Alex Arenas: «Es el caldo de cultivo perfecto para que el virus prolifere: una salubridad muy baja y sistemas inmunológicos deprimidos»
IRENE FERNÁNDEZ NOVO / NIUS
“Covid y guerra. Un cóctel explosivo”. Lo advierte el físico, profesor de la URV y divulgador científico Alex Arenas. “Es el caldo de cultivo perfecto para que los patógenos se multipliquen: una salubridad muy baja y sistemas inmunológicos deprimidos. Es la oportunidad perfecta para que el virus prolifere. Las infecciones proliferan cuando les damos las condiciones para ello”.
Advierte Arenas, además, que no es la primera vez que se da ese cóctel entre guerra y virus. Ya ocurrió en la pandemia de gripe de 1918, que coincidió con la Primera Guerra Mundial (julio de 1914-noviembre de 1918). “La guerra en Ucrania ya sería un desastre humanitario de primera magnitud sin el virus. Pero si le añades a esto una pandemia que no ha acabado y en la que todavía no vemos el final, es un cóctel explosivo. En 1918 lo fue”. Arenas alerta de ello en su perfil de Twitter.
“Lo que quiero decir, con mi alerta, es que no lo podemos hacer peor como humanidad”, resume el científico. Porque ahora mismo, “habiendo un virus parecido al de la ‘gripe española’, que ocurra esto es nefasto, es lo peor que puede pasar. Que dos de las peores catástrofes que hemos pasado se junten”.
Porque, aunque ya queramos darla por terminada, Arenas recuerda que “la pandemia no ha acabado. El virus sigue siendo muy transmisible y sigue mutando, no sabemos en qué momento va a venir una variante más compleja. Es el peor momento para que dos catástrofes tengan contacto entre ellas”, insiste preocupado. Y pide mirar atrás, a lo que ocurrió hace ahora un siglo.
1918: la guerra convierte la gripe en un “súper virus”
¿Qué pasó en 1918? Hay un artículo de The Guardian que lo explica muy bien. “La Gran Guerra impulsó la pandemia, que puso fin a la Gran Guerra”, resume su autor, un biólogo evolutivo, ornitólogo y divulgador científico que firma bajo el pseudónimo de ‘GrrlScientist’. El artículo es de 2014, pero conviene releerlo ahora, por la analogía con la situación que estamos viviendo.
El autor recuerda que la gripe del 18 “tuvo una letalidad sin precedentes, cobrándose más vidas que cualquiera de las pandemias de peste”. En apenas año y medio, murieron entre 50 y 100 millones de personas. Fue “la mayor cantidad de muertes humanas como consecuencia de una enfermedad infecciosa”. Y subraya que “en Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, las muertes por gripe fueron mucho más altas que las causadas por la guerra misma”. Cuando llegó a ellos, el virus ya había golpeado a las tropas alemanas y austríacas. “Las pérdidas resultantes en ambos lados fueron tan terribles que muchos historiadores creen que la gripe contribuyó significativamente a que acabara antes la guerra”.
Pero ¿por qué esa cepa de gripe de 1918 fue tal letal?, se pregunta el científico. “Tuvo una tasa de mortalidad del 20%, mientras que otras cepas de gripe suelen matar al 0,1% de sus víctimas. Sus patrones de letalidad fueron únicos, matando preferentemente a jóvenes sanos de entre 20 y 40 años y dejando a las personas mayores relativamente ilesas”. Y la respuesta hay que buscarla en el escenario que se encontró entonces el virus. La guerra, dice, ayudó a que se convirtiera en un “súper virus”.
Para explicarlo, alude a dos circunstancias que, de alguna forma, “se aliaron con el virus”. Por un lado, todas esas personas jóvenes que fallecieron, en muchos casos lo hicieron súbitamente, por la denominada “tormenta de citoquinas”, es decir, como consecuencia de su propia respuesta inmunitaria. Un mecanismo inflamatorio que en su día era menos conocido pero que actualmente conocemos muy bien, por sus repercusiones en la pandemia que estamos viviendo.
Por otro lado, hubo condiciones que propiciaron que el virus se volviera más virulento. “Cuando personas en situaciones de estrés se hacinan, como en los campos de refugiados, prisiones y hospitales, su proximidad y sus sistemas inmunológicos comprometidos brindan la oportunidad perfecta para que un patógeno aumente su virulencia. Los huéspedes inmunológicamente ingenuos son tan abundantes y están tan fácilmente disponibles, que no hay presión de selección contra el desarrollo de una mayor virulencia”.
De ese modo, explica el científico, esa cepa de gripe “se encontró con un campo de pruebas perfecto para convertirse en un ‘súper virus’, al infectar a soldados estresados y a menudo desnutridos, amontonados en trincheras y hospitales”. Soldados que, después, fueron enviados a otros hospitales, a sitios lejanos, para recibir tratamiento. Eso hizo el resto.
Una guerra que acaba y una pandemia que se da por acabada
Además, es interesante otro dato al que hace alusión ese artículo de The Guardian. La pandemia de gripe, que comenzó en marzo de 1918, tuvo varias oleadas, como está teniendo la de ahora de covid. Y su ola más letal ocurrió cuando la guerra estaba terminando.
La primera ola fue muy leve, pero la segunda fue mucho más virulenta. Comenzó en agosto de 1918, pero para noviembre, cuando concluyó la guerra, “la segunda ola había seguido su curso, y el virus se había convertido en menos virulento». Pero «mientras la gente celebraba el final de la guerra y daba la bienvenida a sus soldados a casa nuevamente, apareció la tercera ola”, recuerda el artículo de The Guardian. Y la cosa todavía no acabó ahí, en 1919. Después, todavía llegaría una cuarta ola, ya en 1920. “Esta pandemia se benefició de las condiciones creadas por la Gran Guerra”, concluye el autor del artículo.
Ahora, la guerra de Ucrania llega también cuando, en media Europa, estamos dando por acabada la pandemia. Pero la realidad es que no ha terminado. Lo recuerda Alex Arenas. “La pandemia todavía no está controlada a nivel mundial, ni mucho menos. Añadirle unas condiciones como estas, una guerra, puede ser muy peligroso”.
La “oportunidad perfecta” para mejorar su virulencia
La pandemia actual no ha terminado y, desde luego, no se puede dar por acabada ni en Rusia ni en Ucrania. Si miramos a la Incidencia Acumulada (IA) de covid en ambos países, vemos que los dos están bajando, pero todavía en niveles preocupantes. Ucrania registra actualmente unos 600 casos de covid por 100.000 habitantes. Rusia, el doble: cerca de 1.200. Y si, además, miramos lo que está ocurriendo con toda esa población ucraniana, la situación es tremenda.
“Un millón y medio de personas huyendo hacia países fronterizos, como Polonia, supone movilizaciones humanas masivas, que acabarán en campos de refugiados”, advierte Arenas. Hablamos del desplazamiento y hacinamiento de personas que, en muchos casos, llevarán consigo el virus. La ONU advierte de un posible aluvión de refugiados de unos 5 millones de personas. Y a ello se añade la situación de los que se quedan. Miles de personas se protegen de las bombas rusas en el metro de Kiev o en los sótanos de los edificios, donde están hacinados.
Arenas advierte de que todo esto puede suponer “la oportunidad perfecta para que un patógeno mejore su virulencia”. No se refiere, con ello, a que de esta situación vaya a salir una nueva variante más virulenta, pero tampoco lo descarta.
“Los virus siguen evolucionando, y van buscando caminos para establecer esas mutaciones que les dan mejoras. Se sabe que cuando el sistema inmune está débil, el virus tiene más oportunidades de superar las barrearas de inmunidad, y eso se traduce en virulencia. Esto no quiere decir que necesariamente vaya a pasar, pero son las condiciones óptimas para que pase”. El científico lo resume así: “Es como jugar a la ruleta en las peores condiciones para los humanos y las mejores para el virus”.
MÁS
- Angustia y desesperación entre los últimos españoles que abandonan Kiev
- Así han entrado los rusos en Kiev
- Nadie escapa a ómicron: Hong Kong y Corea del Sur, en situación crítica
Fuente: https://www.niusdiario.es/ciencia-y-tecnologia/ciencia/guerra-ucrania-pandemia-covid-coctel-explosivo-primera-mundial-gripe-1918_18_3288872114.html