadas bajo su criterio y con ánimo de convertirse en refugio, aunque la realidad, relata, se reduce a la mínima actividad dentro de ellas. Llega a confesar: “El fin de semana me aburro en casa. Quiero que llegue el lunes para volver a trabajar”. Como si cundiese el miedo a la ociosidad, a dejar de crear: Armani como el Demiurgo inquieto que crea un mundo durante la semana pero se resiste a descansar.

PREGUNTA: ¿Siente que ha conseguido todo lo que se ha propuesto?

RESPUESTA: En realidad no siento que me haya propuesto nada concreto. Es cierto que he logrado muchas metas y estoy feliz de haberlo hecho, especialmente por aquellos que han trabajado para mí.

PREGUNTA: Si pudiera retroceder en el tiempo, con lo aprendido, ¿cambiaría algo?

RESPUESTA: Me gustaría haber tenido un poco menos de miedo a equivocarme y a cometer errores, tener el coraje y la fortaleza que tengo hoy.

PREGUNTA: ¿Qué asusta al señor Armani?

RESPUESTA: La edad, que avanza…

En este momento toma mi brazo. Sentados a apenas un palmo de distancia, rodeados de su séquito de colaboradores y con el ruido estrepitoso detrás, la confesión sacude el ambiente, como si se hubiera colado un intruso indeseado. Se abre paso ese Iván Ilich que asume el tiempo y recapacita. Como relatara Marco Aurelio, “el tiempo es un río de sucesos y una corriente impetuosa. Apenas se ven las cosas y ya se las ha llevado y trae otras que al punto se llevará”. El diseñador confiesa en su biografía que todavía está lleno de ideas, entusiasmo, y dispuesto a aventurarse hacia nuevos proyectos (tiene ya en marcha próximas aperturas), pero asume que en algún momento (“no será pronto”) tendrá que parar. Por ello ha diseñado el plan de sucesión con el que prevé perpetuar los resultados de sus esfuerzos. Un plan que tiene en vilo a sus próximos, a su equipo, a los inversores y a los fieles seguidores de su sello…

PREGUNTA: ¿Cuántas personas saben de él?

RESPUESTA: El único que lo conoce es el notario del testamento.

P: ¿Tiene dudas?

R: Tengo mil dudas. La gente actúa de una manera determinada cuando estoy presente. Pero no sé lo que pasará cuando no esté.

El peso es mayúsculo si atendemos al imperio que durante casi cinco décadas ha cincelado a base de conciencia y entrega. Su éxito nació con la revolucionaria idea de liberar a la mujer de una moda por aquel entonces opresiva. Sus trajes sobrios y relajados acompañaron los tiempos de transición en los que la gente quería sacudir el statu quo: ellas, soltando las sofocantes ataduras; ellos, rompiendo los rígidos patrones de sus padres. Como ocurriera con el neoclasicismo artístico de la segunda mitad del siglo XVIII, Armani rompió en la moda con los estilos y actitudes tradicionales, sacudiéndose los prejuicios en favor de una mayor libertad expresiva. Después, entre sus logros, estuvo el de acercar el buen gusto a la calle.

PREGUNTA: Usted democratizó la moda, la hizo accesible para todo el mundo. La prueba es que dejó a muchos en estado de shock cuando lanzó su primera colección pret-à-porter ‘Emporio Armani’. Al mirar a su alrededor, ¿siente el regreso de ese trabajo?

RESPUESTA: Siempre pensé que no tenía un único principio que seguir. Cuando empecé a diseñar la moda de lujo, me pregunté por qué debía destinar mi creatividad únicamente a aquellas personas con dinero. Porque no solo los ricos aman la moda.

P: En 2020, a través de una carta pública, pidió reflexionar sobre los frenéticos ritmos de las producciones de moda, pero parece que mantienen la velocidad. ¿Es, quizá, la única batalla que no ha logrado?

R: Exactamente, la alta costura tiene excesiva presencia. Dos desfiles al año son demasiados para un oficio artesanal y, por tanto, de confección lenta, donde las piezas están pensadas para perdurar en el tiempo. Seguir este ritmo con todas las marcas supone muchísimo esfuerzo.

El fin de semana me aburro en casa. Quiero que llegue el lunes para volver a trabajar

El diseñador sigue sumando proyectos y España está en el punto de mira. Actualmente tiene un ambicioso plan de expansión, que incluye la apertura en primavera de Giorgio Armani en Galería Canalejas (Madrid) y en Marbella el próximo verano. Sus recuerdos de España se remontan a un viaje en coche durante su época joven, que lo llevó a conocer Barcelona, Granada y, por fin, Torremolinos. Allí se hospedó en un pequeño hotel frente a la playa llamado San Martín, donde la fiebre urbanística todavía no había aparecido. Hoy, esa ciudad, dice, “ha cambiado mucho”.

Si el norteamericano fue el primer mercado que apreció su trabajo, el español le ha brindado un sano seguidismo y una lista de musas y amigos entre los que destacan Naty Abascal, Antonia Dell’Atte, Blanca Suárez, Miguel Ángel Silvestre y, en su momento, Lucía Bosé, a la que recuerda en sus memorias.

PREGUNTA: ¿Cómo es su relación con nuestro país? ¿Guarda algún recuerdo especial?

RESPUESTA: Siempre me ha encantado España. Es muy similar a Italia en muchos aspectos: el paisaje, el clima, el mar. Y el temperamento apasionado de la gente. Especialmente a las mujeres españolas, a las que admiro por su belleza incontenible, aunque personalmente soy de los que prefiere dejar intuir en lugar de exhibir.

El estilo Armani representa la elegancia sin arrogancia, la sugerencia frente al desvelo y la simplicidad frente a la ostentación. Inspirado en la armonía del ideal clásico (que aplica en sus campañas publicitarias), sus modelos han seguido unas medidas ajustadas y, en 2014, se desató la polémica por la extrema delgadez de algunas de ellas.

PREGUNTA: ¿Hasta qué punto se refleja en sus desfiles el movimiento de neutralidad corporal?

RESPUESTA: Las telas con las que trabajo quedan mejor en un cuerpo de formas contenidas, que no es voluminoso en el busto o en las posaderas. En una mujer delgada, pero no demasiado. Como tú.

“No creo que yo pudiera desfilar”, apunto. Nos miramos. Sonreímos.

El alboroto de los preparativos del desfile se eleva y la conversación, que transcurre al margen de corsés, debe terminar.

PREGUNTA: Señor Armani, ¿hay alguna pregunta que nunca le han formulado?

RESPUESTA: Sí… Me gustaría saber si la gente me ve como soy en realidad. Como yo me siento.

P: ¿Y cómo se siente?

R: Me siento responsable, muy responsable, y muy implicado en mi trabajo.

“Nunca se ha abierto de esta manera, está feliz”, me cuentan a posteriori. Armani, el Demiurgo, se despide con cariño honesto y vuelve a las instrucciones del desfile con la coraza partida. Vuelve a instaurarse el respeto. Es la una del mediodía.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/cultura/2023/02/20/63f362ddfdddff87898b45a7.html

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