Se llama ascidia y con él PharmaMar prepara ya el súper-antiviral. El buzo Santiago nos revela los secretos del tesoro del que habla con admiración hasta ‘Sciencie’. Y sin ayudas públicas
PACO REGO / EL MUNDO
«Es como ir en busca de un tesoro». Santiago Bueno ha pasado media vida respirando como los peces en todos los mares y océanos. Buscando potenciales remedios que curen el cáncer o, como se ha conocido ahora, frenen el coronavirus. Porque además de biólogo marino, Santiago, 49 años cumplidos, es un buceador avezado. De los mejores. Un cazador de ascidias. Quédense con la palabra.
Esta semana, con los contagios por las nubes y las muertes al alza, se conocía el tesoro del que habla Santiago. A él se refería Science, la Biblia de la ciencia mundial. Firmadas por un grupo de científicos independiente, sus conclusiones abrían los principales informativos del planeta con una noticia de alcance: la un medicamento español, el Aplidin, desarrollado por la biotecnológica gallega PharmaMar, que ha logrado frenar el SARS-CoV2. Un respiro de esperanza ya que evita que el virus se multiplique en el organismo y nos enferme o nos lleve a la muerte.
Lo que pocos conocen es que detrás del prometedor anuncio hay un ser extraño de las profundidades marinas, de aspecto redondo y amorfo, parecido a un saco con agujeros; un invertebrado cubierto por una espacie de túnica bajo la cual viven protegidos varios ejemplares. La ascidia. Sí, como las que atrapa Santiago para PharmaMar, y que ha abierto un camino nuevo para el tratamiento de la mayor amenaza vírica desde la gripe española de 1918. «Uno siempre piensa, sumergido bajo toneladas de agua, que va a subir la pieza definitiva, la buena», expresa el buzo. «Es como ir en busca de un tesoro». Y encontrarlo.
Lo hizo Santiago más allá de los 40 metros de profundidad, en los fondos marinos de Ibiza, un punto del Mediterráneo donde estos animalitos más abundan. «Esta ascidia en concreto sólo se encuentra en las aguas de las Baleares y en el Atlántico Este, las Azores, Portugal, el Canal de La Mancha…», sitúa el biólogo, quien además se encarga de la colección de organismos marinos de la farmacéutica -más de 250.000 animales y plantas-, la mayor del mundo.
Y ahí, como un tesoro en frío, permanece nuestra protagonista, la Aplidium albicans (denominación científica de esta ascidia), congelada y guardada como una joya eterna a la espera de futuras investigaciones. Apenas un par de centímetros de tamaño en cuyo interior late la fórmula mágica de un potente antiviral, la plitidepsina, el principio activo del revolucionario fármaco español que ha merecido las páginas de Science, haciéndole ver al planeta que en esta guerra no todo está perdido. Que hay salida y puede que esté cerca.
Incluso la televisión china, por lo general reacia a dar noticias de Occidente, ha destacado el hallazgo Made in Spain en sus informativos.
El aval internacional comenzó a fraguarse en febrero del año pasado, de la mano de un plantel de científicos de primer nivel mundial que se pusieron a investigar en ratones y células humanas los efectos de la molécula revelación.
Los experimentos -realizados por Kris White, microbiólogo de la Escuela de Medicina del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, Adolfo García-Sastre y Thomas Zwaka, del mismo centro; Kevan Shokat y Nevan Krogan, en el Instituto de Biociencias Cuantitativas de la Universidad de California, y Marco Vignuzzi en el Instituto Pasteur de París y PharmaMar- demostraron que el fármaco (desarrollado en principio como un antitumoral) frenaba la multiplicación del virus y rebajaba un 99% la carga viral en el pulmón, su objetivo.
«Es el antiviral más potente que hemos encontrado, tengo esperanzas», dice desde su laboratorio en Nueva York Adolfo García-Sastre, virólogo burgalés, uno de los científicos que desde sus inicios ha trabajado en el ensayo. Es 100 veces más potente que el Remdisivir de la farmacéutica estadounidense Gilead, el único fármaco autorizado contra el coronavirus.
El secreto está en la plitidepsina de la ascidia, que bloquea la proteína eEF1A, la diana terapéutica del Aplidin, presente en las células humanas y que el SARS-CoV2 utiliza como estrategia para reproducirse indefinidamente y colonizar los pulmones, su órgano predilecto.
García-Sastre confirma a Crónica que comenzaron a investigar en febrero del año pasado, poco antes de que la pandemia diera su peor cara. «Entonces aún no disponíamos de modelos de ratón para estudiar el SAR-CoV-2 ni tampoco sabíamos que la eEF1A era una posible diana terapéutica», admite el virólogo, que añade que han utilizado «ratones y células humanas» en el estudio.
-Entre un animal de laboratorio y un ser humano hay sin embargo un salto abismal. ¿Qué esperan realmente de este fármaco?
-Completamente de acuerdo. Por eso es tan importante concluir los ensayos clínicos cuanto antes para saber si funciona o no.
Poco antes de que esto ocurriera, en el primer momento que se conoció la propagación del coronavirus, la molécula marina había tenido otros padrinos científicos que adelantaron lo que iba a venir. De hecho, PharmaMar puso su fármaco en manos de los científicos del Centro Nacional de Biotecnología (CNB) para que estudiaran sus efectos contra este coronavirus.
El equipo que dirige Luis Enjuanes, inmerso hasta hoy en el desarrollo de una vacuna que podría estar lista a finales del presente año, consiguió demostrar en un ensayo in vitro que el Aplidin logra frenar la multiplicación del coronavirus HcoV-229E, un tipo de virus de la familia del covid-19 y que tiene un mecanismo de multiplicación y propagación muy similares. Estos resultados, según PharmaMar, confirmaron la hipótesis de que la diana terapéutica del Aplidin (plitidepsina), la eEF1A, es clave para la multiplicación y propagación del virus.
El camino recorrido hasta aquí no hay sido fácil. Desde que logró aislar y sintetizar su joya química, PharmaMar ha tenido que remar contra vientos y mareas. Nada nuevo, sin embargo, para una farmacéutica que desde sus inicios vive íntegramente del mar, del que extrae las moléculas principales de todos sus medicamentos. El último, el Aplidin, fruto de la ascidia, Europa lo rechazó dos veces.
La primera en diciembre de 2017. Cuando el fármaco, en principio desarrollado para el tratamiento del mieloma múltiple, un tipo de cáncer que ataca la médula ósea y cuyo uso está aprobado en Australia, fue descartado para su comercialización. No sería el último golpe.
En 2018, y como consecuencia de la confirmación por parte de la Agencia Europea de Medicamentos de la negativa sobre la aprobación de comercialización de Aplidin en Europa, PharmaMar decidió cancelar el desarrollo del fármaco y dar de baja la totalidad de la inversión realizada hasta la fecha: 108 millones de euros de coste y dos millones de amortización acumulada.
Tras presentar una demanda el 1 de octubre de ese año ante el Tribunal General de la Unión Europea solicitando la anulación (1 de octubre de ese año), dos años después (el 28 de octubre de 2020) los jueces le dieron la razón a la compañía.
Ahora, con el coronavirus, PharmaMar desempolva el Aplidin, de cuya reconversión en antiviral contra el covid espera obtener buenos resultados económicos.
El tercer golpe, y quizás el más doloroso, lo recibiría en su propia casa. Tras dispararse en la Bolsa, el «Que inventen ellos» de Unamuno ponía más palos en las ruedas. El mercado confía en PharmaMar, Pedro Sánchez no. Ni siquiera el Ministerio de Ciencia e Innovación pilotado por Pedro Duque. El astronauta, que lleva desaparecido desde que la pandemia explotó, parece vivir en otros mundos.
«No sólo no nos ayudan, sino que nos han perjudicado», clamaba el presidente de PharmaMAR, José María Fernández de Sousa, durante un foro con representantes de la Universidad de Navarra, hace apenas dos meses. Decía más: «A otras empresas como Moderna [que en ese momento estaba desarrollando una de la vacunas contra el coronavirus] es han dado muchísimo dinero. Así es cómo otros gobiernos [en este caso el de EEUU] ayudan a sus empresas», lamentaba Sousa en Economía Digital Galicia, mientras en España «nos han denegado todas las ayudas que hemos pedido». Y eso que es, sin duda, la apuesta española -tal vez la única- más importante para luchar contra el virus. Pero sorprendentemente, el Gobierno la ha ignorado.
Sousa se refería a dos de los tres proyectos relacionados con el Aplidin que iba a poner en marcha, pero se topó con la negativa de la administración. «Uno de ellos era para producir la plitididepsina [Aplidin] por fermentación y nos lo denegaron», al igual que la iniciativa para poder administrar el Aplidin por vía oral en lugar de hacerlo como inyectable. «Nosotros, ayudas cero».Otra fuente: «No se entiende que nos traten de esa manera. Nuestro trabajo es aportar soluciones, somos científicos, no politicos. Nos tienen en el punto de mira…».
Mientras aquí seguimos despreciando talento y proyectos innovadores, la estadounidense Pfizer, que recibió 1.950 millones de dólares del Gobierno y puso en el mercado la primera vacuna anti covid de la historia, ha anunciado que ya tiene en cartera la fabricación masiva de un fármaco para el tratamiento del coronavirus.
Lo explica Fernández de Sousa: «Falta financiación… Desde hace años las ayudas a la investigación son préstamos. Es una aberración. En qué cabeza cabe que eso sean ayudas», denunciaba el timonel de la biotecnológica, que desde su nacimiento, hace más de tres décadas, ha hecho de los océanos y mares su particular farmacia. En ella confió desde el principio una socia incondicional: la difunta Rosalía Mera, primera esposa de Amancio Ortega.
A través del grupo Rosp Corunna, Mera invertía en la farmacéutica gallega, a pesar de que llegó a costarle algún disgusto con sus asesores, según recoge finanzas.com. Actualmente es Sandra Ortega, hija de la fallecida y del magnate de Inditex, la que mantiene la apuesta que hizo su madre tras la salida a bolsa de la textil. El holding empresarial que dirige, Rosp Corunna, es, según el digital, el segundo accionista de PharmaMar, con un 5% de capital.
Cada año, los buceadores de PharmaMar realizan al menos seis campañas de recogida en las profundidades. Lo hacen con la misma idea con la que Jacques Cousteau, el gran divulgador del mundo subacuático marino, afrontaba sus exploraciones. «Yo le hago el amor al mar, otros lo atacan», dijo. Palabras que bien podría firmar Santiago Bueno. Él, como el explorador francés, aprovecha la entrevista con Crónica para denunciar lo que está pasando bajo las aguas, oculto a los ojos de la mayoría.
«Lo que ves ahí abajo es un planeta sucio, lleno de residuos por todas partes. El mar hay que tratarlo con cariño y mucho respeto. Pero al paso que vamos, las ascidias no podrán sobrevivir. Como animal filtrador que es, necesita aguas limpias que no obstruyan sus sifones y dificulten su metabolismo. De lo contrario, terminarán extinguiéndose. ¿Alguien se imagina qué pasaría? ¿Podríamos, por ejemplo, combatir el coronavirus o el cáncer?».
Doce ejemplares esperan su turno congelados en una nevera a las afueras de Madrid.
Los ‘chorros marinos’
Conocidas como «chorros marinos», debido a que se alimentan succionando agua para expulsarla una vez que han retenido los alimentos, las ascidias permanecen fijas en rocas y conchas. Y aunque puedan parecer un vegetal, realmente, son animales invertebrados, como las esponjas y los corales. Cuando se desplazan, nadan libres formando parte del plancton. Se conocen alrededor de 2.300 especies, casi todas son hermafroditas. Las que tienen reproducción asexual (predominante en especies coloniales) liberan los gametos al agua, produciéndose la fertilización externa.
Dependiendo de la especie y de su hábitat, pueden variar entre 0,5 y 10 cm de longitud. Algunas pueden llegar a alcanzar hasta 40 centímetros. La mayoría de estos animales habita todos los mares y océanos del planeta, excepto la ‘Aplium albicans’, de la que se extrae el principio activo contra el Covid-19, exclusiva del Mediterráneo, especialmente de la zona balear donde más abunda, y del Atlántico Este. Se encuentran en una gran variedad de colores (blancas, rosas…) y formas (redondas, cilíndricas…). Suelen vivir a 40 metros de profundidad y son de tres tipos: solitarias, sociales y coloniales. Estas últimas viven conjuntamente y están envueltas por una túnica blanquecina perforada (De ahí que se conozcan como animales tunicados). Son los orificios de los sifones inhalantes, por los que fitran el agua y se alimentan.
Fuente: https://www.elmundo.es/cronica/2021/01/30/60145e08fc6c8389668b463d.html